Un entendimiento bíblico de la sexualidad

Al enfrentar una cultura que redefine el diseño de Dios, necesitamos volver a una ética sexual bíblica.
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La Palabra de Dios tiene la autoridad final. Todo aquello que se oponga a la verdad que encontramos en ella será errado. Dios es el Creador de todas las cosas y Sus gravitas (autoridad o seriedad) pesan en cada palabra de cada página de las Escrituras. Los seres humanos estamos llamados a escuchar esa autoridad máxima para nosotros. Como dice Calvino, necesitamos tratar “las Escrituras con la misma reverencia con la que tratamos a Dios, porque esta viene solo de Dios, y no está mezclada con nada humano”.

Por eso, la sexualidad humana solo puede estar guiada por la Palabra de Dios. No son nuestras impresiones, nuestros deseos o nuestra cultura lo que determina cómo conducirnos. Su Palabra requiere una respuesta integral, que incluya lo que hacemos, el objetivo de lo que hacemos, y el porqué de lo hacemos. Nuestras vidas y nuestra sexualidad hablan antifonalmente, respondiendo con compromiso al Dios del cielo.

En este artículo, pretendo abordar la respuesta de la Biblia a cuatro preguntas clave sobre la sexualidad. Comenzaremos analizando los tres componentes que ya mencionamos de una respuesta integral: nuestros actos, nuestras metas y nuestros deseos. Luego, revisaremos nuestro presente, que nos desafía con el paradigma LGTBQ.

La sexualidad humana solo puede estar guiada por la Palabra de Dios. / Foto: Light Stock

1. ¿Cómo se ve la sexualidad bíblica?

En Su Palabra, Dios declara la norma para nuestro comportamiento; lo que Dios demanda, debemos hacerlo, y lo que prohíbe, debemos evitarlo. Él habla sin ambigüedades cuando establece los límites divinos para la sexualidad: “No cometerás adulterio” (Ex 20:14) y “… que se abstengan de… fornicación” (Hch 15:20). La sexualidad solo pertenece al matrimonio monógamo, como dice Hebreos 13:4: “Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho matrimonial sin deshonra, porque a los inmorales y a los adúlteros los juzgará Dios”. Cualquier desviación de estos límites divinos es pecado contra Él, como bien lo ejemplifica el caso del rey David con Betsabé.

2. ¿Cuál es el objetivo de la sexualidad?

Pero la ética bíblica va más allá del simple comportamiento y se preocupa por los propósitos y deseos del corazón. Dios no solo establece normas de conducta, sino que también se interesa en los fines últimos de nuestras acciones.

La sexualidad no solo tiene objetivos pragmáticos, como la procreación, la intimidad y el placer, sino que también debe glorificar a Dios. La actividad sexual dentro del matrimonio debe ser una expresión de compromiso a Dios y debe alinearse con Sus propósitos divinos. La desnudez conyugal, si no busca la gloria de Dios, no cumple con la intención divina y no proporciona una satisfacción completa.

Pero ¿cómo es que el matrimonio exalta a Dios? Pablo nos enseña que la unión conyugal tiene un significado profundo que trasciende la esfera humana. Por un lado, refleja la profunda relación del Dios Trino, en el que tres Personas son una. Por otro, sirve como una metáfora de la unión entre Cristo y Su iglesia (Ef 5:31-32). Por lo tanto, solo un matrimonio en donde se exprese esta clase de amor glorificará al Señor.

La sexualidad no solo tiene objetivos pragmáticos, como la procreación, la intimidad y el placer, sino que también debe glorificar a Dios./ Foto: Light Stock

Contrario a las narrativas populares, la voluntad de Dios respecto a la sexualidad no limita la alegría, sino que la maximiza. Los objetivos divinos para la sexualidad, como la procreación y la intimidad marital, están en armonía con el placer humano. Lastimosamente, algunos padres de la iglesia perdieron de vista esta abundancia bíblica al imponer restricciones innecesarias, incluso en un contexto marital.

Así, tener sexo sin una visión divina distorsiona el propósito de la sexualidad y causa cegueras espirituales. Tanto la prohibición como el libertinaje desvían la sexualidad de la gloria divina. No considerar la sexualidad para la gloria de Dios es una degradación y represión de los fines divinos, lo cual constituye un pecado.

3. ¿Cualquier deseo es bíblico?

Los deseos impíos complican el compromiso cristiano. Calvino señala en sus Instituciones que incluso en los regenerados (creyentes) persiste una “ceniza ardiente de mal” que continuamente los incita al pecado:

Todos los escritores de buen juicio están de acuerdo con que en un hombre regenerado permanece una ceniza ardiente de mal, desde la cual los deseos saltan continuamente para seducirlo y estimularlo a cometer pecado. También admiten que los santos están tan limitados por la enfermedad de la concupiscencia que no pueden resistir ser provocados e incitados, ya sea por lujuria, avaricia, ambición u otros vicios.

Hay en nuestro día una terrible confusión sobre la identidad y la sexualidad, donde se idolatra la autodeterminación. Lo que las personas hallan en su interior se convierte en la regla de lo que está bien y lo que está mal, y su identidad está atada a la máxima expresión posible de lo que los hace únicos. Esta perspectiva sostiene que los deseos humanos son el tribunal de apelación final, lo cual se celebra culturalmente, pero distorsiona la verdad divina.

Hay en nuestro día una terrible confusión sobre la identidad y la sexualidad, donde se idolatra la autodeterminación. / Foto: Unsplash

Lady Gaga ejemplifica esta idolatría con su canción Born This Way: “Soy hermosa a mi manera, porque Dios no comete errores; estoy en el camino correcto, bebé, nací de esta manera”. Esta letra sugiere que Dios no comete errores y que nuestra identidad basada en nuestros deseos es inmutable. Sin embargo, Pablo en Romanos 1:25-26 advierte que cuando se suprime la revelación de Dios, las prácticas perversas y los puntos de vista sexuales aumentan, distorsionando el juicio y celebrando la desviación sexual:

Porque ellos cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, quien es bendito por los siglos. Amén. Por esta razón Dios los entregó a pasiones degradantes; porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra la naturaleza (Ro 1:25-26).

Enfrentando el “tsunami de la religión cultural”, muchos cristianos flaquean bajo la presión de críticas sobre insensibilidad e injusticia evangélica. Nos cuestionamos si las nuevas voces sobre la sexualidad y los deseos sexuales son correctas. Tal vez sea hora de escuchar y reconsiderar nuestra postura sobre la normalización LGBTQ+, preguntándonos si estos deseos pueden ser neutrales o simplemente debilidades.

4. ¿Qué hacemos con el paradigma LGTBQ+?

Para contrarrestar la empatía malsana con la cultura actual, la iglesia necesita el valor para denunciar el paradigma LGBTQ como perverso y la valentía para llamar al arrepentimiento a quienes abrazan distorsiones sexuales. No debemos justificar la burla contra Dios ni excusar el trato de las personas enredadas en el pecado sexual como intocables. Debemos rechazar firmemente las redefiniciones que consideran que la moral bíblica carece de amor y que los deseos impíos son aceptables. Necesitamos resistir la presión para ceder a la nueva moralidad que celebra o legitima el pecado sexual mediante la revisión de categorías teológicas.

El introducir un nuevo tipo de cristiano, como el “cristiano gay”, combinando una identidad bíblica con una inmoral, implica adoptar un sistema de creencias ajenas, una nueva teología, un paradigma no cristiano y, por lo tanto, no amoroso. No mostramos amor al afirmar la neutralidad e inmutabilidad de los deseos sexuales aberrantes. Si, como dicen muchos, Jesús no cambia todos los deseos en la supuesta salvación del cristiano, entonces Su salvación es insuficiente; ese “evangelio” no es una buena noticia.

Introducir un ‘cristiano gay’ fusiona una identidad bíblica con una inmoral, adoptando un sistema de creencias ajeno y un paradigma no cristiano. / Foto: Getty Images

La búsqueda obstinada de una síntesis entre la moralidad cristiana histórica y la doctrina LGBTQ+ evidencia la nocividad de la incredulidad. Robert Traill advirtió perceptivamente: “Los hombres que están a favor de los ‘caminos intermedios’ en el punto de doctrina, tienen generalmente una mayor bondad por el extremo de los que van [atrasados] hacia la mitad del camino, que por el que de los que van [adelantados] a mitad de camino”. La empatía que genera oposición a Dios no es justa ni caritativa. El intento de sintetizar la luz y la oscuridad es una oposición abierta a Cristo y evidencia nuestra embriaguez espiritual.

El llamado a la sobriedad

Para concluir, ¿cómo vamos a enfrentar el futuro? Estoy convencido de que la iglesia necesita atender al llamado de la sobriedad.

Nuestra sociedad actual refleja un problema en el corazón humano que ya era evidente en la iglesia primitiva de Corinto. Los frecuentes y urgentes llamados bíblicos a la sobriedad exponen el peligro de los espíritus de la época. Con la incredulidad interiorizada en los corazones de Corinto, Pablo pide la sobriedad espiritual de acuerdo con el poder de la resurrección de Cristo: “Sean sobrios, como conviene, y dejen de pecar” (1Co 15:34).

Parece que muchos de nosotros nos hemos empapado nuevamente de los espíritus de los corintios, y sufrimos intoxicación moral y teológica. Este llamado de atención también llega a los líderes de la iglesia: Pablo exhorta a la sobriedad espiritual a Timoteo porque sabe que enfrentará una oposición absorbente (2 Ti 4:5).

Uno de los mandatos más recurrentes en las Escrituras es el de recordar. / Foto: Getty Images

Uno de los llamados más frecuentes en las Escrituras es a recordar. Olvidamos la bondad, misericordia, Palabra, santidad, ley y voluntad de Dios, e incluso a Dios mismo. Recordemos la ética bíblica del deseo: querer algo prohibido o algo bueno en exceso es pecado. Calvino enseñó que los deseos que violan la ley de Dios son pecado, y los santos siempre luchan con la concupiscencia:

Nosotros, por otra parte, consideramos que es pecado cuando al hombre le produce ansias cualquier deseo en contra de la ley de Dios. De hecho, etiquetamos como “pecado” esa misma depravación que engendra en nosotros los deseos de este tipo. En consecuencia, enseñamos que los santos, hasta que son despojados de sus cuerpos mortales, siempre tienen pecado; porque en su carne reside la depravación del deseo excesivo que lucha contra la justicia.

La Biblia distingue entre deseos de la carne y del Espíritu (Ga 5:17). Los deseos carnales se oponen a Dios; los espirituales, agradan a Dios. No hay deseos humanos neutrales. Toda nuestra mente, corazón y vida están afectados por el pecado original y la depravación, como bien lo afirma la Confesión de Fe de Westminster. Todos los deseos necesitan la corrección del evangelio y la transformación por el Espíritu Santo. Redefinir deseos como simples “debilidades” o como parte natural de nuestra “identidad” evita que la gracia redentora actúe plenamente, minimizando la eficacia de Cristo.

Así, como dice Pablo, necesitamos que sea la Palabra de Dios y no el pensamiento de la época lo que nos domine; esto es sobriedad espiritual. “Y no se embriaguen con vino, en lo cual hay disolución, sino sean llenos del Espíritu” (Ef 5:18). La Escritura debe guiar también nuestra manera de hablar con quienes defienden el paradigma LGTBQ+. Recordemos que la pureza de un evangelio sobrio siempre impulsará a una vida de santidad, por lo que una iglesia que manifiesta el amor de Cristo realmente señalará lo que está mal en la ética sexual actual.

Que la iglesia despierte, ame con el santo amor de Cristo y discierna con la santa sabiduría de Cristo.

David Garner

David Garner (PhD, Seminario Teológico de Westminster) es vicepresidente de avance y profesor asociado de teología sistemática en el Seminario Teológico de Westminster. También sirve como miembro del consejo de la Red de Reforma del Evangelio.

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