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PRESENTADOR:
¿Cómo volvemos a tener una vida normal después de una pérdida que nos ha destrozado? La pregunta de hoy es de una mujer quebrantada llamada Andrea. “Querido pastor John”, escribe, “mi esposo partió para estar con el Señor hace dos meses después de una batalla de cuatro meses contra el cáncer de páncreas. Ambos éramos divorciados y nos conocimos hace cuatro años. Dios restauró nuestras vidas, y nos casamos hace tres años. Estoy muy agradecida de haber estado casada con mi difunto esposo. El Señor había restaurado nuestras vidas y nuestra relación. Tenía tanta alegría al vivir con alguien que me amaba tanto. Mi difunto esposo tenía un hijo, que ahora tiene veinte años. Esperábamos pasar el resto de nuestras vidas como una unidad familiar.
Pero nuestros felices días juntos fueron cortos, y nuestros mundos se derrumbaron. Nos aferramos a la Palabra de Dios, esperando una sanidad milagrosa hasta el final. No se sanó y no se recuperó. De hecho, al final sufrió mucho dolor. Muchos de nuestros amigos nos apoyaron y oraron por nosotros. Pero ahora, tras el fallecimiento de mi esposo, no encuentro ningún propósito en la vida. ¿Es normal sentirse así? Los amigos me preguntan cómo estoy, si voy a volver a trabajar. Solo puedo decir: ‘Estoy bien’. Pero en el fondo de mi corazón no estoy bien. ¿Cómo puedo seguir viviendo? Me pesa mucho el corazón. Intento escuchar sermones y leer la Biblia, pero nada parece llegar a mi corazón. Gracias y que Dios le bendiga”.
JOHN PIPER:
Andrea pregunta: “¿Es normal sentirse así?” —es decir, no ser capaz de encontrarle sentido a la vida tras la muerte de su esposo—. Hay tantos factores que afectan nuestro funcionamiento tras una pérdida importante que es difícil decir qué es normal. La situación de cada persona es tan diferente: diferencias de edad, diferencias de empleo, diferencias de salud, diferencias familiares, relaciones más amplias, iglesia, ubicación, dones, madurez, fe, y un largo etcétera. Hay tantas diferencias.
Pero creo que puedo decir, con cierto grado de certeza, que cuanto más se entrelaza tu vida con lo que has perdido, ya sea tu cónyuge, tu trabajo, tu salud, tu casa o tus hijos, más normal es que te sientas desorientada y sin rumbo. Eso es cierto. Así que creo que la respuesta estará más cerca de “Sí, es normal” que de “No, no es normal”.
La verdadera pregunta de Andrea, me parece, no es tanto: “¿Soy normal?”, sino: “¿Qué hago?”. Como ella dice: “¿Cómo puedo seguir viviendo?”. A continuación, deseo compartir algunas reflexiones de las Escrituras, porque es a Dios a quien tenemos que acudir en última instancia, ¿no es así?
1. Espera en el Señor
Lo primero que te diría es que esperes en el Señor. No asumas que lo que sientes hoy es lo que siempre sentirás. Con el tiempo, el Señor cambiará las cosas. Lo hará, y eso significa que esta es una temporada de espera señalada por Dios.
He aprendido esto durante años y años de observar mi propio corazón y de aconsejar a mucha gente. Las personas modernas en general, queremos soluciones rápidas a nuestros problemas. No nos gusta esperar, pero Dios rara vez tiene prisa. Es asombroso. Dios rara vez tiene prisa. Es casi como si prefiriera el ritmo lento de la sanidad y el fortalecimiento.
Al principio de mi ministerio —de hecho, seis semanas después de comenzar mi pastorado en el verano de 1980— prediqué un sermón sobre esperar basado en el Salmo 40. Se titula “En el hoyo con un rey”, porque David dice en el Salmo 40: “Esperé pacientemente al Señor”. Esa es la frase clave.
No dice cuánto tiempo esperó, y me alegro de que no nos dijera que fue una semana, un mes o un año. En lugar de eso, dice: “Esperé pacientemente al Señor, y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor” (Salmo 40:1). Sí, al final Dios responde. David continúa:
Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso;
Asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos.
Puso en mi boca un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios.
Muchos verán esto, y temerán
Y confiarán en el Señor (Salmo 40:2-3).
David recuerda una época de miseria. La llama el “hoyo” y el “lodo cenagoso”. En esta situación, nos cuenta su estrategia: esperar y clamar al Señor. De nuevo, no nos dice cuánto tiempo, si una semana, un mes o un año. Este es el llamado de todos los cristianos en diferentes grados, en diferentes momentos de esta vida. Nadie escapa. Todos nos encontraremos en temporadas en las que no tendremos más remedio que esperar al Señor, a menos que nos rebelemos y tiremos la toalla, lo cual sería muy necio.
David incluso nos da una explicación de lo que Dios estaba haciendo en este periodo de espera. Dice que al final Dios viene, pone sus pies en tierra firme y una canción en su boca. ¿Cuál es el resultado? “Muchos verán esto, y temerán y confiarán en el Señor”. En otras palabras, esto es evangelismo, y a veces ocurre en nuestras propias vidas. Dios atrae a la gente a confiar en Él cuando nos ven pasar por los hoyos en los que tenemos que esperar.
La espera de David y su eventual liberación fue, en efecto, para el bien de la fe de otras personas. Confiaron en el Señor porque la espera paciente de David les hizo confiar en el Señor. Uno de mis himnos favoritos lo dice así:
Él conoce el tiempo del gozo
Y verdaderamente lo enviará cuando lo vea oportuno,
Cuando te haya probado y purificado, como es debido,
Y te encuentre libre de todo engaño.
Así que, Andrea, Dios tiene Sus planes para tu temporada de pérdida, dolor e incluso falta de rumbo. Confía en Él. Espera pacientemente al Señor. Él vendrá. Salmo 23:3 dice: “Él restaura mi alma”. En este momento, tu alma se siente aturdida y sin respuesta, tal vez incluso muerta. Por eso debes esperar. Dios promete: “Yo te restauraré”. La palabra “restaurar” significa “hacer volver tu alma”. Es como si el alma estuviera consumida. Está entumecida. Está muerta. Dios dice: “Restauraré tu alma”.
2. Medita en la hermosura de Cristo
En segundo lugar, te diría que pienses mucho en la hermosura de Cristo junto con la hermosura de tu esposo. Cuando tu memoria recuerde experiencias dulces y maravillosas con tu esposo, deja que el poder de esos afectos intensifique tu amor por Cristo —porque Efesios 5 dice que tu matrimonio tenía ese objetivo principal—. El matrimonio está destinado a ser una representación, un drama del amor de Cristo por la iglesia y del compromiso de la iglesia con Cristo. Su finalidad es ayudarnos a sentir la maravilla y el placer de una relación con Cristo.
Cuando tus recuerdos traigan a tu mente y a tu corazón lo mucho que tú y tu esposo se amaban, lo comprometidos que estaban el uno con el otro, traduce esos afectos. También puedes utilizar la analogía musical de adaptar esos afectos a otra tonalidad, de modo que el amor conyugal se traduzca y se adapte a la música del amor a Cristo.
Puedes expresar algo así como si estuvieras hablando a tu esposo: “Te extraño mucho. Eras muy, muy valioso para mí. Hay un enorme hueco en mi vida donde tú estabas”. Luego dirígete a Cristo con palabras como estas: “Jesús, sé que eres aún más precioso para mí que él. Si no te tuviera a Ti, Jesús, me faltaría la vida misma. Habría en mi alma un gran hueco que no podría llenar. Pero te tengo a Ti, Jesús, y Tú eres mi verdadero esposo. Te ruego que me ayudes a sentir por Ti una mayor intensidad de lo que siento por el hombre que he perdido”.
Creo que la razón por la que Dios nos da tanto placer en nuestro cónyuge es para darnos a probar el placer que hay al pertenecer a Jesús. De ahí se deduce que el dolor que sentimos con la pérdida de nuestro cónyuge puede ser otra intensificación de lo que significa pertenecer a Cristo.
3. Ora que Dios examine tu corazón
En tercer lugar, te aconsejaría que ores el Salmo 139:23-24:
Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón;
Pruébame y conoce mis inquietudes.
Y ve si hay en mí camino malo,
Y guíame en el camino eterno.
La razón por la que digo esto es porque siempre debemos considerar honestamente la posibilidad de que nuestro amor por nuestro cónyuge pueda ser un amor desordenado, es decir, que pueda estar invadiendo nuestro amor por Jesús.
Jesús dijo: “El que ama al padre o a la madre más que a Mí, no es digno de Mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a Mí, no es digno de Mí” (Mateo 10:37). Deberíamos presentarnos regularmente ante el Señor y pedirle que nos revele nuestro corazón: “Señor, ¿hay algo, hay alguien que compita contigo por mis afectos supremos?”. Si esto ha sucedido, es casi seguro que la pérdida de esa persona nos incapacitará más de lo debido.
4. Aprende de esta temporada
Por último, mientras esperas que el Señor te devuelva el gozo y el propósito, pídele que te revele lo que quiere enseñarte en esta temporada que no podrías aprender de Él y de la vida cristiana de ninguna otra manera.
Digo esto por lo que leemos en el Salmo 119:67-71. Estos versículos son asombrosos. El versículo 67 dice: “Antes que fuera afligido, yo me descarrié, pero ahora guardo Tu palabra”. Luego está el versículo 71: “Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda Tus estatutos”.
En otras palabras, no desperdicies tu dolor, Andrea. No desperdicies esta temporada de pérdida. En ella, Dios tiene regalos para ti y, a través de ti, para los demás. Pregúntale cuáles son y aprovéchalos. Escríbelos en un diario y deja que te utilice en la vida de los demás. Él pondrá tus pies sobre una roca. Pondrá una nueva canción en tu boca. Muchos verán eso y temerán, y pondrán su confianza en el Señor.