[dropcap]M[/dropcap]i lectura matinal de hoy me llevó al capítulo cuatro de Efesios. Este es un capítulo que fundamentalmente aborda el tema de la unidad dentro del cuerpo de Cristo. En los primeros tres capítulos del libro, Pablo ha establecido el marco teológico para la vida de buenas obras que describe en los últimos tres capítulos. El primer tema que analiza al respecto es la unidad. Él incentiva a los creyentes a vivir juntos con humildad y paciencia, soportándose unos a otros y manteniendo la unidad del Espíritu. La palabra «uno» aparece siete veces en solo tres versos, enfatizando la unidad que el Señor espera de su familia. Luego de haber analizado la importancia de la unidad, Pablo procede a mostrar de qué manera se forma y se mantiene esta unidad. La unidad es un tema común en el Nuevo Testamento, ¿no es es así? Pablo habla de ella en 1 Corintios 1:10, donde leemos: «Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito». Entre las últimas palabras de Jesús a sus apóstoles hubo una bella y potente oración por la unidad que nos quedó registrada en Juan 17. «No ruego solo por estos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí» (Juan 17:20-23). Pedro y otros escritores bíblicos también abordan el asunto. Está claro que la unidad es un importante elemento de la vida cristiana. Tal vez el más claro ejemplo de este tipo de unidad se nos muestra en el libro de Hechos. En Hechos 5 leemos: «Por medio de los apóstoles ocurrían muchas señales y prodigios entre el pueblo; y todos los creyentes se reunían de común acuerdo en el Pórtico de Salomón. Nadie entre el pueblo se atrevía a juntarse con ellos, aunque los elogiaban. Y seguía aumentando el número de los que confiaban en el Señor. Era tal la multitud de hombres y mujeres…» (Hechos 5:12-15). Esta unidad se basaba en una unidad de doctrina, y eso se confirmaba en la práctica. En los capítulos anteriores, Lucas escribe: «Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar. Nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartían. Los apóstoles, a su vez, con gran poder seguían dando testimonio de la resurrección del Señor Jesús. La gracia de Dios se derramaba abundantemente sobre todos ellos, pues no había ningún necesitado en la comunidad. Quienes poseían casas o terrenos los vendían, llevaban el dinero de las ventas y lo entregaban a los apóstoles para que se distribuyera a cada uno según su necesidad» (Hechos 4:32-35). Desde luego, existen dos tipos de unidad. Está la unidad de un cristiano con otro, y la unidad de un grupo de cristianos profesos con otro. Si bien parece claro que los escritores bíblicos estaban hablando principalmente de relaciones interpersonales, sus palabras sin duda también son válidas para las relaciones más amplias entre grupos. Las denominaciones bautistas y presbiterianas pueden aprender tanto de las palabras de Pablo en sus relaciones como pueden hacerlo dos miembros de una iglesia local que experimentan conflicto en su relación. Lamentablemente, en nuestros días pareciera que la unidad, especialmente la unidad entre grupos de cristianos profesos, suele llegar a expensas de la teología. En su obra maestra Evangelicalism Divided, Iain Murray dice: «El llamado ecuménico [de mediados del siglo XX] no fue por la verdad y la sal; fue primordialmente para la unidad: mientras mayor fuera la unidad de “la iglesia”, se afirmaba con seguridad, más fuerte sería la impresión causada en el mundo; y para alcanzar ese fin las iglesias debían ser inclusivas y tolerantes. Pero la iglesia nunca ha cambiado el mundo poniendo la unidad por delante. En ningún punto de la historia de la iglesia la mera unidad de los números ha causado alguna transformación espiritual en los demás. Al contrario, fue precisamente en el periodo conocido como “la edad oscura” cuando el papado pudo afirmar su mayor unidad en Europa occidental». El movimiento ecuménico de nuestros días sigue quitando importancia a la teología. Desde luego, ninguno de los principales actores del movimiento lo admitiría, pero si vamos a tener unidad con la Iglesia Católica Romana, debemos estar dispuestos a abandonar aquellas incómodas «solas» que suelen entrometerse. Si vamos a tener unidad con los mormones, debemos estar dispuestos a permitir cierto margen en cuanto a la divinidad de Jesús. Y así sucesivamente. Pero la unidad por la que Cristo ora para que nosotros la alcancemos, y que Pablo nos exhorta que ejemplifiquemos, no es una unidad basada en el abandono de las diferencias doctrinales para que podamos encontrarnos en el mínimo común denominador. No es una unidad basada en mezclar las «iglesias» entre sí. La unidad que Cristo imploró a nuestro favor es una unidad de personas que conocen y confían en Cristo. Es una unidad en las verdades de la Escritura, verdades despreciadas por el mundo, pero amadas y estimadas por los creyentes. Es una unidad que, como dice Murray, «vincula a sus miembros [de Cristo] en amor» (Evangelicalism Divided, p. 291). Esta verdad se me hizo especialmente clara esta mañana al leer Efesios 4. En los versos 11 al 16, Pablo describe los medios para obtener esta unidad. «Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo. Así ya no seremos niños, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas». Y esta mañana me doy cuenta de que el ministerio de enseñanza, que hoy es llevado a cabo por los pastores de las iglesias locales, es un ministerio de unidad. ¡Como si el ministerio pastoral no fuera ya lo bastante difícil! Los pastores deben enseñar a su pueblo la sana doctrina que a su vez inspirará la unidad entre los verdaderos creyentes. El sólido fundamento de la sana doctrina impedirá que la gente sea zarandeada y arrastrada por todo viento de doctrina. Es una falta de doctrina lo que promueve una falsa unidad, y una fuerte teología bíblica lo que promueve la verdadera unidad. Nuestros pastores están llamados a ayudarnos a crecer «hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo» (v. 15). Es a partir de Cristo que el cuerpo se une, se articula en la verdadera unidad. Así que, si queremos tener unidad, debemos tener teología. Debemos compartir, profesar y disfrutar la unidad con otros creyentes, incluso aquellos que no comparten ciertas doctrinas «menores». Esto no implica que alguna doctrina no sea importante, pero algunas son más importantes que otras. J. C. Ryle observó sabiamente que los creyentes deberían «mantener los muros de separación lo más bajo posible, y estrecharse la mano sobre ellos tan a menudo como sea posible». Pero hay momentos en los que debemos rechazar la unidad debido a la mayor importancia de la verdad y la sana doctrina. Para repetir las palabras de Murray, «la iglesia nunca ha cambiado el mundo poniendo la unidad por delante». Y nunca lo hará.

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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