¿Cómo puede Dios glorificarse por medio de nuestra enfermedad? En este artículo, exploraremos esta interrogante, buscando comprender cómo nuestro sufrimiento se entrelaza con el propósito divino y el consuelo que nuestra fe, centrada en nuestro amado Redentor, nos ofrece.
La soberanía de Dios en las enfermedades
En el 2003 mi papá fue el receptor de una de las frases más escalofriantes que pueden salir de la boca de un médico: “Tiene cáncer”. Recuerdo que enmudeció, bajó la cabeza, empezó a llorar y, con voz muy entrecortada, dijo: “Voy a morir”. Mi papá no era cristiano. Toda su vida había rechazado el evangelio de Jesucristo. Se jactaba de hacerlo. Y ahora sin Él, tenía que enfrentar este terrible diagnóstico.
La soberanía de Dios abarca todas las esferas de la vida. Dios controla cada hilo tejido en el tapiz de la existencia humana. En Su soberanía, no hay suceso tan pequeño que escape a Su mirada, ni momento tan insignificante que no forme parte de Su plan divino. Dios conoce cada latido de nuestros corazones, cada sonrisa que se nos escapa y cada lágrima que derramamos en nuestro caminar.

La soberanía de Dios abarca tanto la salud como la enfermedad. Cuando un diagnóstico médico llega como un trueno inesperado, sacudiendo los cimientos de nuestra existencia, la soberanía de Dios se alza como un faro de esperanza, pues la Biblia nos afirma que nada sucede fuera de Su voluntad (Is 46:9‑11).
Así, los cristianos tenemos el privilegio de que la soberanía de Dios nos predique cada día que no estamos solos, ni olvidados, ni a la deriva en el turbulento mundo, sino que estamos en las manos de Jesús, quien está con nosotros hasta el fin. Entender así la soberanía de Dios en todas las cosas, incluyendo la salud y la enfermedad, es esencial. Pues esta verdad, aunque no minimiza el dolor o temor que un diagnóstico puede traer, sí proporciona el fundamento para entenderlo dentro del propósito más amplio de Dios: Su propia gloria. Y esto es lo que consuela nuestro corazón.

La gloria de Dios en medio de las enfermedades
Al transcurrir algunos meses, mi papá pasó de la duda sobre el porqué de su enfermedad, a buscar respuestas en Dios, aunque de maneras equivocadas. Por un buen tiempo, buscó más un milagro de Dios que a Dios mismo. Y, aunque no estuve de acuerdo, comenzó a visitar grupos cuestionables que le prometían sanidad inmediata. Sin embargo, esa sanidad no llegó. Durante ese tiempo, la metástasis hizo su efecto. Su cuerpo empezó a deteriorarse. Aquel hombre fornido e incansable, ahora era débil y frágil. Todo estaba mucho peor.
Pero un día, mientras orábamos, mi padre agobiado y frustrado por haber puesto su esperanza en falsas promesas, hizo algo que nunca olvidaré. Se arrodilló y exclamó: “¡Jesús, si no vas a sanarme del cáncer, entonces te pido que sanes mi corazón! Si voy a morir, ¡sálvame! Toda mi vida he pecado contra ti”.

Entonces, ¿cómo puede Dios glorificarse por medio de nuestra enfermedad? Primero, Dios misteriosamente utiliza las enfermedades como un medio de gracia para nuestra santificación. A menudo, el orgullo nos lleva a desear la gloria de la vida, olvidándonos del Dador de ella. Sin embargo, Dios, en Su gracia, misericordia y amor hacia nosotros, usa nuestras enfermedades para que regresemos o nos acerquemos a Él. De esto fui testigo en la enfermedad de mi padre: mientras todos se enfocaron en tratar el cáncer, Dios trató Su corazón.
Segundo, vemos que Dios se glorifica en nuestras enfermedades cuando se asegura, por medio de Su gracia que nos preserva, que perseveremos hasta el fin. Jesús no perderá a ninguna de Sus ovejas. Dios es honrado cuando guarda hasta el fin a Sus hijos, aun cuando ellos reciben un diagnóstico grave respecto a su salud.

El apóstol Pedro señala esta valiosa verdad. Una de las maneras en que Dios se glorifica en nuestras enfermedades es asegurándose de que, a pesar de ellas, lleguemos hasta el fin. En 1 Pedro 1:3-9 se nos afirma que, aunque enfrentemos muchas aflicciones, somos preservados por Su poder para, al final, obtener la salvación de nuestras almas.
Estas verdades nos consuelan y fortalecen en medio de cualquier enfermedad, asegurándonos que pelearemos la buena batalla, terminaremos la carrera, seremos los vencedores y perseveraremos hasta el final, no por mérito propio, sino por la gracia de Dios que nos preserva. Sabemos que ni el peor de los diagnósticos nos podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús, sino que todas las cosas, aun las enfermedades, cooperan para bien, exclusivamente para los que somos llamados conforme al propósito de Dios (Ro 8:28).

La esperanza del cristiano que enfrenta una enfermedad
Mi padre falleció en 2008, solo meses después de su conversión. No murió en la oscuridad o en el vacío de la desesperación, sino en Cristo. Partió con la certeza de que, así como en Adán todos morimos, en Cristo todos seremos vivificados, pues Él ha resucitado. Y esta es la buena nueva que sostiene la esperanza de todos los cristianos.
Sin embargo, es esencial que se persevere en los medios de gracia que Dios ha dispuesto, con el fin de fortalecer esa fe y esperanza. Es nuestro deber crecer en la gracia y el conocimiento de Jesucristo, para que mientras peregrinamos en este mundo, no caigamos de nuestra firmeza (2P 3:17-18). A continuación, quiero recordarte dos de esos medios de gracia.
Primero, cree y valora profundamente las Sagradas Escrituras. Frente a un diagnóstico aterrador, las promesas de Dios en la Biblia se convierten en el único refugio en tiempos de aflicción, y en fortaleza en momentos de debilidad. Y, al revelarnos quién es Dios y Su obra en el rostro de Jesús, son una fuente inagotable de consuelo y guía que nos llevan siempre a Él. Así, no solo lee la Biblia, sino atesórala, estúdiala y memorízala. El Espíritu Santo tomará de ella y te lo recordará.
Segundo, crece y apóyate en tu comunidad de fe local. La iglesia, como cuerpo de Cristo, es fundamental para apoyar a quienes enfrentan diagnósticos difíciles. Ellos orarán por ti, caminarán contigo, crecerán contigo. Ellos te amarán. Persevera en tu iglesia local.

Conclusión
La declaración de Jesús: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios”, sobre la enfermedad de su amigo Lázaro, no es una negación de la realidad del sufrimiento, sino una afirmación de la soberanía y el propósito redentor de Dios en medio de nuestras aflicciones. Enfrentamos diagnósticos médicos terribles no como aquellos sin esperanza, sino como quienes saben que están escondidos con Cristo en Dios. En nuestra debilidad, Su fuerza se perfecciona, y en nuestra aflicción, Su gloria se exhibirá de manera majestuosa. Como enseña la Biblia, ya sea que vivamos, para Jesús vivimos; y si morimos, para Él morimos, porque de Él somos (Ro 14:8).