Rut necesitaba ayuda, y en Su misericordia Dios proveyó para su necesidad. La proporcionó, en primer lugar, a través de las leyes de Su tierra que instruían a los terratenientes a que, cuando cosechara el grano, no debían segar hasta los bordes de sus campos y no debían recoger los trozos que sus segadores hubieran dejado caer por el camino. En cambio, todo esto debía dejarse para los pobres y los extranjeros, quienes debían experimentar la compasión de los ricos, pero también la dignidad del trabajo duro. Y así, a través de Su ley, Dios proveyó a Su hija indigente Rut y a muchas otras como ella. Rut, obedientemente, fue al campo a recoger grano para ella y su suegra.
Dios también proveyó para la necesidad de Rut a través del carácter de un hombre que fue mucho más allá de los estrictos requisitos de la ley. Cuando Booz se enteró de que Rut había prometido lealtad a uno de los miembros de su familia y que ahora se comprometía a proveer para ella, dijo a sus empleados que se aseguraran de que no sufriera ninguna carencia. De hecho, la invitó no solo a seguir a los segadores y a recoger lo que dejaban caer, sino incluso a moverse entre ellos para poder recoger aún más. Booz honró con entusiasmo no solo la letra de la ley, sino también su espíritu cuando invitó a Rut a espigar entre las gavillas.
“Espigar entre las gavillas” es una frase evocadora y que haríamos bien en meditar, porque cuando Booz invitó a Rut a hacer esto, simplemente estaba imitando la misericordia de Su Dios y el de ella. Booz sabía que Dios era misericordioso y bondadoso, lento para la ira y abundante en amor inalterable y fidelidad. Lo conocía como un Dios que es bueno con todos y misericordioso con todo lo que ha hecho. No es un Dios mezquino, sino espléndido. No es un Dios que considera cuánto puede salirse con la suya sino uno que es pródigo en amor, misericordia, gracia y fidelidad a Sus promesas. Se complace en proporcionar todo lo que Su pueblo necesita y más.
Cada uno de nosotros experimenta en diversos momentos penas y dificultades. A veces se trata de una pérdida económica y nos quedamos en la miseria. A veces es la pérdida de un ser querido y nos quedamos desconsolados. A veces se trata de una combinación de ambas, como le ocurrió a Rut. A veces es una forma totalmente diferente de sufrimiento, trauma o prueba. Pero no importa lo que sea, Dios siempre nos provee con bondad y generosidad. Nunca nos deja recoger solo lo poco que queda de Su misericordia, nunca nos obliga a buscar en los márgenes las sobras de Su gracia. Al contrario, siempre nos invita a espigar entre las gavillas.
En nuestros momentos más difíciles, Dios nos da abundantes promesas que reclamar, abundante misericordia a la que apelar, abundante gracia para sostenernos. Su Palabra está llena de esperanza, de luz y de vida. Cuando todo parece incierto, podemos recurrir a Su Palabra y confiar en lo que dice. “Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad” (2Co 12:9), dice, y “Gracia y gloria da el Señor; nada bueno niega a los que andan en integridad” (Sal 84:11).
En nuestra necesidad dice: “Miren las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No son ustedes de mucho más valor que ellas?”. Y dice: “No se preocupen, diciendo: ‘¿Qué comeremos?’ o ‘¿qué beberemos?’ o ‘¿con qué nos vestiremos?’. Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que el Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas. Pero busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mt 6:26-33).
En nuestro dolor se revela como el “Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones” (2Co 1:3-4) y promete que “todas las cosas cooperan para bien” (Ro 8:28). En nuestras pruebas nos asegura que “esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación” (2Co 4:17). En nuestra incertidumbre, cuando estamos seguros de que caminamos por el mismísimo “valle de sombra de muerte”, nos recuerda que debemos decir: “No temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento” (Sal 23:4).
A través de todo ello, dirige nuestra mirada a Su propio Hijo, Jesucristo, quien es el Varón de dolores, experimentado en la aflicción. Él, por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. En cualquier sufrimiento, seguimos Sus huellas divinas.
Por eso, cuando tomamos nuestra cruz y le seguimos, no debemos desesperarnos. No debemos temer ni pensar que nos ha abandonado. Solo tenemos que mirar a Dios y pedirle lo que ha prometido que nos dará. No se nos deja espigar en busca de esperanza en campos estériles, no se nos deja intentar recoger las migajas de Su misericordia cuando otros ya han tomado lo mejor de ella. Siempre recogemos en nuestros brazos la abundancia de Su misericordia, el desbordamiento de Su gracia. Siempre espigamos entre las gavillas.
Este artículo se publicó originalmente en Challies.