Ningún padre puede prevenir el sufrimiento de sus hijos

Discipular a nuestros hijos en el sufrimiento comienza cuando nosotros también confiamos, creemos y descansamos en las promesas de Cristo.
Foto: Envato Elements

Alguien dijo que ser padre es como ver tu corazón caminar fuera de tu cuerpo. Cuando nuestros hijos se raspan las rodillas, se golpean la cabeza o se rompen los huesos, nuestros corazones se rompen. Cuando otros se burlan de ellos, los decepcionan o les rompen el corazón, nuestros corazones se rompen. Por mucho que quisiéramos proteger a nuestros hijos —y, por lo tanto, a nuestros propios corazones— del dolor y el sufrimiento, no podemos.

Eso significa que cuando nuestros hijos sufren, luchamos la batalla de la fe en dos frentes. Ser padre implica luchar contra nuestras propias actitudes de incredulidad que surgen cuando nuestros hijos sufren —actitudes como el miedo, la preocupación, la ansiedad, la desesperación o el descontento—, y ser padre también significa entrenar a nuestros hijos para que luchen contra sus actitudes de incredulidad, que emergen cuando sufren.

En todo esto, hay esperanza porque, como declara el apóstol Pedro: “Porque la promesa es para ustedes y para sus hijos y para todos los que están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame” (Hch 2:39).

Nuestros niños gemelos

Cuando nacieron nuestros hijos gemelos con un trastorno neuromuscular grave, yo era consciente, principalmente, de mi propio sufrimiento. No era yo quien estaba conectado a un ventilador o confinado a una silla de ruedas, pero tenía que lidiar con mi propio dolor, miedo y envidia aferrándome a Cristo.

A medida que nuestro hijo sobreviviente ha crecido (su gemelo falleció cuando tenía 3 años), todavía tengo que predicarme el evangelio a diario, pero también debo discipularlo en su experiencia de sufrimiento. Él es quien tiene músculos que no funcionan, quien lucha por respirar, quien tiene huesos frágiles y ha sufrido numerosas fracturas de fémur. Él conoce la incomodidad física y el dolor de una manera que yo nunca he experimentado.

Pero sé que, encarnado en ese cuerpo frágil, hay un alma humana creada para disfrutar de Dios, pero caída en Adán. Por la gracia de Dios, sé que solo Cristo puede salvar y satisfacer su alma, así que sé a dónde guiarlo. Ya sea que nuestros hijos teman a un acosador en la escuela o a un procedimiento en el hospital, ya sea que sufran rechazo o cáncer, la Palabra de Dios tiene todo lo que sus almas necesitan en última instancia (2Ti 3:16). Y Dios nos provee todo lo que finalmente necesitamos para toda la vida al darse a conocer y darnos Sus preciosas y grandísimas promesas (2P 1:3-4).

En cada temor o dolor de nuestros hijos, la Palabra de Dios les da todo lo que sus almas necesitan. / Foto: Lightstock

La promesa es para ti

Discipular a nuestros hijos comienza con nuestra propia confianza en Dios. Él nos llama a los padres a enseñar diligentemente Su Palabra a nuestros hijos; a hablar de Sus mandamientos y promesas en la vida cotidiana (Dt 6:4-6), lo que significa que debemos conocer lo que Dios dice y confiar en lo que dice. Si no estamos confiando y atesorando a Jesús cuando sufrimos, ¿cómo enseñaremos a nuestros hijos a confiar en Él?

Mientras nos aferramos a Cristo, el estribillo de Tis So Sweet to Trust in Jesus (en español, ¡Oh, cuán dulce es confiar en Cristo!) se convierte en nuestro testimonio para nuestros hijos:

Jesús, Jesús, ¡cómo confío en Él!
¡Cómo lo he probado una y otra vez!

Al confiar en Jesús nosotros mismos, demostramos Su carácter y fidelidad, y damos evidencia de Su gloria y bondad a nuestros hijos. Y cuanto más familiarizados estemos con guiar nuestros corazones a través del proceso de arrepentimiento y fe —tomando cautivos los pensamientos incrédulos y sometiendo nuestras mentes a Cristo, rechazando los ídolos de nuestro corazón en favor de la satisfacción en Cristo solamente—, más competentes seremos para consolar y discipular a nuestros hijos cuando sufran.

Discipular a nuestros hijos comienza con nuestra propia confianza en Dios. / Foto: Lightstock

Y para tus hijos

El hecho de que las promesas de Dios sean también “para sus hijos y para todos los que están lejos” (Hch 2:39) nos asegura que las promesas de Dios son verdaderas en todo lugar y en todo tiempo. Aunque diferentes denominaciones discrepan sobre lo que implica Hechos 2:39 respecto al bautismo, todos estamos de acuerdo en que queremos que nuestros hijos conozcan y confíen en las preciosas promesas que Dios hace a Su pueblo.

Queremos que conozcan a Dios como el Dios que guarda Su pacto, quien garantiza Sus promesas con un juramento y quien pone en juego Su propia gloria y renombre para cumplir Su Palabra (Heb 6:13-18). Queremos que nuestros hijos compartan la fe que tuvo nuestro padre Abraham, el tipo de fe que confía en que Dios hará lo que ha prometido (Ro 4:12, 20-21).

En nuestra casa, hacemos esto enseñando a nuestro hijo promesas específicas de Dios que aborden sus preocupaciones y temores. Cuando está ansioso, asustado o triste, seguimos libremente el acrónimo AOCAD de John Piper: le aseguramos que Dios sabe cómo se siente y lo alentamos a admitir su necesidad a Dios; oramos juntos por la ayuda de Dios; confiamos en una promesa específica juntos; luego, actuamos, lo que puede significar enfrentar un cambio de traqueotomía, una extracción de sangre, una radiografía o alguna otra situación aterradora o dolorosa; finalmente, damos gracias a Dios por Su ayuda.

Todos estamos de acuerdo en que queremos que nuestros hijos conozcan y confíen en las preciosas promesas que Dios hace a Su pueblo. / Foto: Lightstock

Angustia y compras de supermercado

Dado que vivir por fe depende de conocer y confiar en lo que Dios dice, damos a nuestro hijo promesas para cada situación. Comenzamos la mayoría de los días con el Salmo 118:24: “Este es el día que el Señor ha hecho; regocijémonos y alegrémonos en él”. Esto nos llama a buscar conscientemente nuestro gozo en el Dios que gobierna nuestros días, en lugar de en las circunstancias de nuestros días.

Debido a que el cuerpo de nuestro hijo es tan débil, las actividades diarias pueden ser una fuente de ansiedad para él. Un día, mientras íbamos al supermercado, lo escuchamos decir desde la parte trasera de nuestra camioneta (a través de su computadora de mirada ocular): “En medio de mi angustia invoqué al Señor; el Señor me respondió y me puso en un lugar espacioso” (Sal 118:5). Mi esposa y yo nos reímos en voz alta, en parte porque la mayoría de las personas no pensarían en el supermercado como una situación angustiante, y en parte por la pura alegría de que pensara en invocar al Señor en ese momento.

Dado que vivir por fe depende de conocer y confiar en lo que Dios dice, damos a nuestro hijo promesas para cada situación. / Foto: Lightstock

¿Crees esto?

Regresamos regularmente a Josué 1:9: “¿No te lo he ordenado Yo? ¡Sé fuerte y valiente! No temas ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas”. Esto es exactamente lo que su corazón sufriente necesita, y exactamente lo que el corazón dolido de este padre necesita.

El consuelo de saber que Dios está con él dondequiera que vaya es infinitamente superior a la distracción de un globo de la tienda de regalos del hospital. No tenemos nada en contra de los globos o las tiendas de regalos, pero reconocemos cuán tentador puede ser ofrecer consolaciones baratas en lugar de la paz trascendental que proviene solo de Cristo.

Nuestro hijo perdió a su hermano gemelo hace cuatro años. Ahora que tiene 7 años, tiene muchas preguntas sobre la muerte y una mayor conciencia de su propia mortalidad. Así que recurrimos a Jesús y a todo lo que Él promete recitando Juan 11:25-26: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”. Él asiente con la cabeza mientras yo respondo con las palabras de Marta: “Sí, Señor, yo he creído”.

Y ese es nuestro mayor anhelo como padres: no impedir que nuestros hijos sufran, sino enseñarles a confiar en Jesús cuando sufran. Y hacemos eso confiando en Jesús juntos mientras soportamos el sufrimiento juntos.


Publicado originalmente en Desiring God.

Ryan Chase

Ryan Chase es pastor de la Iglesia Emmaus Road en Sioux Falls, Dakota del Sur. Él y su esposa Barbara tienen tres hijos, dos vivos y uno enterrado con la esperanza de la resurrección.

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