Este artículo está adaptado y condensado de una entrevista con Bob Cutillo, MD de The Crossway Podcast. Actualmente, Cutillo es médico de la Coalición de Colorado para personas sin hogar en Denver, Colorado, miembro asociado de la facultad en el Seminario de Denver y profesor clínico asistente en la Facultad de Medicina de la Universidad de Colorado.
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¿Cuál es su participación actual con el COVID-19?
Mi participación principal es cuidar pacientes para poblaciones sin hogar en Denver, Colorado.
Fui parte del proceso de preparación para el COVID-19, que es un gran trabajo a la luz de muchas incógnitas e incertidumbres con este virus. Estamos trabajando para evaluar y luego aislar de forma adecuada a quienes son potencialmente contagiosos, algo desafiante al tratar con personas sin hogar, quienes por lo general pasan mucho tiempo en lugares muy concurridos.
¿Cuándo se dio cuenta por primera vez que el COVID-19 sería un gran problema?
No era consciente de cuán significativo podría ser este virus hasta que salió de China y azotó Italia. Cuando al principio estaba en China, creo que la mayoría de las personas pensó que podríamos refrenar el virus allí. Cuando la cantidad de infectados en Italia explotó, creo que ese fue el momento en que nos dimos cuenta cuán contagioso es el COVID-19 y que podría llegar a todos los países.
¿Cómo se compara el COVID-19 con SARS, MERS o Ébola?
Estuve involucrado con muchas enfermedades infecciosas en mi carrera al trabajar con poblaciones con escasa atención médica y como médico misionero en África.
Seguí de cerca la epidemia del Síndrome respiratorio agudo severo (SARS, por sus siglas en inglés) en 2003 y la epidemia del Síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS, por sus siglas en inglés) en 2012; ninguno de esos coronavirus se propagó tan rápido como el COVID-19.
El SARS y el MERS son parte de la misma familia microbiológica del COVID-19; ambos son coronavirus. El nombre “corona” fue puesto por cómo se ve el virus por el microscopio electrónico. Hay muchos tipos diferentes de coronavirus y cada uno puede ser muy distinto en cómo se propaga y en su virulencia. Por eso, debemos aprender sobre cada virus de manera individual.
Cuando el COVID-19 empezó a infectar a la gente en China, muchos profesionales de la salud esperaban que solo fuera transmisible de animal a humano, no de humano a humano. Sin embargo, aprendimos rápidamente que el virus es muy contagioso de humano a humano y que se propaga por medio de gotitas respiratorias infectadas que se encuentran en el aire.
No es tan contagioso como el sarampión o la difteria (enfermedades para las que ya tenemos vacunas), pero aún así es altamente contagioso. Y debido a que es “novedoso”, no tenemos inmunidad natural contra él ni tenemos una vacuna aún.
El virus de Ébola es muy diferente y tiene una tasa de mortalidad mucho más alta: arriba del 50–70 %. Sin embargo, ya que se propaga por medio del contacto físico cercano y directo con fluidos corporales infectados, no se propaga tan rápidamente como el COVID-19.
¿Qué podemos aprender de la historia de la iglesia cuando se trata de pensar en las amenazas de pandemias?
Creo que será de ayuda poner la situación que estamos atravesando hoy con el COVID-19 en el contexto de cómo la iglesia históricamente respondió a enfermedades contagiosas.
Los cristianos a menudo vieron las enfermedades contagiosas como pruebas de nuestra fe. En los siglos dos y tres, la iglesia primitiva vio la plaga de esta manera: una prueba que los desafiaba a responder en amor, fidelidad y confianza. Y los registros históricos parecerían indicar que muchos de esos primeros cristianos pasaron la prueba.
Como cristianos, la pregunta que deberíamos hacernos es ¿Cómo estoy respondiendo a esta prueba? ¿Estoy respondiendo con fe o con temor?
¿Cómo deberían los cristianos responder a la pandemia del COVID-19 hoy?
Hay dos extremos que quisiéramos evitar.
El primero es ser indiferentes a la situación. Esto no es muy importante. Esto no es más que una inconveniencia. Esto es algo que está estorbando mi agenda.
Este tipo de pensamientos son en especial problemáticos cuando guían a la gente a ignorar su responsabilidad de obedecer a las autoridades civiles y buscar proteger a otros en su comunidad por medio del “distanciamiento social” apropiado.
El segundo extremo que deberíamos evitar es la reacción opuesta: temor y ansiedad excesivos, que pueden causar que veamos a otras personas no como seres humanos portadores, sino como una potencial fuente de contagio.
El COVID-19 es una verdadera molestia para quienes viven en EE. UU. o en el Occidente moderno en general. Desde la gripe española de 1918, hemos visto un crecimiento increíble en nuestras capacidades médicas –en nuestra habilidad para conquistar enfermedades y retrasar la muerte. Pero esto también nos ha guiado a tratar de negar la muerte.
De hecho, hemos estado en el proceso de negar la muerte por muchos años al mantenerla oculta con los avances en ciencias y tecnología médica. Hemos excluido la evidencia de la decadencia, la impotencia y la muerte del tejido de nuestras vidas normales tanto que la muerte no es algo en lo que a menudo pensemos hasta que se nos impone.
No vemos la muerte como una necesidad que debemos aceptar, sino como un accidente que debemos evitar. Y cuando sucede algo como el COVID-19, nuestro sistema se ve sacudido. Incluso es algo por lo que nos enojamos y pensamos, ¡Cómo alguien se atreve a perturbar nuestro sentido de bienestar!
Mucha gente se ha convencido a sí misma de una ilusión: una ilusión de que estamos en control de nuestras vidas. En sociedades como la nuestra, es solo cuando hay una amenaza a nuestra salud que empezamos a preguntarnos si estamos en el asiento del conductor o no. Tenemos gran capacidad en el Occidente moderno, pero todavía somos personas limitadas.
Todavía somos seres creados que tienen que lidiar con los efectos de la Caída: el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Y aunque tenemos muchas menos enfermedades que sociedades anteriores debido a nuestras herramientas y tecnología, la idea de que no tenemos que lidiar con la muerte es una ilusión que causa que estemos más ansiosos siempre que ese sentido de seguridad se ve amenazado.
Sin embargo, deberíamos recordar que esta es una perspectiva que gran parte del mundo no comparte. Hay mucha gente en otras partes del globo para quienes la realidad de la muerte no es para nada un shock; la muerte es parte de sus vidas todos los días y el COVID-19 es solo otro peligro adicional.
¿Qué podemos hacer para reducir nuestro temor y ansiedad ante todas esas incertidumbres?
Conozco muchas personas bien educadas en la verdad cristiana y, sin embargo, parecen abrumadas por el temor. Ante esta pandemia, creo que todos nosotros nos podríamos beneficiar al hacer un poco de trabajo interno en nuestro corazón. Deberíamos preguntarnos, ¿En qué estoy confiando para mi vida?
Debemos tomar nuestro temor y depositarlo ante el Señor resucitado, porque nuestra fe está en un Señor resucitado que ha conquistado la muerte. Esto es esencial. A menos que tomemos nuestras doctrinas (lo que decimos sobre confiar en Dios) y de hecho las pongamos en funcionamiento en cómo pensamos y actuamos, no tendremos paz y no seremos capaces de amar bien a otros.
Cuando Cristo vino, lo hizo para librarnos del “temor a la muerte” (Hebreos 2:15). Ese temor es algo que puede esclavizarnos. Es fundamental que entendamos bien esa parte de nuestra teología.
Cristo vino como luz en las tinieblas. Las tinieblas se definen por temor y Él vino a esa sombra de muerte y dijo: Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Por lo tanto, debemos preguntarnos, ¿Le confío mi vida a Dios ahora mismo?
¿Cuáles son algunas formas prácticas con las que podemos amar a nuestros vecinos en medio de la pandemia del COVID-19?
Hay dos niveles en los que tenemos una oportunidad de amar y cuidar de nuestros vecinos en este tiempo.
Una de las maneras en las que amamos (y esta es bastante difícil porque es en realidad contraria a nuestros sentimientos de lo que significa amar a alguien) es alejarnos de otros cuando estamos enfermos.
Para mucha gente, eso será un desafío. Pero yo diría que cuando te quedas adentro mientras estás enfermo, aislándote para no contagiar a otros, estás soportando un tipo de sufrimiento que refleja el amor de Dios porque lo haces por el bien de los demás.
La segunda manera de amar a otros se relaciona con quienes no están enfermos. En ese caso, deberíamos estar atentos a nuestra comunidad y preguntarnos ¿quiénes son las personas con más probabilidades de verse perjudicadas por esta enfermedad?
Aun cuando no queremos invadir descuidadamente el espacio de personas de alto riesgo y ponerlas en un riesgo mayor de enfermarse, podemos tener la oportunidad de cuidarlas de formas tangibles:
- ¿Puedes hacer las compras para alguien que no puede ir a la tienda?
- ¿Puedes cuidar el hijo de un vecino mientras él o ella está trabajando?
- ¿Puedes compartir provisiones con quienes no pueden solventar los gastos de cosas que necesitan porque no pueden trabajar?
¿Qué últimas palabras de aliento le dirías a la persona que realmente está luchando con el temor hoy?
Este es un momento histórico único en el mundo moderno. El COVID-19 es un virus potente por varias razones. Es potente biológicamente, aunque no es el más potente que hayamos visto. Pero diría que es quizá más potente psicológica y socialmente que cualquier virus que hayamos conocido jamás.
Søren Kierkegaard preguntó una vez: “Si Dios hablara al mundo, ¿alguien lo escucharía?” Y su respuesta fue: “No, no lo escucharían porque hay demasiado ruido”. Kierkegaard continuó diciendo que lo que el mundo necesita más que nada es silencio. Ahora mismo es como si el mundo hubiera apretado el botón de pausa y de repente un silencio forzado nos sobrevino a todos.
Si conoces al Señor, pero aun así luchas con la ansiedad, o si no conoces al Señor, pero te preguntas si aquello en lo que has estado confiando es insuficiente, mi esperanza es que veas este momento como una oportunidad para escuchar a Dios hablándole al mundo.
Esta es una oportunidad para confiar en algo infinitamente más confiable que la ciencia o la medicina. En Cristo, estamos invitados a confiar en Dios, cuya fidelidad se extiende hacia nosotros en todo tiempo y cuya bondad amorosa llega hasta los cielos (Salmos 36:5).