Recientemente alguien me preguntó: “Me intriga una frase que se repite palabra por palabra en 2 Reyes, cuatro veces en los capítulos 12:3, 14:4, 15:4 y 15:35 en relación con Uzías y su padre, su abuelo y su hijo: Sólo que los lugares altos no fueron quitados. ¿A qué se refiere?” Los “lugares altos” es una forma abreviada de los lugares de adoración pagana, normalmente (aunque no siempre) en colinas o montañas que servían para acercarse a sus falsos dioses. Eran centros de idolatría. La mayor época de transigencia para el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, los israelitas, fue cuando además de adorar a Yahweh, el único Dios verdadero, también adoraban a falsos dioses. Para responder esta pregunta más explayadamente, voy a citar tres fuentes excelentes. Bible Study Magazine tiene un gran artículo escrito por Adam Couturier acerca de los lugares altos. Aquí hay cuatro párrafos de este artículo: Un lugar alto era un centro de adoración localizado o regional dedicado a un dios. La adoración en aquellos santuarios locales, a menudo consistían en hacer sacrificios, quemar incienso y participar de fiestas o festivales (1 Reyes 3:2–3; 12:32). Algunos de estos lugares altos contenían altares, ídolos y santuarios (1 Reyes 13:1–5; 14:23; 2 Reyes 17:29; 18:4; 23:13–14). Los cananeos, quienes eran enemigos de Israel y que adoraban a Baal como su deidad principal, también hacían uso de estas cosas. La idolatría a los deportes Hasta el momento en que se construyó un templo a Yahweh, los israelitas lo adoraban principalmente en un centro de adoración local—una práctica que no estaba condenada. El profeta Samuel bendecía los sacrificios que se ofrecían en los lugares altos, y Salomón ofrecía 1.000 ofrendas quemadas en los altares en Gibeón (1 Sam 9:12–25; 1 Reyes 3:4). En 1 Reyes 3:2, vemos que estos lugares altos estaban destinados a suplir las necesidades de culto de Israel durante un tiempo “porque ninguna casa había sido construida para el nombre del Señor”. …El templo, construido en Jerusalén por Salomón, dio inicio a un Nuevo período de adoración israelita, reuniendo a las 12 tribus como pueblo para adorar a Dios en un solo lugar. Yahweh hizo morada en Su templo y la necesidad de otros centros de adoración quedó obsoleta (1 Reyes 9:3). Pero a pesar de este Nuevo templo, el pueblo de Dios aún adoraba en lugares altos. Irónicamente, encontramos una de las primeras referencias de estos lugares en el relato de Salomón, el mismo rey que construyó el templo. Él empaña esta nueva época de adoración colectiva al construir lugares altos para Quemos, Moloc y todos los dioses extraños de sus esposas (1 Reyes 11:8). En su libro “The Son of David: Seeing Jesus in the Historical Books” (El hijo de David: viendo a Jesús en los libros históricos), Nancy Guthrie—una de mis escritoras favoritas—también cita 1 Reyes 11:5-8, el cual dice que Salomón “siguió a Astoret, diosa de los sidonios, y a Milcom, ídolo abominable de los amonitas. …Salomón edificó un lugar alto a Quemos, ídolo abominable de Moab, y a Moloc, ídolo abominable de los hijos de Amón…” Nancy nos da un panorama de las prácticas horribles que estaban implicadas en la adoración en esos lugares altos: Tal vez no nos impacta tanto porque no entendemos verdaderamente lo que significaba que [Salomón] “siguiera” a esos dioses. No contamos con imágenes en nuestra mente. Astoret era la diosa cananita del amor sensual y de la fertilidad. Seguir a esta diosa significaba que Salomón probablemente iba a los lugares altos a tener relaciones sexuales al aire libre con las prostitutas del templo. Milcom, el dios de los amonitas, era adorado mediante sacrificios de niños, así que tenemos que suponer que tal vez Salomón se rebajaba arrojando a uno de sus hijos al fuego para aplacar a este dios falso, desesperado por complacer a alguna esposa amonita. Adam Couturier explica esto mismo acerca de los reyes que sucedieron a Salomón: Reconociendo que los lugares altos no eran la forma en que Yahweh deseaba ser adorado, algunos reyes los derribaron, como Ezequías y Josías (2 Reyes 23:8–9). Otros que, aunque fueron considerados justos, nunca lo hicieron, como Josafat (1 Reyes 22:43), Joaz (2 Reyes 12:3), Azarías (1 Reyes 15:3–4) y Jothán (2 Reyes 15:34–35). A veces, esto se debía a la ignorancia, como fue el caso de Josías (23:3–25:27), pero en la mayoría de los casos se trataba de una desobediencia flagrante. Con respecto específicamente a Uzías y su hijo Jotam, “The New American Commentary” (El Nuevo Comentario Americano), el cual, recomiendo, dice lo siguiente: Al igual que Amasías y Joás quienes le antecedieron, Uzías hizo “lo recto ante los ojos del Señor”. Sin embargo, no quitó los lugares altos, de modo que no fue un gobernante ideal. …Las concesiones espirituales de Jotham son similares a las de Uzías, Amasías y Joás. Durante sus dieciséis años, diez de los cuales probablemente los pasó como co-regente con Uzías (ca. 750–740), el rey leproso (cf. 2 Reyes 15:5), él adoraba al Señor, aunque no usó su posición de autoridad para quitar los lugares altos. Una vez más, un rey no comprende la naturaleza de la adoración verdadera. Nada menos puede salvar a Judá ni le garantiza al pueblo un futuro razonablemente seguro. Y entonces, ¿qué tiene que ver esto con nosotros hoy? Deuteronomio 12:1-7 le ordena explícitamente al pueblo de Dios no solo a evitar la idolatría, sino también a demoler, derribar, hacer polvo, quemar, cortar y borrar los nombres de esos ídolos. Para nosotros, la palabra ídolo evoca imágenes de pueblos primitivos que ofrecen sacrificios a imágenes talladas rudimentarias. Pero, un ídolo es algo que alabamos, celebramos, nos centramos y acudimos en busca de ayuda que no sea nuestro Dios. Jesús dice que no podemos servir a Dios y al dinero (Mateo 6:24). Se nos dice que la avaricia es idolatría (Colosenses 3:5), así como la lujuria es adulterio. El Nuevo Testamento reconoce una clase figurada de lugares altos, donde el pueblo de Cristo adora a falsos dioses en lugar del Único Dios verdadero. Al igual que los reyes de Israel, tenemos la responsabilidad de derribar todos los ídolos de nuestras vidas a fin de darle a Jesús todo el señorío. El hecho de que no usaron su poder y autoridad para quitar los lugares altos y de adorar solamente a Dios debe ser un recordatorio aleccionador para nosotros. Cuando el apóstol Juan escribió a los seguidores de Cristo casi al final del primer siglo, la mayoría de ellos no tenía nada que ver con los ídolos tallados. Sin embargo, sus últimas palabras para ellos de su carta en 1 Juan fueron: “Hijitos, guardaos de los ídolos” (5:21). La Nueva Traducción Viviente capta su significado de esta forma: “Aléjense de todo lo que pueda ocupar el lugar de Dios en el corazón”. Que Dios nos dé Su gracia para reconocer los ídolos de nuestras vidas y, por medio de volvernos solamente a Cristo y de exaltarle sólo a Él, arrojarlos a la tierra donde pertenecen.