Algunos de ustedes saben que sirvo en redes sociales recomendando libros que sean de edificación. Hace poco, un libro de un hermano causó revuelo en internet cuando varios videos se hicieron virales mostrando el contenido de dicho libro. Confieso que me dejé llevar por este trending topic. No me di a la tarea de leer el libro, de conocer al autor, nada. Sin embargo, me fue muy fácil sumarme a las críticas. Me dejé llevar por los videos que mostraban partes del libro asumiendo que era un contenido no bíblico. Sin embargo, Dios es bueno y me llamó a la corrección. ¿Cómo pude hablar de algo que no conocía? Caí en la pendiente resbaladiza de las redes sociales, prejuzgué y me condené. El apóstol Pablo dice en su carta a los Romanos: «Por tanto, ya no nos juzguemos los unos a los otros, sino más bien decidan esto: no poner obstáculo o piedra de tropiezo al hermano» (Ro. 14:13). El llamado más importante que me hizo Dios por haber prejuzgado fue ese, pude ser de tropiezo para el hermano al afirmar que no era buen material para leer. ¿Y saben qué? He sabido de personas que se han sentido consoladas en medio de su depresión, y que han vuelto a las Escrituras gracias a ese libro. De este ejemplo entendí que el regaño que recibí de parte de Dios fue por haber atacado directamente Su soberanía. ¿Quién soy para decirle a Dios qué medios utilizar para llegar a ciertas personas? Me pegó fuerte, hermanos. Sobre todo, porque ya ustedes saben que suelo ser imparcial al recomendar libros. He mencionado varias veces que hay libros que en lo personal no he disfrutado tanto, pero, los encuentro muy útiles para otras personas y que, por favor, no dejen de leerlos. Y a pesar de esto, caí de bruces. Hermanos, es muy fácil pecar, y más difícil es recibir el regaño del Señor. Es fuerte, duele y uno siente un peso enorme por haberle fallado a Dios, pero Él es bueno, y como seguido me recuerda un amigo: El Señor, a quien ama, disciplina. El peligro de prejuzgar radica en el fallo que cometemos como hermanos que aman, y como hijos de Dios que portan Su imagen. Si prejuzgamos, además de manera pública, podemos ser de tropiezo para otros, podemos herir a las personas que amamos y a quienes no conocemos, podemos perder amistades; y podemos caer más hondo si eso se vuelve un hábito, creando una vida de murmuración, chisme y difamación. Mateo 12:36 nos da una fuerte advertencia sobre el pecado de la lengua: «Pero Yo les digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio». ¡Ouch! Señor, ayúdanos a controlar lo que decimos, a moderar lo que sentimos y a que toda palabra que nazca de nuestros corazones sea purificada. Aquí una razón más para cultivar disciplinas espirituales como la oración y la lectura bíblica. Entre más cerca estamos de las Escrituras conocemos el carácter puro y santo de nuestro Dios, el cual debemos imitar. Discernimos mejor nuestros hábitos pecaminosos y si a esto le sumamos la práctica de la oración, estaremos más dispuestos a escuchar al Espíritu Santo en humildad, reverencia y obediencia. Dejémonos disciplinar por Dios, hermanos. Es una forma de crecimiento en nuestra relación con Él, que no debemos dejar pasar. Recordemos: «Hijo Mío, no tengas en poco la disciplina del Señor, ni te desanimes al ser reprendido por Él. Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo». (Heb. 12:6). Dios les bendiga.