Este artículo es la parte 1 de una serie de 7 publicaciones, la que muestra con bases bíblicas cómo tratar a aquellas personas que tienen opiniones distintas, especialmente a quienes difieren sobre la fe en Cristo.
Sección 1: ¿Qué deber tengo para con alguien que difiere de mí?
Somos llamados por el Señor a contender ardientemente por la fe (Judas 3). Eso no implica necesariamente ser contencioso, pero sí implica evitar la transigencia, defender lo que creemos, defender la verdad de Dios, sin echarse atrás en ningún momento en particular. De este modo, en varios puntos y en varios niveles, tenemos que reunirnos con gente con quienes no estamos de acuerdo. Discrepamos en algunas áreas de la doctrina cristiana. Discrepamos en algunos detalles de la administración de la iglesia. Discrepamos en la manera en que se deben perseguir algunas tareas eclesiásticas. Y, de hecho, si somos cuidadosos al observar los principios que desearía exponer, pienso que también podrían ser valiosos en los desacuerdos que hay fuera del ámbito religioso. También podrían aplicarse a los desacuerdos en la política, en las dificultades con las personas en tu trabajo, en una fricción dentro de la familia, en las contiendas entre esposo y esposa o entre padres e hijos. ¿Quién no se encuentra, de vez en cuando, con gente con quien no se está completamente de acuerdo?; por tanto, es bueno que busquemos descubrir ciertos principios básicos a través de los cuales podamos relacionarnos con los que difieren de nosotros. Parece extraño que uno debiera tener el deseo de hablar de la teología polémica, pues en la actualidad vivimos en un tiempo en que la gente común y corriente está más interesada en el ecumenismo y en ser conciliadora que en la controversia. Además, la teología polémica parece haber sido frecuentemente poco efectiva. Los cristianos, en muchos casos, no han logrado ganarles a sus opositores. Más bien, se han mostrado intratables; han sorteado algunas prescripciones claramente importantes de las Escrituras y al final, no han convencido a mucha gente. ¡A veces, ni siquiera han logrado convencerse a sí mismos! Bajo tales circunstancias, alguien tal vez podría desear sortear un tema como éste. Con el fin de abordar este tema, hay tres preguntas importantes que debemos hacernos; y quisiera insistir encarecidamente en que, a mi juicio, necesitamos hacernos estas preguntas precisamente en el orden correcto: (1) ¿Qué deber tengo para con alguien que difiere de mí? (2) ¿Qué puedo aprender de alguien que difiere de mí? (3) ¿Cómo puedo convivir con alguien que difiere de mí? Muchas personas pasan por alto las dos primeras preguntas y saltan de inmediato a: “¿Cómo puedo convivir con esto? ¿Cómo puedo arrojar a esta persona al suelo para acabar con las objeciones y diferencias?” Obviamente, si vamos directamente a la tercera pregunta desde el comienzo, es probable que no tendremos mucho éxito en ganarles a los disidentes. Por tanto sugiero, antes que nada, que necesitamos tratar directamente el tema de nuestros deberes. Tenemos obligaciones para con los que difieren de nosotros. Eso no implica estar de acuerdo con ellos. Tenemos un deber en cuanto a la verdad como prioridad por encima del acuerdo con cualquier persona en particular; si alguien no está en la verdad, no tenemos derecho alguno de estar de acuerdo. No tenemos derecho siquiera de restarle importancia a la diferencia; y por tanto, no le debemos el concenso, y no le debemos indiferencia. Pero lo que le debemos a esa persona que difiere de nosotros, quienquiera que pudiera ser, es lo que le debemos a todo ser humano: el deber de amarlo y de tratarlo como queremos que se nos trate a nosotros. (Mateo 7:12) ¿Y cómo queremos que se nos trate? Bueno, lo primero que notamos aquí es que queremos que la gente sepa lo que estamos diciendo o lo que queremos decir. Hay, por tanto, un deber si vamos a expresar nuestras diferencias para esforzarnos seriamente por conocer a la persona con quien diferimos. Esta persona puede tener libros o artículos publicados. Luego, tenemos un deber de estar familiarizados con estos escritos. No es apropiado que nosotros expresemos nuestras diferencias marcadas si somos descuidados en leer lo que hay disponible. La persona que difiere de nosotros debe tener evidencias de que hemos leído cuidadosamente lo que fue escrito y de que hemos intentado comprender lo que quiso decir. En el caso de un intercambio oral donde no contamos con un escrito, tenemos el deber de escuchar con cuidado a la persona que difiere de nosotros para ver lo que dice. En vez de prepararnos para atacar a la persona en el momento en que deja de hablar, debemos concentrarnos en comprender con precisión lo que sostiene la otra persona. En este respecto, afirmo que el Dr. Cornelius Van Til nos ha dejado un ejemplo espléndido. Como sabrán, él expresaba objeciones fuertes a la teología de Karl Barth. El desacuerdo era tal que Barth afirmaba que Van Til simplemente no lo comprendía. Para mí ha sido un gran privilegio estar en la oficina de Dr. Van Til y ver con mis propios ojos los tomos enormes de “Kirchliche Dogmatik” de Barth (en efecto, estos volúmenes eran los textos originales en alemán, no una traducción en inglés). Mientras hojeaba aquellos libros, puedo testificar que no veía una sola página que no tuviera subrayados, doble subrayados, notas al margen, signos de exclamación y de interrogación. Por tanto, aquí tenemos a alguien que ciertamente no dijo, “Conozco muy bien a Karl Barth; entiendo su postura; no necesito seguir leyendo nada de él; puedo seguir adelante con lo que tengo”. Cada uno de los volúmenes, incluso los de publicación más reciente, daban evidencia de un escrutinio muy, muy minucioso. Así que cuando tengamos la intención de tratar un tema con alguien, necesitamos hacer el trabajo que sea necesario para conocer a la persona a fin de evitar expresar nuestra crítica sin tener conocimiento, y proceder con la ventaja de estar familiarizados verdaderamente con ella.