Recuerdo haber estado en el trabajo de un hermano de mi congregación que cumple tareas de control de calidad en una empresa productora, empacadora y exportadora de manzanas y peras, y donde se procesan más de 80.000 toneladas de fruta fresca por año. Ver el producto final, ordenado, limpio y finamente empacado es un deleite para la vista de cualquier visitante. Cientos de cajas en cámaras frías listas para ser exportadas y llevadas a los distintos mercados tanto nacionales como internacionales. Durante el recorrido a la planta empacadora mi amigo me mostró los diferentes lugares donde las máquinas trabajaban prácticamente 24 hs para tener el producto terminado y empacado. Lo interesante fue cuando me mostró una habitación donde había unas diez banquetas con una mesa de aluminio. Allí, me explicó él, se sientan las personas que procesan cada una de las manzanas, las cuales pasan por sus manos antes de continuar el recorrido hacia el empaque. Estas personas están debidamente informadas sobre lo que deben hacer y usan sus manos y su vista para determinar qué sirve y qué no sirve. Un proceso necesario, diario y continuo; ninguna máquina puede suplantar esta labor que solamente se lleva a cabo a través de la mano del hombre.
Información de lo alto
Cuando leemos la Biblia, nos estamos informando. Claro que no es cualquier tipo de información y tampoco lo consideramos primariamente de esa manera puesto que es la Palabra de Dios eterna e inspirada, toda ella (2 Tim. 3:16). Sin embargo, sí nos estamos informando. Es información espiritual que tiene el propósito de permitirnos conocer a Dios y afectar nuestras vidas hasta lo más profundo (Heb. 4:12) A medida que avanzamos en nuestro hábito y extensión de la lectura, tanto más nuestro cerebro incorporará nombres, historias, circunstancias y enseñanzas. Decimos que estas cosas deben afectar nuestro corazón para que sean de verdadero provecho (Sal. 119:9-11). La Palabra de Dios es información espiritual, es la sabiduría de lo alto y sus beneficios son incomparables (Stgo. 3:17) La Biblia menciona en reiteradas ocasiones la relevancia que tiene saber las cosas. Salomón dice en Proverbios 9:9 “Da instrucción al sabio, y será aún más sabio, enseña al justo, y aumentará su saber”. David tenía una promesa específica de parte de Dios en Salmo 32:8 “Yo te haré saber y te enseñaré el camino en que debes andar; te aconsejaré con mis ojos puestos en ti.” Jesús dijo a sus discípulos que luego de su partida, el Espíritu Santo sería el encargado de pasar la información a ellos sobre todo lo que habían oído de él, “Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir” (Jn. 16:13). La manera en que somos salvos es porque escuchamos las buenas nuevas que es la información que el evangelio nos provee sobre Dios, sobre el hombre, sobre Cristo y la necesidad que tenemos de arrepentirnos y creer. Quizá un texto que lo deja bien en claro es Efesios 1:13 “En él también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados en él con el Espíritu Santo de la promesa”. Escuchamos, creímos, recibimos salvación. Es información de lo alto. Pero no solamente para el inicio de la vida cristiana esto es verdad, sino para su continuación. De hecho, el apóstol Pablo dijo a los efesios mismos que para que ellos pudieran comprender su ministerio, debían leer con atención para entender, “que por revelación me fue dado a conocer el misterio, tal como antes os escribí brevemente. En vista de lo cual, leyendo, podréis comprender mi discernimiento del misterio de Cristo” (Ef. 3:3-4). Dios ha dado su revelación para que nosotros podamos ser salvos y para que tengamos siempre todo lo que necesitamos para nuestro crecimiento espiritual (1 Ped. 1:25-2:1-3).
Necesitamos procesar la información
Sin embargo, es menester que tengamos en mente y lo recordemos a menudo, que la información no es suficiente a menos que sea procesada correctamente, es decir, tomando en cuenta lo que recibimos con el fin de poner en práctica lo que sea necesario. Luego de una de las instrucciones más valiosas que puedan ser dadas a un pastor por parte del apóstol Pablo en 2 Timoteo 2:1-6; él añade, “Considera lo que digo, pues el Señor te dará entendimiento en todo” (2 Ti. 2:7). La palabra “considera” aparece 12 veces en el NT, pero solamente en 2 Timoteo 2:7 se traduce como “considerar”. El diccionario lo define como “Reflexionar con atención y detenimiento para formar una opinión sobre algo”. El significado etimológico de esta palabra surge de un compuesto de dos vocablos (con – en conjunto – siderar – sideral, estrellas), debido a que antiguamente las personas se juntarían para observar con detenimiento las estrellas y conocer qué les deparaba el futuro. Nosotros no hacemos eso, pero sí reconocemos que es imprescindible apropiarse de las verdades que están en la Palabra de Dios. El procesamiento de lo que leemos es la práctica de la consideración de lo leído y esto, como la digestión, requiere tiempo y disciplina.
El gran enemigo
Vivimos en un mundo cada vez más automatizado, que nos permite hacer más cosas y nos hace creer que de esta manera seremos más productivos y más eficientes. En definitiva, nos permite ir más rápido, y tener más tiempo. Como lo ejemplifica Jared Wilson en su libro “The Imperfect Disciple” (El Discípulo Imperfecto) “El microondas no crea tiempo libre. Libera tiempo para que nos llenemos de otras cosas, y eso es justo lo que hemos hecho. Podemos pensar que ver la televisión o navegar por la web o jugar a videojuegos es todo tiempo de ocio, y a menudo lo es, pero la conexión constante con el ruido artificial –visual, auditivo, o ambos– apaga gradualmente nuestro espíritu” [Wilson, “The Imperfect Disciple” (2017)]. Bien dicho. Naturalmente nuestros corazones se inclinan a vivir para sí mismos, y aparte de la obra del Espíritu Santo en nosotros, no podremos desligarnos de este terrible pecado de egoísmo. Pero él no obrará sino es a través de la Palabra de Dios, ya que su propósito es santificarnos (Jn. 17:17). La santificación requiere que procesemos atentamente lo que leemos para no olvidarlo, como lo dijo Santiago, “Pero el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será bienaventurado en lo que hace” (1:25). Pero las constantes interrupciones a las que sucumbimos, incluyendo las que ocasiona el uso descuidado de la tecnología, han destruido la capacidad del procesamiento de la Palabra de Dios en nuestros corazones. Se ha perdido el hábito de meditar y considerar. Todo es más fácil con frases cortas, citas de predicadores y pequeños videos de extractos de mensajes que podemos compartir en redes sociales o con nuestros teléfonos celulares. No hemos terminado de compartir una cosa cuando ya recibimos otra, y no tenemos tiempo para permitir que la verdad contenida afecte nuestro presente inmediato. Mientras tanto, Dios sigue siendo el mismo que hizo el mundo un día a la vez en el lapso de seis, sin apuro.
Sentarnos a procesar
Como los empleados en el trabajo de mi amigo que, sentados procesan la fruta con atención; también nosotros debemos “sentarnos” a considerar más atentamente lo que leemos. No existe otro método mejor que hacer una pausa en nuestra lectura de la Palabra de Dios. Es un hábito al cual debemos dedicarle atención y que está ampliamente respaldado por la Biblia misma (Jos. 1:8; Sal. 1:2; 4:4; 19:14; 27:4; Fil. 4:8, entre otros). Piensa por ejemplo en este texto, “Porque todo lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza” (Rom. 15:4). ¿Te has puesto a pensar cómo la lectura de la Palabra de Dios puede traer paciencia, consuelo y esperanza? Quizá no. Pero esto es lo que dice que provoca; y a menos que se procese adecuadamente la información divinamente inspirada, la lectura será solamente acumulación de datos que no derivarán en provecho alguno. Mientras no dediquemos tiempo de calidad a la Palabra de Dios, seguiremos en el camino de la mediocridad y estaremos cada vez más lejos de la excelencia por la cual y para la cual hemos sido llamados (2 Ped. 1:3 y 1 Ped. 2:9 “virtud” es la palabra “excelencia” en el griego). A continuación, te comparto algunos consejos para lograr una mayor asimilación de la lectura bíblica.
- Lee sistemáticamente, no de manera salteada. Usa un plan de lectura.
- Lee lo más temprano que puedas. Aunque algunos piensan que en la noche es el momento más tranquilo, la mente está cansada por las actividades del día.
- Apaga toda la conexión de internet y datos de tu teléfono o computadora, evita tener estas cosas activadas o te distraerán indefectiblemente.
- Haz preguntas al texto. Esto no es nuevo, es parte del conocido método inductivo que implica, observar, interpretar y aplicar. Pregunta al texto ¿quién? ¿cómo? ¿dónde? ¿cuándo? ¿para qué? ¿por qué?
- Escoge un texto y memorízalo. Escoge una palabra y conoce su verdadero significado bíblico.
- Ora cuando lees; Salmo 119:18 es una buena oración. Es bien conocida.
- Confiesa al Señor tu distracción de tiempo anterior y ruega por concentración. El mundo, la carne y el diablo son muy hábiles para distraer.
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