Memorizar las Escrituras no es una tarea

La meditación no es un tiempo de vacaciones dentro del cronograma de actividades cristianas, sino un hábito diario.
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Hace varios años, luego de terminar mi estudio bíblico de la mañana, una idea pareció saltar en mi cabeza: memorizar Romanos. Es posible que ese día estuviera llena de gracia o que tal vez no había dormido lo suficiente; pero allí mismo decidí hacerlo. Me da un poco de vergüenza admitirlo, pero al principio memorizar Romanos parecía fácil. Dieciséis capítulos, siete mil palabras. “¡Esto podría hacerse en un año!”, pensé. Bien, en los siete años desde aquella decisión repentina —pasando por tres mudanzas, formar parte de la fuerza militar por matrimonio, vivir en Europa y quedar embarazada— estoy decidida a finalizar el capítulo 11 para finales de agosto. El proceso no ha sido rápido, con toda seguridad, pero ha sido inmensamente valioso. En estos últimos siete años, la memorización de las Escrituras se ha convertido en la forma más significativa y efectiva que he encontrado para cultivar mi fe. Por eso pienso que esta práctica constituye el primer paso para comenzar a desarrollar una disciplina perdida: la meditación.

Medita de día y de noche

Hoy es posible que en la iglesia no se oiga muy a menudo la palabra “meditación”, pero eso no significa que Dios no hable de ella. De hecho, las Escrituras hacen gran énfasis en la meditación como parte de la vida cotidiana de un creyente. David y los otros salmistas hablan con frecuencia sobre lo deleitoso y bienaventurado que resulta meditar en la Palabra de Dios: “¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los escarnecedores, sino que en la ley del Señor está su deleite, y en su ley medita de día y de noche! Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no se marchita; en todo lo que hace, prospera” (Sal. 1:1-3). El consejo de Dios para Josué, el nuevo líder de ese momento para Israel, fue simple. Le ordenó “meditar en [el libro de la ley] de día y de noche” (Jos. 1:8). María, la madre de Jesús, encontró fortaleza mientras “atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón” (Lc. 2:19). Pablo, el erudito y maestro, nos manda a meditar en “todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio” (Fil. 4:8). La meditación no es un tiempo de vacaciones dentro del cronograma de actividades cristianas, sino un hábito diario.

Cuatro beneficios de la meditación

Cuando repaso los últimos siete años, veo que se destacan cuatro beneficios producto de la meditación. Primero, la meditación es simple. Es completamente llevadera, puede realizarse en cualquier parte y en cualquier momento. Me ayuda a no depender de mis palabras para acercarme a la presencia de Dios. Segundo, la meditación es atractiva. La Palabra de Dios nos conduce, de una forma más efectiva que cualquier otra cosa, a la adoración y a la oración. El tiempo que he pasado memorizando y meditando en Romanos me ha enseñado que cuando no siento ganas de pasar tiempo con Jesús, todo lo que necesito son unos pocos minutos con su Palabra para cambiar mi corazón. Tercero, la meditación regular es transformadora, hace que la Palabra de Dios sea el barómetro para medir mi vida. La Biblia se convierte en el parámetro con el que evalúo mis elecciones diarias y me permite ubicar a Dios en el primer plano de mi mente. Meditar todos los días me orienta nuevamente a lo que es más importante, me recuerda lo que conozco sobre Dios y apaga mis distracciones. Cuarto, la meditación es personal. No hay ningún programa que seguir, ningún pensamiento ni oración prefabricada sobre la cual pueda apoyarme. No hay comentarios que hablen sobre las meditaciones de alguien más. Sólo somos la Palabra de Dios y yo. Interpretar la Biblia fomenta la curiosidad y la admiración, y aumenta mi deseo de estudiarla profundamente y de orar diariamente.

Tres consejos para memorizar

La memorización es una buena manera de comenzar a adquirir la disciplina de la meditación. Decir las palabras una y otra vez, y reflexionar sobre su significado puede encender la chispa que me llevó a emprender esta práctica. Al igual que cualquier programa nuevo o desafío, memorizar puede ser al principio realmente emocionante, pero para comprometerse a largo plazo estos consejos son primordiales: Primero, combina tu meditación con alguna actividad relajante. Durante años he recitado las palabras que intento memorizar mientras lavo los platos, saco a pasear el perro, en un viaje de larga distancia o mientras doblo la ropa. Estas tareas son muy sencillas y no tienen demasiadas distracciones, esto permite que mi energía mental esté dedicada, en gran parte, a la memorización. Segundo, siempre repasa primero lo que ya memorizaste y después agrega la parte nueva. Hacer esa revisión previa mantendrá fresco lo anterior y te permitirá avanzar. He descubierto que me cuesta recordar lo memorizado cuando intento agregar nuevos versículos. En mi programa actual, leo un capítulo de Romanos por día y luego avanzo lo que más puedo en el capítulo 11, agregando una sección de versículos cada semana y repitiendo cada nueva sección diez veces. Además, recito todo el libro de Romanos (hasta el capítulo 11) cada dos semanas. Tercero, deléitate; no te fuerces a hacerlo. Piensa que vas a sentarte a saborear una comida exquisita, disfruta cada bocado. No llenes tu plato para comértelo a presión, te perderás el sabor y la maestría de su preparación. Ir despacio es la mejor manera para transitar desde la memorización hasta la meditación. Regálate el tiempo para masticar las palabras mientras las dices y presta atención para ver si te encuentras con algunas ideas sorprendentes.

Sigue la travesía

Memorizar Romanos se ha convertido en una buena analogía que representa mi diario caminar con Jesús. A veces estoy emocionada y hasta parecería estar teniendo un gran progreso. En otros momentos, por el contrario, siento que nunca podré terminar. Hay ocasiones en que ocurren algunos cambios alocados que se insertan en mi rutina y entonces siento como si estuviera comenzando de nuevo. Convertirte en cristiano y seguir este camino puede ser similar. Pienso que es algo bueno. Recordar mi debilidad y la fortaleza de Dios, así como mi indignidad y la fidelidad de Dios, evita que yo dependa de mí o de los vaivenes entre la alegría del éxito y la pena por el fracaso. Como dice John Piper: “Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en él”; y para mí, memorizar las Escrituras como meditación en la Palabra de Dios, es la mejor forma de experimentar la satisfacción de su autor. Artículo publicado por Desiring God | Traducido con permiso por Natalia Armando

Rue Walker

Rue Walker está sumergida leyendo libros para nuevos padres, tratando de saber cómo criar un pequeño milagro. Es una escritora independiente que vive en Alemania con su soldado y en la actualidad escribe un blog sobre viajes.

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