Fue en los días más oscuros que Dios habló aquellas gloriosas palabras: “En los días de estos reyes, el Dios del cielo levantará un reino que jamás será destruido, y este reino no será entregado a otro pueblo; desmenuzará y pondrá fin a todos aquellos reinos, y él permanecerá para siempre” (Dan. 2:44). Aquí Martyn Lloyd-Jones comenta el aliento que esto debería traernos hoy: “ El rey Nabucodonosor tuvo ese sueño que solo Daniel pudo repetir e interpretar. Ahora bien, el momento preciso en que todo esto sucedió fue este: Los hijos de Israel, debido a sus pecados, habían sido conquistados por Babilonia y llevados al cautiverio. Jerusalén había sido destruida, el Templo estaba en ruinas, y todo aquello de lo que Israel se había enorgullecido, en cierto modo, yacía allí en una condición desolada y desesperada. La tierra estaba abandonada y los israelitas en cautiverio, de hecho, esclavizados, bajo el dominio de Nabucodonosor. Fue uno de los puntos más bajos de la historia de Israel. Eran el pueblo de Dios, el pueblo al que Dios había hecho sus promesas, pero aquí estaban en esta condición miserable y aparentemente sin esperanza. Sin embargo, fue justamente allí y en esa situación que ocurrió este evento tremendo y se les dio este mensaje lleno de esperanza y de un futuro brillante, lleno de una certeza que nada podía remover ni destruir. Aquí hay algo muy típico del método de Dios, algo que se repite en la Biblia como un tema recurrente, incluso al principio del Génesis. Observa a esos hombres en los que Dios ha puesto sus afectos; constantemente los deja caer en alguna posición desesperada. Allí se sienten totalmente desconsolados y sus enemigos se llenan de un sentimiento de triunfo y de alegría. Pero de repente Dios entra y toda la situación cambia. Ahora bien, ese ha sido siempre el método de Dios, y es una parte esencial del mensaje de la fe cristiana, ilustrado con mayor perfección en la venida del Hijo de Dios al mundo. Cuando el Señor Jesús nació en este mundo, una vez más la situación era completamente sin esperanza. Desde el profeta Malaquías no había habido ninguna palabra de Dios, por así decirlo; durante 400 largos años no había habido un verdadero profeta en Israel. Dios parecía guardar silencio. Los hijos de Israel parecían abandonados y su país conquistado por Roma. Fue en ese tipo de situación, cuando menos se esperaba, que Dios hizo la obra más grande de todas: envió a su Hijo unigénito al mundo para rescatar y redimir a los hombres. Eso es lo grandioso que se destaca en toda la historia de la Iglesia cristiana; y es por eso que este mensaje es de tanto consuelo y fuerza para el pueblo cristiano en la actualidad. ¡Cuán seguido la Iglesia cristiana ha parecido estar al final de su vida: inerte, desamparada y sin esperanza. Sus enemigos se habían vuelto ruidosos, orgullosos y arrogantes, convencidos de que el cristianismo estaba acabado; las puertas de las iglesias parecían estar a punto de cerrarse por última vez. Un crudo invierno se había asentado en la Iglesia, pero, de repente y de forma inesperada, Dios envió un poderoso y glorioso avivamiento. Este mensaje se destaca desde la superficie y está bastante claro en esta profecía. La profecía se cumplió al pie de la letra y ha continuado cumpliéndose en principio hasta la fecha. Por lo tanto, cuando nos examinamos hoy en día y vemos a la Iglesia cristiana como un remanente cada vez más pequeño en este mundo pecaminoso y arrogante, y muchos empiezan a sentirse desesperados y ansiosos por el futuro, aquí está el mensaje de Dios. Ha sido la costumbre de Dios a lo largo de los siglos visitar a su pueblo cuando este menos lo espera. ¡Quién sabe si a la vuelta de la esquina nos espera un poderoso y glorioso avivamiento de la religión! Aferrémonos a este gran principio. ”