Siguiendo a líderes promedio, adecuados y mediocres

La pregunta que cada uno de nosotros debemos considerar es la siguiente: ¿Cómo seguimos a los líderes mediocres?
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Como seres humanos, tenemos una extraña relación con el liderazgo. Lo apreciamos, pero lo odiamos a la vez. Lo anhelamos, pero también lo resentimos. Anhelamos ser liderados, pero contendemos con quienes nos lideran. Somos testigos de este fenómeno en los pequeños, en las personas mayores y en todos los que están entre medio. Tan pronto como tenemos la capacidad de sacudir nuestros puños, y mientras tengamos la capacidad de sacudirlos, lo hacemos contra quienes nos lideran. Nuestra tendencia es echarle la culpa a los mismos líderes. La realidad es que no hay muchos grandes líderes. Esto es cierto en los ámbitos del poder, en el lugar de trabajo, en la iglesia y en el hogar. De la misma forma en la que, por definición, la mayoría de nosotros somos de una altura promedio y de una inteligencia promedio, la mayoría de nosotros tenemos una capacidad promedio para el liderazgo. Muy pocos son brillantes, muy pocos son espantosos, de este modo, la mayoría se encuentra entre esos dos extremos, siendo entonces, líderes promedio, adecuados, mediocres. La pregunta que cada uno de nosotros debemos considerar es la siguiente: ¿Cómo seguimos a los líderes mediocres? Después de todo, vamos a pasar mucho tiempo de nuestras vidas haciendo exactamente eso. Si bien deseamos haber sido llamados a seguir a los pocos que son grandes, la ley de los promedios nos muestra que es mucho más probable que estemos llamados a seguir a los muchos que no son tan grandes. Entonces ¿Qué hacer? Tal vez debemos empezar por admitir nuestra propia mediocridad. De la misma forma en la que  todos somos llamados a seguir a alguien en algún  área de la vida, así mismo,  seremos llamados a liderar a otros. La dura realidad es que muy pocos lideramos con la habilidad que creemos tener. Pocos de nosotros lideramos tan hábilmente como quisiéramos. Nuestras intenciones pueden ser buenas, pero nuestras habilidades no lo son. Siendo realistas, nosotros mismos a menudo frustramos a los que nos siguen. Con frecuencia lideramos de manera errática, impulsiva, egoísta o antipática. Este puede ser un paso corto de la realidad hacia la humildad. Si lideramos con mediocridad, pero aún así exigimos que nos sigan, ¿cómo podemos esperar mucho más de aquellos que nos lideran? Debemos conceder la gracia que deseamos que nos extiendan. Debemos seguir a los demás como deseamos que nos sigan a nosotros; no solamente por medio de nuestras decisiones brillantes, sino también por medio de aquellas que son difíciles, debatibles  o en última instancia, erróneas. Desde la humildad de nuestra propia mediocridad, podemos considerar el orden natural que Dios estableció para este mundo. En los Diez Mandamientos, encontramos  una guía integrada de la forma en la que Dios ha ordenado las relaciones. Dios es la máxima autoridad sobre todas las criaturas, y le debemos toda nuestra lealtad a Él. Sin embargo, Dios delega parte de su autoridad a otros. Entre los mandamientos dirigidos a Dios y los que están dirigidos a los seres humanos encontramos estas palabras: «Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que el Señor tu Dios te da». Por mucho tiempo, el pueblo de Dios ha entendido que el quinto mandamiento describe la estructura básica de toda autoridad humana. Su alcance es mucho más amplio que meramente los padres e hijos, pues se extiende a todas las relaciones que implican liderazgo y seguimiento. El Catecismo Mayor de Westminster, como ejemplo formal y sistemático, explica que: «El alcance general del quinto mandamiento abarca  el cumplimiento de todos aquellos deberes que tenemos los unos para con los otros en nuestras diversas relaciones como superiores, inferiores o iguales». Este aclara muy bien la extensión de padre y madre. «Por padre y madre en el quinto mandamiento, se incluye  no solo los padres naturales, sino todos los superiores, tanto en edad como en aptitudes; y en especial aquellos que por las ordenanzas de Dios están sobre nosotros en un lugar de autoridad, ya sea en la familia, en la iglesia o en la sociedad». El mandamiento comienza con la relación más básica de autoridad -hijos a padres_ y luego se extiende a todas las demás. Siendo ese el caso, lo que un hijo le debe a padre y madre es, en general, lo que un empleado le debe a un jefe, lo que un ciudadano le debe a un gobernador, lo que un miembro le debe a un anciano: «La honra que los inferiores deben a los superiores es toda la debida reverencia en corazón, palabra, conducta, oración y gratitud hacia ellos; la imitación de sus virtudes y gracias, la obediencia voluntaria a sus mandatos y consejos lícitos, la debida sumisión a sus correcciones, la fidelidad a ellos, la defensa de sus personas y autoridad, conforme a sus diversos  rangos y a la naturaleza de sus puestos; sobrellevando sus debilidades y ocultándolas con amor, para que así puedan ser una honra para ellos y para su gobierno». Debemos ver y entender que no es la habilidad de los líderes lo que les da el derecho de llamarnos a seguirlos. No es la habilidad que poseen,  Tampoco es su trayectoria. Es su posición. La autoridad que ejercen es intrínseca a su posición. Y donde hay autoridad, tiene que haber sumisión; donde hay liderazgo, tiene que haber un «seguidor». ¿Por qué? Porque esa es la manera en la que Dios ordena Su mundo. Dios gobierna Su mundo a través del gobierno de otros; Él ejerce Su autoridad por medio de la autoridad que delega a los seres humanos. Como dice Pablo: «Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas» (Rom. 13:1). Nosotros seguimos a Dios al seguirlos a ellos. Eso es cierto ya sea que se trate de líderes brillantes, líderes malos  o lo que es más probable, líderes mediocres. No debemos utilizar la única cláusula de excepción que la Biblia ofrece cuando no nos gusta la forma en la que estamos siendo liderados o cuando somos liderados erróneamente, sino únicamente cuando el liderazgo nos lleva a hacer lo que es contrario a una Autoridad superior. La relación entre liderar y seguir existe en este mundo caído; por tanto, se encuentra bajo la bandera de futilidad que toda la creación experimenta. No es fácil seguir a alguien. No es fácil seguir a un líder que no sabe guiar con habilidad, con integridad, con excelencia. Sin embargo, oponerse a la autoridad, aunque esta sea ejercida con mediocridad, según las palabras de la Escritura, es resistir a lo establecido por Dios; «y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos» (Romanos 13:2). Por lo tanto, debemos seguir a nuestros líderes, ya sea que reflejen la excelencia o la mediocridad, pues esa es la manera en la que Dios gobierna Su mundo, mediante seres humanos que lideran y a su vez, otros seres humanos que les siguen. Es a través de esta relación de liderazgo y del seguimiento de seres humanos que Dios nos protege de nosotros mismos, pues el juicio final de Dios es: «cada uno hacía lo recto ante sus propios ojos» (Jueces 17:6). Lo único peor que un liderazgo mediocre o malo es que no haya liderazgo alguno. Si aun la tiranía es mejor que la anarquía, entonces cuánto más lo es la mediocridad bien-intencionada.

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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