Cómo la Reforma recuperó el sacerdocio de todos los creyentes

La Reforma recuperó la enseñanza bíblica de que cada creyente participa en el ministerio de Cristo, no solo el clero.
Foto: Lutero ante la Dieta de Worms, de Anton von Werner (1843-1915)

Cuando pensamos en el siglo dieciséis, la mayoría recordará las grandes verdades teológicas que surgieron. ¡Y con razón! Pero fácilmente podemos pasar por alto las circunstancias que exigieron una reforma: un ministerio corrupto. Las correcciones al ministerio no fueron solo implicaciones de la recuperación de la sana doctrina, sino que fue el ministerio corrupto lo que impulsó la Reforma. Martín Lutero estaba profundamente preocupado de que el pueblo de la Iglesia estuviera cautivo —uno de sus grandes escritos se titulaba La cautividad babilónica de la Iglesia— por una mala doctrina que se traducía en prácticas ministeriales abominables y, en última instancia, en la privación del evangelio.

Circunstancias

¿Qué era exactamente lo que estaba tan mal en la Iglesia católica romana? Había varios problemas evidentes, especialmente la venta de indulgencias (piensa en “salvación a la venta”), que tenían su raíz en una visión profana del sacerdocio. Para ser más específicos, la Iglesia romana afirmaba que había dos estados dentro de la iglesia: un “estado espiritual” para el clero (sacerdotes) y un “estado temporal” para los laicos. Este tipo de pensamiento había existido durante siglos, infiltrándose en la iglesia desde el siglo tres con Cipriano. Sin embargo, para el siglo dieciséis, llegó a ser explotado.

Lutero insistía firmemente en que la Biblia enseñaba que solo había un estado espiritual compartido por todos los que habían sido bautizados y tenían fe en Cristo. De hecho, había un solo sacerdocio de todos los creyentes (1P 2:9).

Lutero escribió uno de sus discursos más incisivos contra Emser, a quien llamaba afectuosamente la “cabra” de Leipzig, para abordar esta visión corrupta. Explicó de manera franca: “[El] sacerdocio con el que Emser ha soñado y la iglesia que los papistas han ideado concuerdan con las Escrituras tanto como la vida y la muerte concuerdan entre sí”. El punto no era simplemente señalar un contraste agudo, sino también usar una imagen que transmitiera una verdad inquietante: el sacerdocio romano significaba muerte, porque la manera de su ministerio socavaba el mensaje del evangelio.

Martín Lutero

Correcciones

Para Lutero, todo el pueblo cristiano era un pueblo espiritual, habiendo sido hechos sacerdotes en su bautismo. “Por lo tanto”, escribió, “todos somos sacerdotes, tantos como seamos cristianos. Pero los sacerdotes, como los llamamos, son ministros escogidos de entre nosotros, que hacen todo lo que hacen en nuestro nombre”. Hay una distinción en el oficio, pero no en el estado. En otras palabras, los cristianos tienen diferentes ministerios, pero no diferentes estatus espirituales. El estado del cristiano era siempre uno solo: en Cristo, por el Espíritu.

Hay algunos puntos importantes a considerar sobre la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes. Primero, aunque Lutero identificó un solo estado para los cristianos, mantuvo una distinción de roles y oficios. Escribió: “Realmente no hay diferencia entre los laicos y los sacerdotes, príncipes y obispos, ‘espirituales’ y ‘temporales’, como ellos los llaman, excepto en el oficio y el trabajo, pero no en el ‘estado’; porque todos son del mismo estado: verdaderos sacerdotes, obispos y papas, aunque no todos están comprometidos en el mismo trabajo…”. Creía, como enseñó Pablo (1Co 12:14-31), que cada persona debía usar su oficio y dones para el servicio mutuo. El clero debía proclamar la Palabra. Los laicos debían utilizar “muchos tipos de trabajos… para el bienestar corporal y espiritual de la comunidad”.

Segundo, todo cristiano tenía el deber de cumplir su servicio sacerdotal a los demás, especialmente a aquellos dentro de su hogar. Él fue claro en que la ordenación para el ministerio seguía siendo significativa para la protección del evangelio. Escribió: “Ya que todos somos igualmente sacerdotes, nadie debe adelantarse y emprender, sin nuestro consentimiento y elección, hacer lo que está en poder de todos nosotros. Porque lo que es común a todos, nadie debe tomarlo por sí mismo sin la voluntad y el mandato de la comunidad…”. Para Lutero, el ministerio de la Palabra y el sacramento debía quedar reservado para aquellos a quienes la iglesia ordenaba para ese ministerio. Esto no quiere decir que los demás no tuvieran ningún papel en enseñar la Palabra de Dios, sino que el oficio debía ser respetado. Sería como si todos en el pueblo quisieran ser sheriff: si todos tienen la autoridad, no hay autoridad. Es mejor tener funcionarios designados (elegidos, ordenados) para mantener la ley. Así también, el evangelio se preserva mejor cuando se respetan los oficios específicos.

Para Lutero, todo el pueblo cristiano era un pueblo espiritual, habiendo sido hechos sacerdotes en su bautismo.

Pero, tercero, es importante que los oficiales no pierdan de vista su trabajo principal. Lutero fue firme en que la ordenación era para elegir predicadores. Creía que los sacerdotes de la Iglesia Romana habían abrazado de forma idólatra la perversa Misa sacrificial, despreciando el ministerio de la Palabra. Siguiendo el ejemplo de Lutero, Felipe Melanchthon —un amigo cercano de Lutero— criticó la noción romana de la Misa ofrecida por el perdón de los pecados del pueblo, y en su lugar articuló la confianza adecuada en la obra de Cristo. En la Apología de la Confesión de Augsburgo, Melanchthon declaró: “Enseñamos que la muerte sacrificial de Cristo en la cruz fue suficiente para los pecados de todo el mundo y que no hay necesidad de sacrificios adicionales, como si el sacrificio de Cristo no fuera suficiente para nuestros pecados”.

La doctrina del sacerdocio de todos los creyentes desarrollada en la Reforma reconoce el oficio sacerdotal de Cristo que está tan maravillosamente detallado en la Epístola a los Hebreos. Cristo, el gran Sumo Sacerdote, se ofreció como sacrificio por el pecado de una vez y para siempre (Heb 7:27; 10:12). Bajo el antiguo pacto, los sacrificios eran necesariamente repetidos para hacer expiación y servir como recordatorio perpetuo del pecado para el pueblo. Ahora, debido al sacrificio de Cristo, Dios dice que no recuerda más el pecado. “Ahora bien, donde hay perdón de [estos actos ilícitos], ya no hay ofrenda por el pecado” (Heb 10:18). En vista de la obra sacerdotal de Cristo, la Apología de la Confesión de Augsburgo declaró:

Por lo tanto, los seres humanos son justificados no por ningún otro sacrificio sino por el único sacrificio de Cristo cuando creen que han sido redimidos por ese sacrificio. Así, los sacerdotes no son llamados a ofrecer sacrificios por el pueblo como en la ley del Antiguo Testamento para que a través de ellos puedan merecer el perdón de los pecados del pueblo; en cambio, son llamados a predicar el evangelio y a administrar los sacramentos al pueblo. La Iglesia romana socava la obra de Cristo cuando busca ofrecer a Cristo una y otra vez. El verdadero ministerio proclama la obra terminada de Cristo. Así, Lutero y los luteranos llamaron al clero a regresar a la prioridad de la predicación.

La doctrina del sacerdocio de todos los creyentes desarrollada en la Reforma reconoce el oficio sacerdotal de Cristo que está tan maravillosamente detallado en la Epístola a los Hebreos.

Continuar reformando

Un poco más de un siglo después del ministerio de Lutero, Philip Jacob Spener —un pietista alemán, famoso por su libro Pia Desideria (en español, Deseos piadosos)— buscó continuar el trabajo que Lutero comenzó en la Reforma. Comparando la Reforma con el regreso de los judíos del exilio babilónico (notar la fuerte influencia de Lutero), él creía que había trabajo por hacer para que no enfrentaran nuevamente la amenaza del exilio. Spener escribió: “No debemos estar satisfechos con saber que hemos salido de Babel, sino que debemos esforzarnos por corregir los defectos que aún permanecen”. Para que este trabajo se llevara a cabo, Spener sabía que se necesitaría más ayuda de la que el clero ordenado podía ofrecer. La cuestión no era meramente práctica, sino que estaba anclada en una teología del ministerio que plasmó el sacerdocio universal.

Spener creía que todo cristiano tenía el deber de cumplir su servicio sacerdotal hacia los demás, especialmente dentro de su hogar. Buscó corregir un malentendido común de su época: que el clérigo ordenado era el único que realizaba la obra del ministerio. Él consideraba que cualquier pereza o complacencia en la obra ministerial entre los laicos se debía a este malentendido sobre el oficio pastoral. ¡Exhortaba a cada cristiano a cumplir con su deber sacerdotal! Esta exhortación concordaba con el ánimo de Pablo a los efesios para que cada miembro de la iglesia hiciera su parte, a fin de que el cuerpo de Cristo madurara (Ef 4:7-16). Por tanto, Spener creía que, para que la iglesia continuara siendo reformada correctamente, el sacerdocio de todos los creyentes debía ser entendido y practicado de manera adecuada. Solo entonces la Palabra podría realizar la obra de traer madurez por medio del Espíritu.

Philip Jacob Spener

El sacerdocio y el ministerio cristiano hoy

¿Qué significa el sacerdocio de todos los creyentes de manera práctica para los cristianos de hoy? Sin ofrecer una lista exhaustiva, aquí hay tres breves consecuencias para la actualidad:

  • Todos los que pertenecen a Cristo son iguales espiritualmente, pero la igualdad no se mide por la función. Si todo el cuerpo fuera ojo ¿dónde estaría el sentido del oído? “Ahora bien, Dios ha colocado a cada uno de los miembros en el cuerpo según le agradó. Y si todos fueran un solo miembro, ¿qué sería del cuerpo?” (1Co 12:18-19). Los cristianos deben recordar que tienen un solo estado en Cristo, incluso si tienen roles y oficios distintos en el ministerio.

  • La iglesia solo madurará cuando cada parte del cuerpo funcione correctamente (Ef 4:7-16). Los pastores tienen la prioridad de predicar, pero esto no significa que el ministerio de la Palabra termine con ellos. Cada miembro de la iglesia tiene un papel que desempeñar, especialmente al “hablar la verdad en amor” (Ef 4:15), además de muchas otras formas de servir a la iglesia.

  • Cada cristiano desempeña un rol sacerdotal de mediación. Este punto debe notarse con cuidado, ya que este rol se lleva a cabo solo debido a la perfecta y plena mediación de Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote. Ningún cristiano media para hacer expiación. Pero cada cristiano ofrece oraciones por los demás porque sabe que tiene acceso perfecto a Dios el Padre a través de la obra expiatoria de Cristo. Además, los cristianos representan a Cristo para otros cristianos, considerando “cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras” (Heb 10:24), y para el mundo, proclamando “las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable” (1P 2:9).

Hoy podemos estar agradecidos por la provisión de Dios de líderes como Martín Lutero, quien ayudó al pueblo de Dios a escapar de Babilonia, esa tierra idólatra de corrupción. A través del estudio de la Palabra de Dios y el coraje de Su pueblo, la iglesia y sus prácticas fueron reformadas. Con la recuperación de la teología correcta también vino la recuperación de la práctica correcta. ¡Debemos asegurarnos de no perder de vista esta conexión!

Si las iglesias hoy en día van a permanecer fieles al evangelio, entonces el ministerio debe coincidir con el mensaje. Esto no significa que debamos deshacernos del liderazgo pastoral en la iglesia. Todo lo contrario, debemos proteger el oficio pastoral, exigiendo que aquellos ordenados para este trabajo se mantengan en la tarea de realizar su labor principal: ¡predicar la Palabra! Quizás igualmente apremiante hoy en día, todos los cristianos deben recordar que la obra del ministerio no pertenece solo al pastor. Como Spener indicó sabiamente, ¡el clero no puede hacerlo todo! Cristo edifica Su iglesia a medida que cada miembro ocupa su lugar de servicio en el cuerpo. El ministerio de la Palabra debe abundar, y el pueblo debe perseverar. El trabajo de la Reforma debe continuar, no sea que volvamos a la cautividad.


Publicado originalmente en Credo Magazine.


Chase R. Kuhn

Chase R. Kuhn (PhD, Universidad de Western Sydney) es profesor de Pensamiento Cristiano y Ministerio en el Colegio Teológico Moore, Sídney. Es autor de The Ecclesiology of Donald Robinson and D. Broughton Knox [La eclesiología de Donald Robinson y D. Broughton Knox], publicado en 2017, así como de varios ensayos teológicos.

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