Llegar a pastorear una iglesia existente es entrar a formar parte de una familia. A medida que revisas los archivos, ves las fotografías, lees las cartas antiguas de esta iglesia y observas sus altibajos a lo largo de los años, tienes la oportunidad de reflexionar sobre la vida y el carácter de quienes pastorearon allí antes que tú. Todo esto se siente un poco como conocer a parientes lejanos. En la iglesia que pastoreo hay una larga lista de pastores que se remonta al año 1839, y no fue mucho tiempo después de que abrí la gran puerta de hierro estilo banco, que adquirí un especial interés en Frank Ellis. Él era el pastor de nuestra iglesia cuando esta tenía otro nombre, de 1880-1884. Guy Mitchell, el mismísimo historiador de la iglesia, produjo un impresionante escrito no publicado a mediados del siglo XX titulado “Historia de Tremont Temple”. En él, Mitchell reflexiona sobre el breve liderazgo de Ellis como pastor: Aunque la mayoría de las situaciones negativas que surgieron durante el pastorado del Dr. Ellis tenían un lado positivo, había una que arrojaba una sombra deprimente sobre el espíritu de este pastor. Era la sombra de la sección superior de su auditorio no iluminada por los rostros de quienes no asistían al culto divino. Él deseaba mucho ver esa sección llena y se dio cuenta de que su ministerio no sería considerado a la altura del estándar requerido si él predicaba en una casa parcialmente llena. Nadie sintió su fracaso a este respecto más que él, y después de un valiente intento durante cuatro años, decidió abandonar el esfuerzo. Renunció a su pastorado y terminó sus labores el 4 de noviembre de 1884, e inmediatamente fue a Baltimore para predicar en una iglesia donde no había una sección superior en el auditorio. ¿Soy llamado? Una convocatoria para el ministerio pastoral por Dave Harvey – Reseña Si Mitchell está en lo correcto, Ellis abandonó su cargo derrotado. El “estándar requerido” no se había cumplido. La sección superior no se había llenado. Él no la había llenado. Y así, después de cuatro años y medio, llegó el momento de alistar el caballo y la carreta, y emprender el camino para plantar el evangelio en un suelo más blando, en una iglesia más grande y adecuada para sus dones. Al considerar a este hombre y su ministerio, la bóveda polvorienta de los archivos ofrece algunas pistas que pueden ayudarnos a comprender su difícil situación. En un documento aparte escrito por Mitchell llamado Historical Sketchbook [Cuaderno de Bocetos Históricos], escribió que Ellis era “un hombre extremadamente sensible, con metas y ambiciones muy altas y que fácilmente era perturbado por cualquier aparente fracaso en alcanzarlas”. Parece que Ellis pudo haber tenido la peligrosa combinación de ambición elevada y piel delgada, como un bombero que corre hacia las llamas sin su traje. Aquí hay una pista más para entender a Ellis: su predecesor fue un pilar pastoral. George C. Lorimer nació en Edimburgo, Escocia y llegó a los Estados Unidos como aspirante a actor. Era carismático, atractivo en apariencia y amado por la congregación. Su reputación como predicador y autor era célebre tanto en los Estados Unidos como en el extranjero. Así que Ellis siguió directamente después de esta celebridad cuyo ministerio de 21 años en el púlpito llenó regularmente el salón principal. También es claro gracias a dos grandes volúmenes de minuciosos registros de la asistencia a las reuniones, que la membresía bajó durante los días de Ellis, algo que nunca sucedió en los días de Lorimer. Es difícil relevar a un querido pastor, especialmente a uno que tuvo una presencia tan dominante en el púlpito. Pero tal vez el mayor golpe contra Ellis, según el relato de Mitchell, fue la forma en que él percibió su propio éxito. Para Ellis, el éxito se trababa de un juego de números. Pero es exactamente esta visión de la productividad en el ministerio que perjudica e incluso hace naufragar a pastores talentosos. Mucho peor, deja iglesias lideradas por pastores que son como maridos con un ojo desviado: nunca satisfechos, siempre mirando más allá de su esposa porque ella no es suficiente. Pastores, aquí hay cinco estímulos que nos ayudarán a evitar que “hagamos la de Ellis”.
1. Llena creyentes, no edificios
La medida de un ministerio del púlpito no es su anchura, sino su profundidad. Cegados por el orgullo y la idolatría del éxito, muy a menudo equiparamos la bendición de Dios con una gran congregación y el éxito llenando los asientos. Pero nuestro mayor deseo como pastores debería ser que los corazones de nuestros de oyentes sean formados a la imagen de Cristo. En Efesios 4, encontramos que Dios le ha otorgado a la iglesia predicadores “para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (v. 12-13). Para Pablo, el crecimiento que proviene de la Palabra de Dios está esencialmente relacionado con la profundidad, no con la anchura. La carga de los apóstoles era ver al pueblo de Dios crecer en madurez. Si nuestra medida para el éxito en el ministerio es la cantidad de asientos que llenamos un domingo, nuestros objetivos son diferentes a los de Jesús, y ese nunca es un lugar seguro donde estar.
2. Llena tus propios zapatos, no los del último pastor
Para Ellis, y para cada nuevo pastor llamado a una iglesia ya conformada, hay expectativas de cómo debería ser su ministerio. Habrá quienes digan: “¡Así no es como el pastor (inserte el nombre del predecesor aquí) solía hacerlo!”. Pero uno de los errores más graves que podemos cometer tempranamente, es compararnos con el último sujeto. Si él fue amado, nos sentiremos abrumados cuando nuestra gente no nos responda del mismo modo. Por otro lado, si fue despreciado, nuestros corazones se llenarán de orgullo cuando percibamos que la gente nos ama más. Nada de esto es saludable. Mira hacia adelante y hacia arriba.
3. Ruega a Dios por piel más gruesa.
Si estamos a la defensiva porque siempre sentimos que la gente está decepcionada con la falta de frutos de nuestro ministerio, entonces ellos se marchitarán junto con nosotros. Nadie quiere seguir a un pastor tímido. En cambio, debemos recibir de Dios el ministerio que Él desea para nosotros y para Su pueblo. ¿No es Él más sabio que nosotros? Hay congregaciones de todos los tamaños, y Dios las ama a todas. Recibe el ministerio que Dios ha pensado para ti, y siéntete orgulloso de él.
4. Alaba a Dios por todos sus frutos, no sólo por los visibles
¿Cómo podemos celebrar los ministerios fructíferos de Jeremías y Adoniram Judson y luego lamentarnos cuando vemos poco fruto en nuestras propias iglesias? Estos dos hombres de antaño eran fieles en el huerto, incluso cuando solo unos cuantos frutos parecían colgar del árbol. Del mismo modo, gran parte del fruto dentro de nuestros propios huertos está oculto. Jesús habló del reino como una semilla en crecimiento. Incluso mientras dormimos, crece. No lo vemos, y ciertamente no lo causamos. Pero hay una cosa que sí sabemos: el crecimiento piadoso a menudo está oculto a nuestra vista. Para la mayoría de nosotros que tendemos a hincharnos de orgullo al ver cualquier cosa que aparente fruto en nuestras iglesias, el fruto oculto es parte del sabio plan de Dios para mantenernos humildes. Alaba a Dios por lo que puedes ver. Pero no te olvides de alabarlo regularmente por todo lo que no puedes ver.
5. Encuentra tu identidad en Cristo
Pastores, su identidad no es la de un pastor. Es la de un hijo amado de Dios. Dios nos ha salvado de nuestros pecados al enviar a Jesús a soportar la ira que merecíamos por nuestros pecados contra Él. Nadie en una crisis de identidad puede ser un pastor efectivo. Si nuestra esperanza es cualquier cosa menos Jesús, seremos un traje vacío, o un blazer, si estás más a la moda que yo. Después de que Jesús envió a setenta y dos de sus discípulos, ellos le informaron sobre el trabajo bastante notable que habían hecho, incluyendo la expulsión de demonios. ¿Pero recuerdas lo que Jesús les dijo? “No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lc. 10:20). Algunos predicadores llenan estadios con una Biblia abierta. Y para algunos de estos “predicadores”, abrir la Biblia es todo lo que hacen con ella. Entonces ¿por qué es que nosotros que ya deberíamos saber, hemos creído la idea de que lo más grande es lo mejor? Arrepintámonos de nuestro orgullo, nuestra idolatría del ministerio y nuestro descontento con el rebaño que Dios ha puesto bajo nuestro cuidado. Para muchos de nosotros, la falta de fruto visible nos tienta a hacer la de Ellis. Pero en lugar de juzgar a nuestras iglesias por lo que podemos ver, confiemos en Dios. Hay mucho más en una iglesia que sus números. Traducido por Samuel David Lasso Llanos.