Las Bienaventuranzas de Jesús pretenden impactarnos por la forma en que contradicen sistemáticamente nuestros instintos e interrumpen nuestras inclinaciones. Elogian a los mansos más que a los asertivos; elogian a los pobres de espíritu más que a los autosuficientes; elogian a los reprobados más que a los alabados. Las Bienaventuranzas ponen de relieve algunas de las cualidades contra culturales, dadas por el Espíritu, que Dios tanto valora en Su pueblo. Si Jesús tuviera que añadir una sola bienaventuranza más, tal vez sería ésta: Bienaventurados los débiles, porque tendrán la fuerza de Dios. Aunque las palabras exactas no se encuentran en la Escritura, comunican un énfasis bíblico: los que son débiles experimentan especialmente la fuerza de Dios. Porque como dijo el Señor al apóstol Pablo: «Te basta mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad». Y como declaró Pablo: «Por eso me gloriaré aún más de mis debilidades, para que el poder de Cristo repose sobre mí. … Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor. 12:9-10). «Cuando soy débil, entonces soy fuerte». Esta es una verdad que vemos a menudo ilustrada en la vida cotidiana. Un hermano pequeño está agotado al final de la carrera, así que su hermano mayor le presta su fuerza: le agarra y le lleva hasta la meta. Un padre completa maratones y triatlones con su hijo discapacitado, llevándolo, empujándolo, tirando de él, porque el joven dice que cuando compite no siente su discapacidad. Un grupo de amigos ayuda a su compañero de clase en silla de ruedas a meter canasta, animando y celebrando su logro. El corazón de un hermano, el corazón de un padre, el corazón de un amigo se dirige a los afligidos, a los que necesitan consuelo, a los que no tienen fuerza propia. Así, su debilidad es su fuerza, pues atrae la ayuda de los demás. Su debilidad es la misma cualidad que les hace fuertes porque obliga a los demás a unirse a su causa, a prestarles sus habilidades, su poder, su vigor, su ayuda. La debilidad es el secreto de su fuerza. Y así, Dios se une a la causa de los débiles. Aunque Pablo había orado para que Dios le quitara su «aguijón», se contentó con vivir con el porque sabía que le hacía objeto de la piedad de Dios y, por tanto, de su fuerza. Su debilidad le hizo más fuerte porque a causa de su debilidad, Dios puso Su brazo alrededor de su hombro. Dios le empujó, tiró y llevó hasta la meta. Dios le ayudó a lograr lo que no podía lograr por sí mismo. La falta de autosuficiencia de Pablo fue la misma razón por la que Dios ejerció una fuerza tan grande en su favor. En lo más profundo de nuestra naturaleza depravada está el considerar la debilidad como una desgracia, la debilidad como un fracaso, la falta de fuerza física como una falta de favor divino. Pero nada más lejos de la realidad pues la debilidad atrae la mirada de Dios, el corazón de Dios, la fuerza de Dios. Por eso, con confiada expectativa recibimos nuestras enfermedades, nos sometemos en nuestras penas, nos inclinamos ante Dios en nuestros sufrimientos. Con razón decimos: «¡Bienaventurados los débiles, porque tendrán la fuerza de Dios!». Si hay algún secreto de nuestra fuerza, está en nuestra debilidad. Inspirado en «A Life Of Character» (Una vida de carácter) de J.R. Miller.