Siembra tu futuro yo: todo cambio empieza hoy

Siempre nos estamos convirtiendo en lo que seremos. Siempre estamos sembrando las semillas de nuestro futuro yo.
Foto: VaE

La mayoría de los que leímos de niños las historias de C. S. Lewis desarrollamos un secreto deseo de entrar de algún modo en Narnia. Si alguna vez nos encontrábamos con un armario, lo abríamos, por si acaso conducía a un bosque nevado con una farola. Pensábamos: “¿No sería increíble pasear por allí?”.

Esa sensación de expectación y esperanza la sentimos todos. Lo sentimos respecto a muchas cosas cuando somos niños. “¿No será increíble cuando pueda conducir un automóvil? ¿No será increíble cuando vaya a la universidad?”. Y los anhelos continúan en la edad adulta. “¿No será increíble estar casado? ¿No será increíble tener hijos? ¿No será increíble mudarse a esa ciudad, o formar parte de esa iglesia, o tener esa oportunidad?”. Lo sentimos respecto a las vacaciones familiares y los ascensos en el trabajo y otras mil esperanzas. Nos imaginamos a nosotros mismos en unas circunstancias futuras deseables y pensamos: ¿No sería estupendo cuando…?

Tales sentimientos son, por supuesto, a menudo buenos y apropiados. Con frecuencia, las oportunidades que se nos presentan son realmente deseables y emocionantes. A menudo nos encontramos en el umbral de un armario, con la tenue luz de una farola más adelante. Sin embargo, una de las lecciones clave que Lewis quiere enseñarnos en Narnia es que nuestra alegría futura depende más de nuestro carácter y piedad presentes que de nuestras circunstancias futuras. Debemos tener presente el ejemplo de Edmund Pevensie.

C.S. Lewis, autor de Las Crónicas de Narnia.

¿Miserable en Narnia?

La experiencia inicial de Edmund en Narnia no fue feliz. Al entrar, se encuentra inmediatamente con la Bruja Blanca. Come su comida encantada. Se pone de su lado.

Cuando entra por segunda vez con sus hermanos, accidentalmente se le escapa que ya había estado allí antes, revelando así que mintió a los demás (a costa de Lucy). Peter lo reprende bruscamente, y Edmund responde con profunda amargura, diciéndose a sí mismo: “Se las cobraré a todos por esto, panda de engreídos, mojigatos autocomplacientes” (El león, la bruja y el ropero, 135). Nada de dolor por su pecado; solo un endurecimiento de su corazón y una malicia cada vez mayor hacia sus hermanos.

Fotograma del filme The Chronicles of Narnia: The Lion, the Witch and the Wardrobe, donde el personaje de Edmund y la bruja blanca interactúan.

Recordarás su reacción la primera vez que oye el nombre de Aslan. El Sr. Castor se inclina y dice: “Aslan está en marcha” (146). Peter se siente valiente y aventurero. Susan siente como si acabara de pasar un olor delicioso junto a ella. Lucy tiene la sensación que todos tenemos cuando nos despertamos y nos damos cuenta de que es el primer día de las vacaciones de verano. Pero, ¿y Edmund? La mención de Aslan le produce una “sensación misteriosa y horrible” (151). Y así, abandona a su familia y los traiciona por la Bruja Blanca, engañándose a sí mismo al creer que ella lo hará rey y él tendrá su venganza sobre Peter. Para colmo, acaba azotado y atado a un árbol con el cuchillo de la Bruja en la garganta.

Así pues, la historia de Edmund escarmienta nuestro sentido de la expectación. “¿No sería genial si pudiéramos entrar a Narnia?”. Tal vez no.

Sembrando nuestro futuro yo

La historia de Edmund es algo más que una serie de acontecimientos desafortunados. La tragedia que le sucede es el resultado del tipo de persona que es. Y ya se estaba convirtiendo en ese tipo de persona a este lado del armario. Antes de entrar en Narnia, Edmund era rencoroso y bestial con los niños más pequeños, irrespetuoso con sus hermanos mayores, cruel con su hermana y falso en sus disculpas.

En sí mismo, entrar en Narnia no hizo nada para cambiar eso. Simplemente continuó por el camino de la crueldad, la amargura y la miseria. Y este es el punto de Lewis: siempre nos estamos convirtiendo en lo que seremos. Siempre estamos sembrando las semillas de nuestro futuro yo. En este mismo instante, nos dirigimos a alguna parte y, tarde o temprano, llegaremos. Las decisiones que tomemos hoy conformarán inevitablemente la persona que seremos mañana.

La historia de Edmund es algo más que una serie de acontecimientos desafortunados. La tragedia que le sucede es el resultado del tipo de persona que es.

En otro lugar, Lewis lo expresa así:

Cada vez que tomas una decisión estás convirtiendo la parte central de ti, la parte de ti que elige, en algo un poco diferente de lo que era antes. Y tomando tu vida como un todo, con todas tus innumerables elecciones, durante toda tu vida estás convirtiendo lentamente esta parte central en una criatura celestial o en una criatura infernal: o en una criatura que está en armonía con Dios, y con otras criaturas, y consigo misma, o en una que está en un estado de guerra y odio con Dios, y con sus semejantes, y consigo misma. Ser un tipo de criatura es el cielo, es decir, es alegría, paz, conocimiento y poder. Ser la otra significa locura, horror, idiotez, rabia, impotencia y soledad eterna. Cada uno de nosotros progresa en cada momento hacia uno u otro estado (Mero cristianismo, 90).

Esto significa que, cuando miramos al futuro, podemos hacernos algunas preguntas de sondeo sobre el presente. ¿Dónde estoy transigiendo? ¿Estoy alimentando pequeños agravios, de esos que crecen y se enconan hasta convertirse en odio hacia los que están más cerca de mí? ¿Trato a los que me rodean con respeto y amabilidad, o me gusta presumir de mi propia superioridad? Cuando ofendo a alguien, ¿me arrepiento a fondo, busco el perdón con sinceridad, lo reparo rápidamente y sigo adelante como es debido? ¿Y qué hay de nuestras vidas en la era digital y lo que hago en y con mis pantallas? ¿En qué hago clic y qué busco? ¿A qué contenidos doy al play (y pido más)? ¿Cómo me forman la tecnología y mis dispositivos?

Dada la trayectoria actual de mi vida, ¿qué pasaría si me encontrara tropezando con el armario de Narnia? ¿Sería probable que me encontrara con un fauno que se convirtiera en amigo, o con una bruja que buscara robarme, matarme y destruirme? Dada la clase de persona en la que me estoy convirtiendo, ¿cuál sería mi reacción si oyera el nombre de Aslan por primera vez?

Cada vez que tomas una decisión estás convirtiendo la parte central de ti, la parte de ti que elige, en algo un poco diferente de lo que era antes. / Foto: Envato Elements

Cansarse de lo bueno

Esta lección, por supuesto, no es original de Lewis. Dos mil años antes, el apóstol Pablo dice lo mismo:

No se dejen engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará. Porque el que siembra para su propia carne, de la carne segará corrupción, pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos (Ga 6:7-9).

No nos dejemos engañar. Todos estamos tentados a creer que podemos sembrar semillas de pecado y aun así cosechar bendiciones, que podemos sembrar envidia, contiendas, mundanalidad, pereza, lujuria y orgullo, y aun así cosechar alegría, vida y relaciones fructíferas. Pero Dios no puede ser burlado. Por lo tanto, debemos tener cuidado de cómo sembramos. Debemos sembrar para el Espíritu ahora, en el presente, usando los corazones y las mentes que Dios nos ha dado y que la gracia nos ha dado para amarle a Él y a nuestro prójimo.

Además, no debemos cansarnos de hacer el bien. Y seamos sinceros, es fácil cansarse de hacer el bien. La inclinación natural de nuestra naturaleza caída es muy afín a Edmund. Persistir en mostrar bondad, perseverar en el amor a Dios y al prójimo cuando estamos cansados y agotados y estresados, no es fácil. Nuestra carne es débil. Con el tiempo, incluso los espíritus más dispuestos pueden fallar y filtrarse.

Por eso, hoy trabajamos en nuestra siembra. Cultivamos la fe en Cristo, la obediencia a Dios y el amor a los demás hoy, ahora mismo, en este preciso momento. Plantamos las semillas de nuestra alegría futura en la tierra del Espíritu, confiando en que Dios es fiel y la cosecha será gloriosa.

Cosechar lo que Él sembró

El camino de la obediencia no suele ser fácil. Y lo que es más importante, como Lewis nos muestra en la historia de Edmund, el fracaso no tiene por qué ser el final de la historia. La siembra lleva a la cosecha, pero la buena noticia del Evangelio es que Jesús cosecha lo que hemos sembrado. Los fracasos pueden ser perdonados, y los traidores pueden ser redimidos.

Así que, cuando te encuentres en el umbral de cualquier armario que Dios haya puesto ante ti, recuerda que el mundo conspirará para apartarte con sus falsas promesas y sus delicias engañosas. Pero Jesús es real, Su sangre es poderosa, y está contigo y por ti. Búscalo por encima de todo, siembra para el Espíritu ahora, y confía en que a su debido tiempo Su Padre traerá la cosecha.


 Publicado originalmente en Desiring God.

Joe Rigney

Joe Rigney es miembro de teología en New Saint Andrews College. Es esposo, padre de tres hijos y autor de varios libros, entre ellos Más que una batalla: cómo experimentar la victoria, la libertad y la curación de la lujuria.

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