La adoración del Dios vivo y verdadero consiste esencialmente en entrar en una relación con Él en los términos que Él propone y en la forma que sólo Él hace posible”. [1]
¿Es este el entendimiento que tiene la iglesia moderna sobre la adoración?
Déjame adivinar: Cuando lees esta declaración, piensas en el tiempo de alabanzas de tu iglesia, ¿Cierto? Sin embargo, cuando hablamos de la “adoración” a Dios debemos pensar más como las Escrituras desean que pensemos y referirnos a “adoración” como una vida consagrada a Dios donde buscamos alabarle y exaltarle, tal y como Jesucristo entendió este término en Juan 4:23.
La adoración a Dios es presentada a lo largo de las Escrituras como algo más que una simple demostración externa, que se lleva a cabo en un lugar específico. Se nos presenta un cambio interior que solo lo produce el Espíritu de Dios por medio de su Palabra. Y si nos fijamos en la iglesia primitiva, cuando la misma se reunía, veremos que perseguían adorar a Dios de la manera que Él deseaba, como producto de la transformación y el nuevo nacimiento que el Espíritu Santo había traído a sus corazones. La iglesia primitiva cantaba las Escrituras, oraba las Escrituras, leía las Escrituras, predicaba las Escrituras y veía las Escrituras por medio del bautismo y la cena del Señor.
Y es en este sentido que muchos de los reformadores y parte de la iglesia por siglos entendieron que la adoración [2] en el culto público era determinada por Dios ya que Él nos dice cómo Él quiere y debe ser adorado, por lo que la Biblia debía regirlos sea explícita o implícitamente, no su creatividad. Ellos hablaron de:
- La sustancia, el contenido de los elementos o las partes de la adoración.
- Los elementos, los componentes o partes específicas.
- Las formas, la manera en la cual estos elementos son llevados a cabo.
- Las circunstancias de la adoración corporativa, o las cosas que demandan una decisión pero no están específicamente mandadas en las Escrituras. [3]
En el presente artículo solo me gustaría tomar en cuenta cómo estos elementos moldearon el entendimiento de la alabanza. En primer lugar, ellos entendían que los elementos de la adoración incluían, como ya mencionamos, el cantar las Escrituras (Ef. 5:19; Col. 3:16). En segundo lugar, la sustancia debía ser bíblica. No solo el utilizar las palabras que la Biblia utiliza sino también cantar todo aquello conforme a la sana doctrina. En tercer lugar, en cuanto a la forma habrán variaciones: distintas canciones y distintos tipos de cánticos (adoración, exaltación, agradecimiento, tristeza) pero es básicamente lo que el libro de los Salmos nos refleja. [4] Y en cuanto a las circunstancias, ya sea que cantemos parados o sentados, en un edificio o en un parque, o la hora en la cual cantamos todo “debería de ser ordenados por la luz de la naturaleza y prudencia cristiana, en acuerdo con las reglas generales de la Palabra” [5] (dígase, usar nuestro discernimiento para saber qué es lo más conveniente y que no vaya en contra a las Escrituras).
Si la iglesia moderna entendiera y exaltara estos principios como lo hizo la iglesia antigua, estaremos de acuerdo con el renombrado teólogo y pastor James M. Boice cuando dijo:
Los himnos antiguos expresan la teología de la iglesia en maneras profundas y perceptivas, y con un lenguaje atractivo, y memorable.” [6] >En contraste, “las canciones de hoy reflejan nuestra superficial o inexistente teología y hacen casi nada para elevar nuestros pensamientos acerca de Dios”.
[7] Lamentablemente, si nos descuidamos, veremos el cumplimiento de las siguientes palabras, “Los himnos de la iglesia hoy, se volverán su credo mañana”. Así que nuestro deseo de “cantar el Evangelio” o cantar las Escrituras va más allá de simplemente cantar explícitamente todo el plan de salvación (lo cual es bueno). Nuestro deseo es acompañar la predicación de la Palabra cantando las verdades de las Escrituras las cuales nos hablan de Dios y de nuestro gran Señor y Salvador Jesucristo (Luc. 24:27) para edificación de la iglesia (Col. 3:16, Ef. 5:18) y si a Dios le place, la conversión de impíos que escuchen su Palabra en nuestras canciones.
• También puedes leer el artículo de Mauricio Velarde: ¿Por qué cantar el evangelio?
REFERENCIAS:
1. David Peterson, En la Presencia de Dios (Barcelona; Andamio, 2003), 20. 2. Al hablar de adoración, me estoy refiriendo a algo aún mayor que simplemente el tiempo de alabanza. 3. Duncan, Give Praise to God, 23. 4. Intencionalmente no entraré en el tema de qué tipo de música, aunque entiendo que en tal caso podemos aplicar el principio de la Confesión de Westminster. 5. Confesión de Westminster, 1.6. 6. James Montgomery Boice citado por Ligon Duncan, Give Praise to God (New Jersey; P&R Publishing, 2011), 20. 7. Duncan, Give Praise to God, 20