¿Qué significa que: “Dios no cambia”?

En un mundo que cambia constantemente, es importante recordar que Dios nunca cambia, tampoco Sus promesas.
Foto: Poiema Publicaciones

1. La vida de Dios no cambia

Dios ha existido “siempre” (Sal 93:2), Él es “Rey eterno” ( Jer 10:10), “inmortal” (Ro 1:23), el “único inmortal” (1Ti 6:16). “Antes que nacieran los montes y que crearas la tierra y el mundo, desde los tiempos antiguos y hasta los tiempos postreros, Tú eres Dios” (Sal 90:2). La tierra y el cielo, dice el salmista, “perecerán, pero Tú permaneces. Todos ellos se desgastarán como un vestido. Y como ropa los cambiarás, y los dejarás de lado. Pero Tú eres siempre el mismo, y Tus años no tienen fin” (Sal 102:26-27). “Yo soy Dios; Yo soy el primero, y Yo soy el último” (Is 48:12).

Las cosas creadas tienen principio y fin, pero no así el Creador. La respuesta a la pregunta del niño: “¿Quién hizo a Dios?”, es sencillamente que Dios no tuvo necesidad de que nadie lo hiciera, porque siempre estuvo allí. Existe para siempre; y nunca cambia. No envejece. Su vida ni crece ni mengua. No adquiere nuevos poderes, ni pierde los que alguna vez tuvo. No madura ni se desarrolla. No aumenta en sabiduría ni en fuerza, ni se debilita con el paso del tiempo. “No puede experimentar un cambio para bien”, escribió A. W. Pink, “porque ya es perfecto; y siendo perfecto, no puede experimentar cambio para mal”.

La diferencia primera y principal entre el Creador y Sus criaturas es que ellas son mutables y su naturaleza admite cambios, mientras que Dios es inmutable y jamás puede dejar de ser lo que es. Como lo expresa el himno:

Nosotros florecemos y prosperamos como las hojas del árbol
y nos marchitamos y perecemos, pero nada te cambia a Ti.

Tal es el poder de la “vida indestructible” de Dios (Heb 7:16).

La diferencia primera y principal entre el Creador y Sus criaturas es que ellas son mutables y su naturaleza admite cambios, mientras que Dios es inmutable y jamás puede dejar de ser lo que es. / Foto: Unsplash

2. El carácter de Dios no cambia

Las tensiones, o un shock, o una lobotomía, pueden cambiar el carácter de una persona, pero nada puede cambiar el carácter de Dios. En el curso de la vida humana, los gustos, los puntos de vista y el humor pueden cambiar radicalmente; una persona amable y equilibrada puede volverse amarga y excéntrica; una persona de buena voluntad puede hacerse cínica e insensible. Pero al Creador no le puede ocurrir nada así. Jamás se vuelve menos veraz, menos misericordioso, menos justo, menos bueno de lo que una vez fue. El carácter de Dios es hoy, y lo será siempre, exactamente lo que fue en los tiempos bíblicos.

En este sentido, es instructivo reunir las dos revelaciones de Dios sobre Su nombre en el libro de Éxodo. El nombre revelado de Dios es, por supuesto, más que una etiqueta; es una revelación de lo que Él es en relación con nosotros.

En Éxodo 3 leemos que Dios anunció a Moisés Su nombre diciendo: “Yo soy el que soy” (Ex 3:14), frase de la cual YHVH (Yahvé, “el Señor”) constituye una forma abreviada (Ex 3:15). Este “nombre” no es una descripción de Dios, sino simplemente una declaración de Su existencia autónoma y de Su eterna inmutabilidad; una manera de recordarnos que Él tiene vida en Sí mismo, y que lo que es ahora, lo es eternamente. En Éxodo 34, sin embargo, leemos que Dios proclamó Su nombre a Moisés mediante una lista de las diversas facetas de Su santo carácter. “El Señor, el Señor (Yahvé), Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene Su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; pero que no deja sin castigo al culpable, sino que castiga la maldad de los padres en los hijos y en los nietos, hasta la tercera y la cuarta generación” (Ex 34:5-7).

Esta proclamación complementa la de Éxodo 3 al decir lo que en efecto es Yahvé; y la de Éxodo 3 complementa esta otra al decirnos que Dios es por siempre lo que tres mil años atrás le decía a Moisés que era en ese momento. El carácter moral de Dios no cambia. Por ello Santiago, en un pasaje que se refiere a la bondad y la santidad de Dios, a Su generosidad hacia los hombres y Su hostilidad contra el pecado, habla acerca de Dios como Aquel en quien “no hay cambio ni sombra de variación” (Stg 1:17, NBLA).

En Éxodo 3 leemos que Dios anunció a Moisés Su nombre diciendo: “Yo soy el que soy”. Este “nombre” no es una descripción de Dios, sino simplemente una declaración de Su existencia autónoma y de Su eterna inmutabilidad. / Foto: Getty Images

3. La verdad de Dios no cambia

A veces las personas dicen cosas que en realidad no sienten, sencillamente porque no saben lo que piensan; además, porque sus puntos de vista cambian; con frecuencia descubren que ya no pueden sostener lo que dijeron en algún momento del pasado. Alguna vez todos tenemos que contradecir algo que hemos dicho, porque ya no expresa lo que pensamos; a veces tenemos que tragarnos las palabras porque los mismos hechos las refutan.

Las palabras de los seres humanos son cosas inestables. Pero no es así con las palabras de Dios. Permanecen para siempre, como inalterables expresiones válidas de Su pensamiento. No hay circunstancias que lo obliguen a retirarlas; no hay cambios en Su propia manera de pensar que le exijan modificarlas. Isaías escribe: “Que todo mortal es como la hierba… La hierba se seca… pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Is 40:6-8). De igual modo, dice el salmista: “Tu palabra, Señor, es eterna, y está firme en los cielos… todos Tus mandamientos son verdad… los cuales estableciste para siempre” (Sal 119:89, 151-152).

La palabra traducida verdad en el último versículo encierra la idea de estabilidad. Cuando leemos la Biblia, por lo tanto, tenemos que recordar que Dios sigue fiel a todas las promesas, demandas, declaraciones de propósitos y palabras de advertencia que allí se dirigen a los creyentes neotestamentarios. No se trata de reliquias de una época pasada sino de una revelación enteramente válida del pensamiento de Dios para Su pueblo en todas las generaciones, mientras dure este mundo. Como nos lo ha manifestado nuestro propio Señor: “la Escritura no puede ser quebrantada” ( Jn 10:35). Nada puede anular la eterna verdad de Dios.

Dios sigue fiel a todas las promesas, demandas, propósitos y advertencias dirigidas a los creyentes neotestamentarios en su Palabra inmutable. / Foto: Unsplash

4. La manera de obrar de Dios no cambia

Dios sigue actuando hacia los hombres y las mujeres pecadores como lo hacía en la historia bíblica. Sigue todavía demostrando Su libertad y Su señorío, discriminando entre pecadores, haciendo que algunos escuchen el evangelio mientras otros no, y permitiendo que algunos de los que escuchan se arrepientan mientras otros permanecen incrédulos, enseñando de este modo a los santos que Él no le debe misericordia a nadie, y que es enteramente por la gracia divina, y de ningún modo por sus propios esfuerzos, que ellos mismos han podido encontrar la vida.

Sin embargo, Él aún bendice a aquellos a quienes concede Su amor de un modo que los humilla, para que toda la gloria sea únicamente Suya. Todavía odia los pecados de Su pueblo, y usa toda clase de sufrimientos y aflicciones interiores y exteriores para apartar sus corazones de la desobediencia y la negligencia. Sigue buscando la comunión con Su pueblo, y le envía tanto tristezas como alegrías para quitar su amor de otras cosas y atraerlo hacia Sí mismo. Sigue enseñando a los creyentes a valorar los regalos que ha prometido, haciéndoles esperar y guiándoles a orar insistentemente por ellos antes de concedérselos. Así leemos que fue el trato con Su pueblo en el relato de las Escrituras, y así trata con Su pueblo hoy. Las metas y los principios en que basa Su acción permanecen constantes; en ningún momento actúa saliéndose de Su carácter inalterable. Como bien sabemos, nuestra manera de actuar resulta patéticamente inconstante; pero no la de Dios.

Dios sigue actuando hacia los hombres y las mujeres pecadores como lo hacía en la historia bíblica. / Foto: Jhon Montaña

5. Los propósitos de Dios no cambian

“La Gloria de Israel no miente ni cambia de parecer, pues no es hombre para que se arrepienta” (1S 15:29). Balaam había dicho lo mismo: “Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer. ¿Acaso no cumple lo que promete ni lleva a cabo lo que dice?” (Nm 23:19).

Arrepentirse significa revisar los juicios que hemos hecho y cambiar el plan de acción. Dios jamás hace esto; jamás necesita hacerlo, por cuanto Sus planes se hacen sobre la base de un conocimiento y un control completos que se extienden a todas las cosas, tanto pasadas y presentes como futuras, de manera que no puede haber casos imprevistos y repentinos que puedan tomarlo por sorpresa. “Una de dos cosas hace que el hombre cambie de parecer y modifique sus planes: la falta de visión para anticipar algo, o la falta de visión para ejecutarlos. Pero, ya que Dios es omnisciente y omnipotente, jamás se le hace necesario modificar Sus decretos” (A.  W.  Pink). “Los planes del Señor quedan firmes para siempre; los designios de Su mente son eternos” (Sal  33:11). Lo que Dios hace en el tiempo, lo planificó desde la eternidad. Y todo lo que planificó en la eternidad lo lleva a cabo en el tiempo. Todo lo que se ha comprometido a hacer en Su Palabra se cumplirá infaliblemente. De la misma forma, leemos acerca de “la inmutabilidad de Su consejo” para hacer que los creyentes disfruten a plenitud de la herencia prometida y del juramento inmutable mediante el cual confirmó Su consejo a Abraham, el creyente arquetípico, tanto para darle seguridad al patriarca como también a nosotros (Heb 6:17-18). Así sucede con todas las intenciones anunciadas por Dios. No cambian. Ningún aspecto de Su plan eterno cambia.

Cierto es que hay un conjunto de versículos (Gn  6:6-7; 1S  15:11; 2S 24:16; Jon 3:10; Jl 2:13-14) que dicen que Dios se arrepintió. La referencia en cada caso es a una inversión del trato anterior de Dios a determinadas personas, como consecuencia de su reacción a ese trato. Pero no hay ninguna sugerencia de que esta reacción no estaba prevista, o que tomó a Dios por sorpresa y no estaba prevista en Su plan eterno. No se implica ningún cambio en Su propósito eterno cuando comienza a tratar a una persona de una manera nueva.

6. El Hijo de Dios no cambia

“Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos” (Heb 13:8), y Su toque tiene todavía Su antiguo poder. Sigue siendo cierto que “puede salvar por completo a los que por medio de Él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos” (Heb 7:25). Jesucristo no cambia nunca. Este hecho es un poderoso motivo de consuelo para el pueblo de Dios.


Este es un extracto del libro Conocer a Dios (p 75-79), del autor J. I. Packer, y publicado por Poiema, puedes adquirirlo dando clic aquí.

J.I. Packer

J. I. Packer (1926-2020) fue un teólogo, clérigo y escritor evangélico nacido en Inglaterra. Es considerado uno de las figuras más influyentes del movimiento evangélico en el siglo XX.

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