Una de las grandes luchas que los hombres tenemos es no querer ir al médico. Queremos pretender con arrogancia que todo está bien con nuestra salud, pero, en el fondo, no queremos escuchar malas noticias. Tenemos miedo de que nuestra forma de vida cambie y dejemos de ser útiles o perdamos nuestra independencia.
Sentí que fui al médico cuando leí El mandato masculino: el llamado de Dios para los hombres, escrito por el esposo, padre y pastor Richard D. Phillips. Confieso que el Médico de mi alma, mi Señor Jesucristo, me ha examinado a través de las verdades expuestas en este magnífico libro, el cual considero una teología sistemática de lo que significa ser y vivir como un hombre de Dios.
Un examen bondadoso de mis debilidades
Mientras leía, he sido grandemente confrontado. He descubierto grandes debilidades en mi vida como esposo y padre, y me he hallado creyendo mentiras o justificando necedades. Esto no significa que, al haber terminado de leer este libro, haya quedado completamente desanimado, humillado o abatido. Al contrario, tengo un gran gozo en mi alma, porque el Cristo que me examinó es el mismo Cristo que me cura, me consuela y me capacita con Su preciosa gracia para ser y vivir como el hombre que debo y quiero ser.

Leer este libro no fue como leer a un juez, con un mazo listo en su mano para castigarme por no ser el hombre que debería ser. Por el contrario, fue como un bálsamo para mi vida. Al haber sido escrito por un hermano de carne y hueso como tú y yo, con luchas y victorias, representó una ayuda y no una carga. En los diferentes capítulos del libro abre su corazón y deja ver aspectos de su vida que la gran mayoría de nosotros solo quisiéramos ocultar o justificar.
Estoy convencido de que, cuando tengas la oportunidad de leer El mandato masculino, valorarás en gran manera el testimonio de su autor sobre su lucha al masticar tabaco. Pero no te la contaré, para que te animes y le hagas un favor a tu alma al leer este libro. Sin duda, terminarás como yo: dando gracias a Dios por la gloriosa suficiencia de Cristo para cada área de nuestras vidas.

La responsabilidad del hombre cristiano y la gracia de Dios
Quiero compartir un aparte del libro en la cual no dejo de meditar:
La principal amenaza contra la cual un hombre debe proteger a su esposa es de su propio pecado. Un amigo expresó una vez su despertar a esta verdad con estas palabras: “Solía pensar que, si un hombre entraba a mi casa para atacar a mi esposa, ciertamente lo enfrentaría. Pero luego me di cuenta de que el hombre que entra a mi casa y ataca a mi esposa todos los días soy yo, por medio de mi ira, mis palabras duras, mis quejas y mi indiferencia. Como cristiano, me di cuenta de que el hombre que necesitaba matar para proteger a mi esposa era yo mismo como pecador”. Esto es totalmente cierto.

Si lees esto como hombre cristiano y no estás de acuerdo, ruego al Señor para que tenga misericordia de tu vida y te conceda frutos dignos de arrepentimiento. Si algo es claro en el evangelio es que, de todos los pecadores, tú y yo somos los peores (1Ti 1:15).
Como pastor, siempre está vivo en mí ese anhelo de orar, encontrar y capacitar a aquellos hombres para los oficios de la iglesia (ancianos y diáconos). Pero he de reconocer que, gracias a este libro, pude dimensionar la importancia y la imperiosa necesidad de que cada hombre en nuestra iglesia conozca, entienda y viva, en el poder del Espíritu Santo, el increíble y precioso llamado de ser un hombre conforme a Dios.
Si ves en ti las señales bíblicas de un hombre que hace la voluntad de Dios, recuerda que esto es obra del poder de Dios en tu vida. No tienes que llenarte de orgullo, no tienes motivos de jactancia; solo disfruta de la bondad de Dios. Por tanto, ten misericordia y compasión de tus hermanos varones y no los dejes solos. Somos lo que somos por la gracia de Dios, que expresa en el cuidado unos a otros.

Despreciar el llamado de Dios para los hombres no es otra cosa que hacerles la vida miserable a nuestras esposas e hijos. Por eso, necesitamos un recurso como El mandato masculino, que dirige nuestra mirada hacia Cristo, el único que puede perdonarnos, purificarnos y restaurarnos para ser hombres conforme a Su corazón.
¿Qué Dios hay como Tú, que perdona la iniquidad
Y pasa por alto la rebeldía del remanente de Su heredad?
No persistirá en Su ira para siempre,
Porque se complace en la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros,
Eliminará nuestras iniquidades.
Sí, arrojarás a las profundidades del mar
Todos nuestros pecados (Miq 7:18-19).
Qué gloriosa esperanza.

¡Que Dios levante hombres!
No puedo terminar mi reseña sin unirme al clamor del pastor Richard:
Que Dios levante un ejército de tales hombres en nuestro tiempo y que juntos nos postremos ante nuestro soberano Señor buscando Su gracia y le declaremos: “Señor, recibo de Ti mis dones y mi llamado. Mi mayor gozo es servir a un Señor tan grande como Tú. Me humillo para cultivar y cuidar de modo que Jesús sea exaltado en mi vida. He aquí, Tu siervo, Señor”.
Si respondemos al llamado del Señor en nuestras vidas con una fe plena, podemos estar seguros de que nuestro Dios Salvador nos dará la gracia necesaria para servir y liderar como los hombres del evangelio que Él nos llama a ser. Entonces, cuando finalmente la asamblea de los santos sea llamada en el cielo, podremos esperar con ansias escuchar al Señor decirnos esas palabras que los hombres cristianos debemos valorar por encima de todas las demás:
Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor (Mt 25:21).
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