Durante mi adolescencia viví en la provincia de México, cada año llegaba una feria para celebrar la fiesta del pueblo. Había muchos juegos mecánicos, puestos donde podíamos comprar artesanías, jugar a los dardos, comprar productos para hacer bromas, otros donde vendían dulces y todo tipo de comida. Casi al final de la feria instalaban las casas del horror, los laberintos en tinieblas, la casa de la mujer barbuda donde nos decían que le había salido barba por desobedecer a sus padres y por supuesto, estaba la casa de los espejos.  Era divertido entrar y ver las diferentes formas y posturas que reflejaban del cuerpo. Seguramente los conoces también, esos espejos divertidos que nos hacen ver más altas o más bajitas, más delgadas o más rellenitas, con postura erguida o bien como espiral.  Cada espejo mostraba una versión distorsionada de quien se paraba frente a él. Podías elegir qué reflejo te gustaba más y tomarte una fotografía; en todos los reflejos era la misma persona, pero el reflejo no siempre era agradable a sus ojos, ni divertido.  Pasa lo mismo ahora con las  selfies, esas fotos que te tomas a ti misma con la cámara de tu celular; puedes tomar 10 fotos o 100 y elegir una donde te ves mejor para subirla a las redes sociales o ponerla de fondo de pantalla en tu dispositivo móvil.  Uno siempre puede retocar la imagen, usar filtros que oculten las arrugas, pecas y líneas de expresión; un efecto embellecedor que nos maquille un poco la ceja y delinee perfectamente los ojos al mismo tiempo que da sombra al párpado y brillo labial; y, por si fuera poco, también hay la función de adelgazar el rostro quitando el exceso de grasita en las mejillas y quitándote de encima al menos unos 3 kilos.  Y somos felices con ese reflejo, mostramos a otros lo bellas que somos. Pero ese reflejo es tan falso como el de los espejos de la feria de mi pueblo; es un reflejo que oculta nuestra realidad, un reflejo que nosotras en nuestras fuerzas y afán de parecer más jóvenes, más delgadas y perfectas, realizamos con un solo toque en la pantalla de nuestro celular.  Hay un espejo que nos muestra nuestro verdadero yo y no podemos (aunque queramos), arreglarlo o usar uno que otro filtro. No se puede. Ese espejo es la Palabra de Dios. 

#SinFiltro 

La Biblia es el único espejo que no distorsiona la realidad, es el único que muestra nuestra verdadera condición de pecado y que para nosotras puede pasar desapercibido.  “Porque si alguno es oidor de la palabra, y no hacedor, es semejante a un hombre que mira su rostro natural en un espejo; pues después de mirarse a sí mismo e irse, inmediatamente se olvida de qué clase de persona es. Pero el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será bienaventurado en lo que hace” (Stg. 1:23-25).  Cuando leemos la Palabra de Dios, nos confronta, nos muestra tal como somos, nos dice: “Hey, tú no estás bien, deja de auto justificarte, necesitas a Cristo.” Y es que cuando la leemos con el fin de que Dios nos revele y muestre lo que somos, no estaremos conformes, ni en paz con lo que nos refleja, pero no se queda ahí. No podemos desecharla como desecharíamos una selfie que no nos gusta porque, aunque nos refleja la condición de pecado que tenemos, también nos muestra la esperanza y el reflejo de cómo Dios nos ve en Cristo.  La Biblia es el único espejo que no distorsiona la realidad, es el único que muestra nuestra verdadera condición de pecado y que para nosotras puede pasar desapercibido.   Hay esperanza porque en ese espejo miramos a Cristo. Miramos lo que Él hizo por nosotras, miramos cómo podemos ser transformadas y perfeccionadas por Él, por Su gracia, por Su amor.  Es un espejo donde querrás volver una y otra vez a mirarte y ver a aquél que prometió restaurarte, transformarte, pero hay una cosa muy importante que no debemos olvidar:  “Sed hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos” (Stg. 1:22).  La Biblia nos muestra donde actuar y cambiar, pero si no lo tomamos en cuenta y dejamos que el Espíritu Santo nos moldee a la imagen de Cristo y no lo atesoramos en el corazón, seguiremos como cuando usamos filtros en las fotografías, tratando de engañar a otros de que todo está perfecto, pero la realidad es que no, no engañamos a nadie, no engañamos a Dios.   Quizá nos engañamos a nosotras mismas porque el quererno escuchar la voz de Diosen los pasajes que nos muestra de manera específica la condición de nuestro corazón y lo que debemos hacer para actuar de acuerdo con Su voluntad, es querer usar un filtro en la Biblia que oculte la verdadera condición de nuestro corazón.  Acerquémonos más al espejo de la Palabra de Dios con actitud humilde, con mansedumbre, con un espíritu enseñable para aceptar lo que nos mostrará de nosotras mismas, y que, aunque no nos guste el reflejo, recordemos que quien nos lo está mostrando nos conoce a la perfección y quiere lo mejor para nosotras, para nuestra santificación y para vivir en comunión con Él.  Acudamos día a día a ese bello y realista espejo porque en él encontraremos el rostro de nuestro Salvador, donde nos recuerda que, Su Espíritu Santo que mora en nosotras, nos ayudará a parecernos más a Cristo en el camino que nos queda por recorrer.

Karla de Fernandez

Karla de Fernández está casada con Jorge Carlos y es madre de Daniel, Santiago y Matías. Radican en Querétaro, México y son miembros de iglesia SOMA Querétaro. Karla ama discipular a sus hijos, es defensora del hogar y de la suficiencia de las Escrituras para dignificar el rol de la mujer en el hogar, como esposa, madre y hacedora de discípulos. Puedes encontrarla en X (https://twitter.com/karlowsky) Instagram (https://instagram.com/kardefernandez) y YouTube (https://youtube.com/@kardefernandez)

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