A veces prefiero no mencionar a quién cito cuando escribo. En ocasiones, cuando las personas ven el nombre, se desentienden por completo o reaccionan con tanto entusiasmo que no ejercen el debido discernimiento. Sin embargo, en este caso, esta cita es tan buena y útil que quería compartirla con ustedes. Incluso, les diré de dónde procede, pero léela primero y te lo diré al final. Espero que te proporcione un reto adecuado mientras te preparas para adorar con el pueblo del Señor este domingo. El uso apropiado de todos los buenos dones que hemos recibido es compartir con otros estos dones de forma generosa y gratuita. No podemos imaginar un principio más seguro ni una exhortación más eficaz para cumplir esa regla que esta: La Escritura nos enseña que todos los dones que usamos nos han sido dados por Dios. Y se nos dan junto con esta ley de nuestra fe: que los utilicemos para el bien de nuestro prójimo. Pero la Escritura va aún más lejos cuando nos compara a nosotros y a los dones que se nos han dado con los miembros de un cuerpo humano. Ningún miembro del cuerpo existe para servirse a sí mismo ni cada miembro existe simplemente para su propio uso. Más bien, cada miembro pone sus capacidades al servicio de los demás miembros del cuerpo. Tampoco, ningún miembro del cuerpo recibe por sí solo alguna ventaja fuera de la que corresponde a todo el cuerpo. Por lo tanto, todo lo que un hombre piadoso tenga en su capacidad de hacer, debe hacerlo por sus hermanos. Debe considerar sus propios intereses sólo en la medida en que su meta sea la edificación general de toda la iglesia. Que esta sea, pues, nuestra regla de bondad y generosidad: No somos más que administradores de los dones que Dios nos ha dado para ayudar a nuestro prójimo. Debemos dar cuenta de nuestra mayordomía y la mayordomía correcta es la que está impulsada por la regla del amor. En consecuencia, no debemos simplemente conectar el celo por el bien de los demás con la preocupación por nuestro propio bienestar, sino que debemos someter la preocupación por nuestro propio bienestar al bien de los demás. Para ayudarnos a entender mejor el hecho de que esta ley de la mayordomía se aplica legítimamente a cualquier regalo que recibamos de Él, Dios aplicó esta ley aun a los regalos más pequeños de Su bondad en tiempos pasados. Pues ordenó que se le ofrecieran las primicias de los bienes de Su pueblo. «Traerás lo mejor de las primicias de tu tierra a la casa del Señor tu Dios» (Ex. 23:19). De este modo, el pueblo de Dios de antaño daba testimonio de que era incorrecto obtener cualquier beneficio de sus bienes antes de consagrarlos a Dios. Ahora bien, si los dones que Dios nos da son finalmente santificados para nosotros después de que nuestras manos los han ofrecido de nuevo a Su mismo autor, cualquier uso de esos dones que no esté perfumado por tal ofrenda será un abuso pecaminoso de ellos. Pero en vano nos esforzaríamos por aumentar la riqueza del Señor ofreciéndole nuestros dones. Por lo tanto, ya que nuestra bondad, como dice el profeta, no puede llegar a Él, debemos practicarla con Sus santos que están en la tierra (Sal. 16:2-3). Así, nuestros generosos dones se comparan con sacrificios santos ya que se corresponden con aquellos sacrificios que exigía la ley (Heb. 13:16). El contenido de esta cita se puede encontrar en el libro “Un Pequeño Libro Acerca de la Vida Cristiana” de Juan Calvino. Por favor, para tu propio beneficio, lee todo el libro (sólo tiene 60 páginas).