La conferencia ha finalizado. Atrás quedaron los recuerdos de los momentos vividos que llenaron el corazón de gozo, aliento y desafíos espirituales a través de la predicación, la buena adoración, la comunión entre hermanos y la presentación de buenos recursos en literatura, audio y video. La iglesia de Cristo es bendecida grandemente con actividades como estas donde la palabra de Dios es enseñada, y especialmente si los responsables de traer los sermones son hombres humildes y que tienen las cualidades de un siervo que el Señor describe en las escrituras. No es poca cosa disfrutar en un ambiente ininterrumpido de enseñanzas y adoración centradas en la palabra de Dios y compartir en comunión con hermanos que ni siquiera conocíamos, pero con quienes tenemos una misma esperanza, un mismo sentir y un mismo celo y pasión: Jesucristo. El desarrollo de las actividades puede variar de un lugar a otro, pero lo que nunca tiene diferencia es la percepción de que Dios ha aprobado y bendecido una actividad organizada con tiempo y en oración. Y entonces, luego que todo esto ha acontecido, nos preguntamos, ¿qué sigue? Algunos pensamientos que pueden ayudarnos a participar de conferencias o eventos espirituales de manera favorable son los que comparto a continuación.
Una conferencia no es un fin en si misma
Cuando participamos de una conferencia tenemos que recordar que ésta no es un fin en sí misma. Lamentablemente muchos cristianos se han acostumbrado a agendar la fecha de conferencias como si la participación en la misma sea imprescindible para el desarrollo de su fe y su relación con Cristo. El propósito de la conferencia quizá se describe como una actividad que permite el desarrollo intenso de sermones basados en un tema en común y dados por medio de pastores que, aunque no se ponen de acuerdo específicamente sobre lo que enseñarán, si lo hacen en cuanto a qué fuente de autoridad utilizarán para exponer un tema relevante para la iglesia: La Palabra de Dios. Aparte de eso, la conferencia no es mejor que cualquier buen sermón que oigas en otro lado. No estar en una conferencia no te limita en tu relación con Dios, y participar de una tampoco te hace mejor cristiano.
Una conferencia no suplanta la iglesia local
Algunos cristianos participan de las conferencias como si estas tuvieran el entorno espiritual y el ambiente de adoración óptimo e ideal para que cualquier creyente se desarrolle espiritualmente como un cedro. Sin embargo, ningún cedro crece en el lapso de tres o cuatro días, aunque los zapallos sí lo hacen. Estas personas creen que estar expuestos a seis o siete mensajes en pocos días puede hacer lo que no logran cincuenta o más mensajes un un año en la iglesia local. Aquí hay un error. Aunque es cierto que hay los quienes participan de conferencias porque adolecen de enseñanza sana en sus iglesias, la premisa y principio permanecen inamovibles: La iglesia local es el organismo que el Nuevo Testamento sostiene como lugar insustituible para el desarrollo de la fe y práctica de cualquier hijo de Dios. El escritor de Hebreos dijo: “Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es el que prometió; y consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca.” – Hebreos 10:23-25. Estas cosas, aunque pueden ocurrir en una conferencia de tres o cuatro días, nunca pueden ocurrir periódicamente como lo es en la iglesia local, ni tampoco los concurrentes a una conferencia pueden exhortarse y animarse unos a otros con un conocimiento cabal de la circunstancia que vive cada uno, algo que sí es posible en la iglesia local puesto que se ven cada semana y se conocen mejor. Todos los mandatos de “los unos a los otros” del Nuevo Testamento fueron escritos a iglesias locales, no a grupos de personas que se veían una o dos veces al año para un evento organizado.
Una conferencia no suplanta la autoridad y el cuidado pastoral
No existe duda alguna que participar de una conferencia nos concede la chance de conocer y oír a hombres de Dios que han sido y son utilizados por Dios para bendecir a la iglesia de Cristo a través del mundo. No solamente sus enseñanzas en vivo sino también sus enseñanzas a través de libros y diferentes medios son herramientas útiles y eficaces en las manos de Dios. Todos conocemos casos de personas impactadas eficazmente por algunos de estos medios y a través del ministerio de estos hombres. Por eso agradecemos a Dios por la existencia de las conferencias bíblicas. Sin embargo, es más que probable que ninguno de los expositores invitados a la conferencia pueda conocernos o conocerte mejor que tu propio pastor, aquel que está domingo tras domingo en el púlpito y aquel que tiene mayor conocimiento tanto de tus fortalezas como tus debilidades y tus necesidades más profundas. Es muy común que durante las conferencias muchos creyentes se acerquen a uno de los predicadores para buscar una palabra de consejo solamente para encontrar que la respuesta que reciba a cambio será similar a la que su propio pastor le ha dado innumerables veces. La Biblia dice una vez más en Hebreos 13:7, “Acordaos de vuestros guías que os hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imitad su fe.” Los pastores a los que se refiere el autor de Hebreos son los pastores de las iglesias locales; aquellos que conocen sus ovejas, las atienden y las alimentan semanalmente. Ningún pastor que es invitado a una conferencia te conocerá mejor que tu propio pastor. A veces, hacer la misma pregunta que ya le has hecho a tu propio pastor es solamente una evidencia de que tal vez no quieres hacer lo que se te ha aconsejado y estás buscando opciones que favorezcan tus deseos.
Una conferencia debe llevarte a hacer más por tus hermanos y tu iglesia
Todo el entusiasmo y aliento que recibes en una conferencia es invaluable. Sin duda debes darle gracia a Dios por el privilegio de participar en ella y estar expuesto a escuchar enseñanzas correlativas sobre fundamentos bíblicos imprescindibles para la vida de un cristiano. Sin embargo, si estas cosas se transforman en fuegos artificiales más que en verdades permanentes que potencian tu servicio al Señor con los hermanos de tu congregación, entonces estás perdiendo de vista su verdadero valor. En las conferencias algunos toman decisiones que terminan siendo espasmódicas y no perennes. Sin un corazón preparado, difícilmente habrá consecuencias que perduran. En el libro de los Jueces, en el canto de Débora y Barac, la tribu de Rubén fue exhortada porque tuvo intenciones, pero no acciones para ir a la batalla contra Jabín, rey de Canaán; “entre las divisiones de Rubén había grandes resoluciones de corazón. ¿Por qué te sentaste entre los rediles, escuchando los toques de flauta para los rebaños?” Recordamos las palabras de Santiago cuando dice que debemos “recibir con humildad la palabra implantada”(1:21). La palabra “recibir” tiene la idea de un tapete de entrada en una casa que da la bienvenida al hogar al visitante. Así debe ser con la Palabra de Dios. Algunas veces en una conferencia esa es la manera que parece que algunos reciben la palabra de Dios, pero luego, nunca hay evidencias de esto en el ámbito de relación con los hermanos de la iglesia. El mismo Santiago dice que debemos ser “hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos.”(1:22). Una conferencia puede ser testigo de tus grandes decisiones, pero solamente los hermanos de tu iglesia pueden ser testigos de tus grandes acciones. Aprendamos a valorar siempre las conferencias bíblicas donde el nombre de Jesucristo es exaltado, donde la comunión y la adoración se tornan deliciosas y experimentalmente favorables, pero nunca olvidemos que es luego de estas actividades, en el entorno de tu iglesia, donde se ve la realidad de lo aprendido y donde Dios y otros son testigos veraces de una verdadera obra del Espíritu en tu vida.