[dropcap]L[/dropcap]igonier Ministries acaba de anunciar que R. C. Sproul ha fallecido. Pero no creo que él quisiera que lloráramos por ello. «Pueden afligirse por mí la semana anterior a mi muerte si estoy asustado y sufriendo dolor», dijo él una vez, «pero cuando exhale mi último fugaz aliento y mi alma inmortal vuele al cielo, voy ir saltando sobre los hidrantes por las calles de oro…». Así que, para honrar su memoria, no voy a llorar. Pero voy a escribir. Yo le debo mucho a R. C. Sproul. Dios, en su providencia, lo usó en mi vida de formas profundas. Por lo que recuerdo, el primer libro cristiano que tuve fue uno suyo. Mis padres me regalaron Siguiendo a Cristo cuando aún era adolescente. Uno de los primeros libros que leí siendo adulto también fue uno suyo: La santidad de Dios, y aún lo califico como e libro que me ha formado más que ningún otro. Uno de los sermones más potentes que he escuchado fue suyo: «El tema de la maldición en la expiación», en la conferencia Juntos por el Evangelio 2008. Uno de los ministerios que más me ha bendecido también estaba a su cargo: Ligonier me ha impactado más profundamente de lo que puedo expresar con facilidad. En muchos sentidos puedo examinar mi crecimiento como cristiano en directa proporción con mi exposición a la influencia del Dr. Sproul. Dudo que haya una forma legítima de medir este tipo de cosas, pero sospecho que hay más de R. C. Sproul en mis creencias y conducta que cualquier otro maestro. Por lo tanto, no es menor la tristeza al enterarme de que él ha fallecido. Pero no es menor la alegría al saber que se ha ido para estar con el Señor. Después de todo, la Biblia dice que partir de esta vida es muchísimo mejor, porque solo entonces podemos —él puede— estar con el Señor (Filipenses 1:23). Al igual que tú, fui testigo de su evidente deterioro físico en los últimos años y me dolí por él en su debilidad y dolor. Al igual que tú, lo vi dejar de viajar y comenzar a recibir ayuda extra con su respiración y movilidad. Pero, al igual que tú, vi que su mente mantuvo la agudeza, su ánimo se mantuvo incansable, y su enseñanza creció en poder, claridad y autoridad a medida que llegó a entender que le quedaban pocos sermones por predicar, pocos libros que escribir, pocas series que enseñar. J.I. Packer, escribiendo sobre la vejez, dijo una vez: «Los corredores en una carrera de distancia… siempre tratan de guardar una reserva para la recta final. Y creo que, en tanto que nuestra salud física lo permita, deberíamos intentar ser hallados corriendo el último tramo de la carera de nuestra vida cristiana a toda máquina, como diríamos. La recta final, insisto, debería ser una carrera de velocidad». No cabe duda de que, en las formas que más importan, el Dr. Sproul acabó su carrera a toda velocidad. Ante la noticia de que había cruzado la línea de meta, me entristecí y me alegré a la vez. Me entristece la pérdida de alguien que ha significado mucho para mí, y me alegra que haya entrado a su recompensa, que se haya encontrado con el Salvador que él amó tan entrañablemente y sirvió con tanta constancia. Sin duda él peleó la buena batalla, acabó la carrera, y guardó la fe. No cabe duda de que ha recibido su premio. Me encontré en contadas ocasiones con el Dr. Sproul y pasamos muy poco tiempo juntos. Pero las últimas palabras que me dijo son palabras que siempre recordaré con una sensación de lamento y expectativa. Yo había disfrutado un almuerzo con un amigo que trabaja para Ligonier y cuando regresamos a las oficinas del ministerio, el Dr. Sproul estaba allí para grabar un segmento de un breve video. Él se volvió hacia mí y me dijo: «Esperaba reunirme contigo para almorzar, pero me sentía demasiado cansado. La próxima vez». Lo tomo como una promesa, y pretendo cobrarle la palabra. La próxima vez.