La predicación fiel tiene tres ingredientes principales. La creatividad y una homilética pulida son útiles, pero los ingredientes clave de la predicación fiel están prefijados y establecidos por Dios. Los tres ingredientes se refieren a quién está calificado para predicar, por qué uno debe predicar y qué debe predicar.
1. ¿Quién puede predicar?
Aunque el llamado del evangelio es muy amplio, el llamado a predicar no lo es. De hecho, los predicadores son una fuerza reclutada, reunida por el Espíritu de Dios para servir a la iglesia.
Como observó Spurgeon, el llamamiento a predicar comienza con un deseo intenso, interno y absorbente de trabajar en el ministerio.[1] Además de esta aspiración interna, el apóstol Pablo estableció que un carácter intachable y la capacidad de enseñar la Palabra de Dios son requisitos pastorales no negociables (1Ti 3:1-7; Tit 1:5-9).
Desde la perspectiva del hombre, casi cualquiera puede entrar en el ministerio vistiéndose de clérigo, hablando con lenguaje religiosos y recibiendo una remuneración eclesiástica. Sin embargo, desde la perspectiva de Dios, solo aquellos llamados por Su Espíritu, calificados por Sus Escrituras y confirmados por Su iglesia local pueden predicar fielmente.
2. ¿Por qué predicamos?
Los llamados a predicar deben hacer precisamente eso: predicar. La predicación es el medio divinamente ordenado por Dios para comunicar Su Palabra, nutrir a Su iglesia y redimir a Su pueblo. Otras actividades pastorales pueden complementar la predicación, pero nada debe desplazarla.
Dios envió a Su Hijo, y lo hizo predicador. La Escritura nos dice que “Jesús vino predicando” (Mr 1:14) y luego envió a Sus discípulos a predicar. Desde los profetas de antaño, pasando por Pentecostés, hasta el fin de los tiempos, la predicación es el medio designado por Dios para reconciliar a los pecadores consigo mismo.
Como advirtió Spurgeon: “No busco ningún otro medio de convertir a los hombres más allá de la simple predicación del evangelio y la apertura de los oídos de los hombres para escucharlo. En el momento en que la iglesia de Dios desprecie el púlpito, Dios la despreciará a ella. Ha sido a través del ministerio que el Señor siempre se ha complacido en reavivar y bendecir a Sus iglesias”.[2]
Tanto en el siglo primero como en el siglo veintiuno, el hombre encontrará atractivos las señales y atrayente la sabiduría, pero Dios siempre se ha complacido en salvar a los creyentes por medio de la locura de la predicación.
Predicamos porque Dios lo ha ordenado. No nos atrevemos a hacer otra cosa.
3. ¿Qué predicamos?
La predicación fiel requiere que los sermones sean predicados de la Palabra de Dios. Tanto prescriptiva como descriptivamente, la Escritura es clara: la tarea del predicador es predicar la Palabra de Dios. No nos fijamos en el mundo de las noticias, las redes sociales o la cultura pop para alimentar el sermón. Buscamos en las Escrituras. Las ilustraciones, analogías y aplicaciones pueden ser útiles, pero deben iluminar y resaltar el texto, no distraer de él.
La exposición bíblica, es decir, sermones que explican el texto, lo sitúan en su contexto bíblico y lo aplican al pueblo de Dios, es preferible porque Dios ha predeterminado no solo lo qué predicamos, sino también cómo lo predicamos.
Aquí hay cierta libertad. Ya sea que el sermón expositivo dure 30 o 60 minutos, o que la serie de sermones se cuente en semanas o años, podemos encontrar gozo cuando la Palabra de Dios es honrada, explicada y predicada con autoridad.
“La Biblia dice”, sigue siendo el estribillo más hermoso en la iglesia. Explicar y aplicar la Biblia al pueblo de Dios sigue siendo la tarea ministerial más noble y urgente, razón por la cual las últimas palabras de Pablo a Timoteo obligan e instruyen a los predicadores de todas las generaciones: predicar la Palabra.
Conclusión
Martyn Lloyd-Jones observó célebremente que la predicación es “la vocación más alta, más grande y más gloriosa a la que alguien puede ser llamado jamás”.[3] Es una vocación demasiado alta y demasiado gloriosa para que cualquiera predique cualquier cosa por cualquier razón y de cualquier manera. La predicación debe ser hecha por un hombre, llamado por Dios, que está comprometido a anunciar la Biblia con plena convicción y fiel interpretación.
Publicado originalmente en For the church.
[1] Ver C. H. Spurgeon, “El llamado al ministerio”, en Discursos a mis estudiantes.
[2] C. H. Spurgeon, Autobiografía, Volumen 1: Los primeros años (Londres: Banner of Truth, 1962), v.
[3] Martyn Lloyd-Jones, Preaching and Preachers [La predicación y los predicadores] (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1972), 9.