Reabrir las ventanas: el desafío de lo secular en nuestra generación

Vivimos un momento civilizatorio. El futuro no está en adaptarse al secularismo, sino en redescubrir la verdad y el poder de la fe cristiana. Como David, estamos llamados a cumplir el propósito de Dios en nuestra generación.
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El apóstol Pablo le rindió el mayor homenaje al rey David cuando lo describió como un hombre conforme al corazón de Dios y como alguien que “cumplió el propósito de Dios en su generación” (Hch 13:22, 36). ¿Podemos nosotros, como seguidores de Jesús, estar a la altura de tal desafío hoy en día, en una de las generaciones más trascendentales de la historia?

Vivimos en “un momento civilizatorio”, un período en el que una civilización pierde el contacto con los fundamentos y la inspiración sobre los que se construyó. Por lo tanto, nos enfrentamos a tres opciones básicas: renovar la inspiración, sustituirla por otra o desintegrarnos y declinar. ¿Es necesario recordar que todas las grandes civilizaciones del pasado se encuentran en ruinas, en museos o en los libros de historia?

La civilización occidental, la más influyente de la historia, debe mucho a los griegos y los romanos; sin embargo, es principalmente fruto del evangelio cristiano y las Escrituras, que convirtieron a los bárbaros europeos entre los siglos cuatro y diez. En muchos sentidos, la era de la Reforma, a menudo considerada un momento crucial en la configuración del mundo moderno, representa el punto álgido de esta influencia. Pero el papel de los cristianos y de la fe cristiana ha ido retrocediendo de forma constante desde el siglo siete, debido (según se dice) a tres razones principales: las divisiones dentro de la iglesia, el secularismo y la secularización.

Atrapados por lo secular

Muchos cristianos confunden secularismo y secularización. El secularismo es una filosofía que sostiene que no existe Dios (o dioses) ni ninguna realidad sobrenatural. Como Bertrand Russell lo expresó de manera sencilla: “Lo que la ciencia no puede descubrir, la humanidad no puede conocer”. No existe ninguna realidad más allá del mundo de los cinco sentidos.

La secularización, por el contrario, es un proceso por el cual cada vez más fuerzas del mundo moderno (como la ciencia, la tecnología y la economía de mercado) se independizan y dejan de entenderse o abordarse en el marco de la fe. Como resultado, la fe se ha vuelto más marginal y menos significativa, “un compromiso privado, irrelevante en la esfera pública”.

Vivimos en “un momento civilizatorio”, un período en el que una civilización pierde el contacto con los fundamentos y la inspiración sobre los que se construyó. / Foto: Unsplash

La combinación del secularismo y la secularización ha sido devastadora para la fe cristiana. En el mundo tradicional del pasado, ya fuera cristiano o pagano, lo invisible no era irreal. De hecho, lo invisible era más real que lo visible, y lo visible se entendía a la luz de lo invisible. Pero estas dos tendencias juntas han creado lo que Peter Berger llama “un mundo sin ventanas”. Lo que no se ve es ahora irreal. El secularismo y la secularización han intentado eliminar toda la realidad sobrenatural de la Biblia y, por lo tanto, separar a la iglesia del poder inherente de la Palabra y del Espíritu, dejando a muchos cristianos en una búsqueda interminable de una relevancia renovada a través de una adaptación tras otra al mundo.

La fusión del secularismo y la secularización pareció reivindicar el triunfo del secularismo de la Ilustración como sustituto de la fe cristiana en la civilización occidental. “El hombre había alcanzado la madurez”, la razón había sustituido a la revelación, el progreso podía sustituir a Dios y la humanidad podía alcanzar el cielo en la tierra. Voces como las de Stephen Pinker y Yuval Harari representan hoy en día esta confianza secularista.

El secularismo y la secularización han intentado eliminar toda la realidad sobrenatural de la Biblia y separar a la iglesia del poder inherente de la Palabra. / Foto: Lightstock

La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) pareció ser el último clavo en el ataúd de la influencia cristiana en Occidente. Pero la “Segunda Guerra de los Treinta Años” (1914-1945) puso de manifiesto la insuficiencia del secularismo de la Ilustración como fe sustitutiva de Occidente. Y la alternativa que se cierne sobre la fe cristiana y el secularismo de la Ilustración es ahora más clara que nunca: un mundo de ideologías, autoritarismo y poder sin principios, ya sea el “totalitarismo duro”, representado por China, Rusia, Irán y Corea del Norte, o el “totalitarismo blando”, representado por la revolución gerencial y el Estado invasivo en Occidente.

El regreso del exilio

Una pregunta clave para los cristianos de hoy es: ¿puede haber una renovación de la fe en las condiciones de la modernidad, no por el bien de Occidente, sino por el bien de la integridad y la fidelidad de la fe misma?

La mayoría de los cristianos responderían afirmativamente, pero no nos atrevemos a responder con demasiada rapidez o ligereza, ya que ahora parece que el futuro de la humanidad depende de la respuesta.

Lo que está claro (y, una vez más, el contraste es la madre de la claridad) es que no puede haber renovación desde dentro del secularismo. Donde el destino acechaba al mundo antiguo, el determinismo acecha las perspectivas del mundo moderno secular. No somos libres. Estamos determinados. No hay salida al declive y la caída. Cuando la ciencia haya terminado de calcular todos los factores que nos influyen, nunca podremos hacer otra cosa que lo que hemos hecho y lo que haremos.

Las civilizaciones florecen o caen según cómo respondan a las grandes preguntas de la vida; en el fondo, según su fe. / Foto: Unsplash

En las Escrituras, por el contrario, hay libertad en el arrepentimiento, incluso en una crisis extrema como la del hijo pródigo en la pocilga de un país lejano. Por eso, la indisoluble pareja secular de Declive y Caída puede sustituirse por la pareja bíblica de Exilio y Retorno. Como prometió Moisés al final de su vida, cuando el pueblo de Dios regrese al Señor, Él volverá a ellos y restaurará su destino (Dt 30:1-3). Basta pensar en el Primer y Segundo Gran Avivamiento (su poder espiritual y teológico y sus transformaciones sociales y culturales) para apreciar el significado de esta promesa.

Como subrayan Lord Acton y Christopher Dawson, “la religión es la clave de la historia”. Las civilizaciones son mucho más que geografía, clima y poder militar. Junto con estos otros factores, las civilizaciones, en última instancia, se levantan o caen en función de la adecuación de sus respuestas a las preguntas fundamentales de la existencia humana y, por lo tanto, se levantan o caen en función de la religión, de la fe. Las civilizaciones surgen gracias a una minoría creativa y perduran o caen según esa minoría creativa siga siendo poderosa. La pregunta final en un momento civilizatorio es si hay suficientes personas con lealtad absoluta a lo que consideran la realidad última, o no.

 Cuando el pueblo de Dios regrese al Señor, Él volverá a ellos y restaurará su destino. / Foto: Lightstock

¿Cómo vivir entonces?

¿Cómo nos afecta este desafío hoy en día? Muchas de las formas de adaptación del cristianismo al mundo posteriores a la década de 1970 no sirven. Gran parte del movimiento de crecimiento de la iglesia, por ejemplo, debe más a los estudios de casos de la Escuela de Negocios de Harvard que al poder de la Palabra y el Espíritu de Dios. Recurrir a la política tampoco servirá. La política es importante para la ciudadanía, pero lo primero que hay que decir sobre la política es que no es lo primero. Por lo tanto, la politización de la iglesia es una respuesta equivocada a la pérdida de influencia cultural.

Confiar en el “cristianismo cultural” no es mejor. La nueva apreciación de que la fe es indispensable para la cultura, así como el número de pensadores eminentes que recientemente han llegado a la fe a través de esta idea, son muy bienvenidos. Pero el cristianismo cultural no es la verdadera fe. Es una parada útil en el camino hacia la fe, pero no el destino en sí mismo. El reino de Dios es más poderoso y transformador culturalmente cuando se cree que es verdadero y no útil.

Nuestro reto en esta generación crucial es leer la Palabra de Dios y acoger el Espíritu de Dios, pidiendo que nuestros corazones, mentes y espíritus se abran a la realidad trascendente del Señor de la zarza ardiente, el Señor de la montaña humeante, el Señor de la llamada decisiva a tomar nuestra cruz y seguirle. La modernidad es quizás el mayor reto al que se ha enfrentado la iglesia; solo una fe ampliada y fortalecida por la verdad plena de Dios puede esperar prevalecer.

Al igual que el siervo miope de Eliseo, necesitamos que nuestro mundo occidental sin ventanas se abra de golpe, que nuestra miopía secular moderna sea corregida quirúrgicamente, para que podamos ver “caballos y carros de fuego” por todas partes (2R 6:17). Solo entonces podremos ponernos toda la armadura de Dios y unirnos a la lucha no “contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef 6:12).

Nuestro reto hoy es abrir el corazón a la Palabra y al Espíritu de Dios, y seguir al Señor que llama desde la zarza ardiente y la cruz. / Foto: Lightstock

Es hora de hacer frente al secularismo. Es hora de sopesar la devastación total de la secularización. Confesemos nuestra pobreza espiritual, intelectual y cultural a la luz de tales desafíos, al igual que ponemos nuestra confianza en el Dios que es más grande que todos y en quien se puede confiar en todas las situaciones. En una palabra, debemos tener fe en Dios. No debemos tener miedo. Es hora de levantarnos para afrontar nuestro tiempo, ya que nuestro tiempo nos alcanza, y así servir a los propósitos de Dios en nuestra propia generación extraordinaria.


Publicado originalmente en Desiring God.

Os Guinness

Os Guinness es autor y crítico social. Su último libro es Our Civilizational Moment: The Waning of the West and the War of the Worlds[El momento de nuestra civilización: el declive de Occidente y la guerra de los Mundos] (2024).

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