“En la juventud aprendemos, en la vejez entendemos”. Marie Von Ebner-Eschenbach. Hace 35 años tenía la impresión de que los días pasaban demasiado rápido, pero por alguna razón, los años avanzaban lentamente. Parecía que el tiempo me jugaba una broma porque anhelaba crecer y ser un adulto independiente. Sin embargo, por más que intentaba que el tiempo avanzara en mi vida, este parecía andar muy lento. Quería ser adulto, pero no lo suficiente; es decir, no me agradaba mucho la idea de ser anciana. Veía a mis padres entrados en años y me conmovía al darme cuenta de que cada vez eran menos ágiles y más dependientes de nosotros. En aquel tiempo, me centraba en sus debilidades más que en sus habilidades y en la sabiduría que habían adquirido con el paso del tiempo, que estoy convencida de no aprovechar lo suficiente. Antes, como ahora, tengo claro que debemos amar, honrar a los ancianos (Lv 19:32) y reconocer su camino por esta tierra en las cosas que Dios les ha permitido vivir y de las que podemos aprender. Al imaginarme como anciana, me corría un escalofrío por la espalda. Olvidaba que la largura de años es un privilegio que no todos pueden disfrutar. Además, lo que se aprende y experimenta con el paso del tiempo es mera gracia. Sin embargo, aunque parezca que los años transcurren lento, algún día —con el favor de Dios— nos miraremos al espejo para darnos cuenta de que el reflejo no es el mismo de años atrás. No sólo por las arrugas y líneas de expresión, sino que, aunque no lo notemos de manera inmediata, notaremos que hemos crecido en edad, pero también en experiencia, madurez de carácter, temor a Dios, piedad y perdón. Esto, gracias al amor de Dios y la obra que comenzó en nosotras y que va perfeccionando día a día (Fil 1:6) para dar fruto que permanezca e influencie a otros.
Preparándonos para la vejez
“Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta: no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, que enseñen lo bueno, que enseñen a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a ser prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tito 2:3-5). Tito 2 es conocido como “el currículum para las mujeres bíblicas”, donde el apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, menciona las características de las mujeres piadosas de aquel tiempo. Son características que denotan una vida llena de la presencia y temor de Dios. Características que las mujeres que amamos a Dios debemos desarrollar en nuestra vida y que, en la vejez, debemos transmitir a mujeres más jóvenes. Ahora, detengámonos un momento y analicemos nuestra vida sin importar la edad que tengamos porque quizás aun no somos ancianas; pero ¿cómo nos estamos preparando para la vejez? ¿Cómo queremos terminar nuestros días? ¿Cómo queremos ser recordadas por aquellos que amamos y con quienes nos hemos cruzado en esta vida? ¿Cómo podremos ayudar a las siguientes generaciones a vivir una vida que adorne el evangelio? Contestemos también las siguientes preguntas a la luz de Tito 2: ¿Cómo ha cambiado mi carácter? ¿Pueden otros ver ese cambio en mí? ¿Qué tipo de mujer quiero ser desde ahora? ¿Amo a mi esposo e hijos sabiendo que son mi prójimo? ¿Soy intencional en conocer más a Dios a través de Su Palabra? ¿Qué estoy haciendo para florecer y vivir en plenitud en cada etapa de mi vida y enseñarlo a las más jóvenes? ¿Estoy aprovechando bien el tiempo en lo que llego a la vejez? ¿Busco intencionalmente a Cristo? ¿Anhelo vivir para la gloria de Dios? Con el favor de Dios, algún día peinaremos canas, nos sentaremos en nuestro sillón favorito con una taza de café y veremos en retrospectiva solo para darnos cuenta de cuánto ha valido la pena vivir toda una vida glorificando a Dios al buscar hacer Su voluntad. Sin duda, conocer a Cristo, ser rescatadas por Él, buscar vivir de acuerdo a Él y a Su sana doctrina con la ayuda del Espíritu Santo, nos debe proyectar a futuro a buscar ser mejores en Él. A ser mejores esposas, mejores madres, mejores hijas, mejores hermanas, mejores vecinas, mejores siervas de Dios y eso mismo enseñaremos a las más jóvenes. Esto no es algo que se siembra y cosecha de inmediato, requiere tiempo, dedicación, dependencia en Dios un día a la vez en el que aprovechamos el tiempo en aquello que vale la pena: Pasar tiempo en familia creando lealtades, haciendo hospitalidad, creando memorias, compartiendo el evangelio, orando, sirviendo a alguien más… Haciendo lo que sabemos es honroso para la vida con Cristo: perdonando, quitando amargura, siendo testigos del amor de Dios en nosotras, siendo luz en un mundo donde impera la obscuridad. Reflexionemos a través de las características que el apóstol Pablo resalta de las mujeres ancianas y meditemos cómo estamos viviendo ahora ya que es nuestra siembra para la vejez. ¿Cómo nos estamos preparando para aquellos años? Las ancianas deben: Ser reverentes en su porte. Maestras del bien. No ser calumniadoras. No ser esclavas del vino. Enseñar a las más jóvenes en amar a sus maridos y a sus hijos. Ser prudentes. Ser castas. Ser cuidadosas de su casa. Ser buenas y estar sujetas a sus maridos. ¿En qué área debemos crecer cada una de nosotras con la ayuda del Espíritu Santo? No podemos hacerlo por nosotras mismas y en nuestras propias fuerzas, pero sí debemos ser intencionales al ocuparnos en ejercitar y crecer en las obras que Dios nos ha llamado a hacer. “Palabra fiel es ésta, y en cuanto a estas cosas quiero que hables con firmeza, para que los que han creído en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles para los hombres” (Tito 3:8).
No caminamos solas
Probablemente, vemos ese currículum y pensamos que es demasiado o que no somos capaces de realizar ese llamado a las ancianas de manera perfecta. ¡Tienes razón! No lo podremos hacer o no lo hacemos perfectamente, pero no se nos pide que lo hagamos de esa forma porque sin duda vamos creciendo y madurando de manera progresiva hasta el día que bajemos al sepulcro. Incluso, podemos pensar que faltan décadas para ser ancianas y que no es necesario que comencemos desde ahora a hacerlo. La realidad es que somos la anciana para alguien más joven, siempre. Siempre habrá una mujer más joven que nosotras a quien podamos enseñar a vivir la vida como Dios la ha diseñado y qué mejor que modelar esa forma de vida desde ahora a nuestras futuras generaciones. No caminamos solas. Primeramente, tenemos la gracia, la presencia y la esperanza en Dios que nos ha llamado para dar testimonio de Él y Su obra en la cruz (Mt 28:19-20). Él nos fortalecerá, estará con nosotras y nos ayudará en nuestras debilidades por medio del Espíritu Santo que habita en nosotras. No caminamos solas porque además de la presencia de Dios, hay otras ancianas de quienes aprenderemos también a través de su sabiduría, enseñanza, oraciones y el testimonio de una vida bien vivida delante de Dios. Solo es cuestión de abrir bien los ojos y ver qué mujeres están viviendo así: honrando y glorificando a Dios y nosotras, llevarlo a cabo con mujeres más jóvenes. Los años no pasan tan lento como pensaba hace más de tres décadas. Anhelo llegar a la vejez con muchos años llenos de mucha vida, con memorias de mi caminar con Dios y de caminar al lado de mujeres más ancianas y más jóvenes también. Por eso, en los días que Dios nos permita vivir en esta tierra, seamos intencionales en vivir para Su gloria, teniendo en mente hacia donde nos dirigimos, pero sin perder de vista que alrededor nuestro hay mujeres que requieren enseñanza, la misma enseñanza que nosotras recibimos y que día a día se va perfeccionando. Que nuestra vida sea un reflejo de que vivimos delante de Dios, bajo Su autoridad y para Su gloria desde la juventud hasta la vejez.