Nota del Editor: Este es el segundo articulo de nuestra serie «El poder de Dios en el Evangelio» en el cual queremos tratar sobre cual es el modelo bíblico del evangelismo. La primera parte de esta serie es «¿Qué es el evangelio?«, y la tercera saldrá pronto bajo el titulo «Cambio de dirección». Recomendamos al lector buscar las referencias bíblicas para un mayor provecho del tema.
La Demanda del Evangelio
Es importante entender que el anuncio del evangelio al pecador se hace con el propósito de que el pecador responda en arrepentimiento y fe (Mr. 1:14-15, Jn. 3:16; Hch. 3:19, 26; Ro. 5:1). El arrepentimiento de pecados y la fe en Cristo son dos caras de una misma moneda, inseparables y necesarias para la salvación del pecador. Algunos, en su celo por mantener que la salvación es por gracia, solo a través de la fe y no por obras (Ef. 2:8-9) han eliminado el llamado al arrepentimiento al presentar el evangelio. Piensan que predicar arrepentimiento de pecados es una especie de evangelio de obras que elimina la gracia de Dios en la salvación, contradice la fe como única condición para la justificación y destruye el ofrecimiento gratuito de perdón que Dios hace al pecador. De esta manera se separa lo que es inseparable (arrepentimiento y fe), lo cual resulta en decisiones superficiales por Cristo. Personas que vienen a Cristo para ser perdonadas, sin ninguna intención de seguirle; que quieren seguir viviendo en pecado, pero al final ser librados del fuego eterno. Debemos entender que Dios no ofrece salvación al pecador impenitente. Cristo no debe ser visto por el pecador como un salvador que le permite amar y vivir en el pecado sin sufrir el fuego eterno. El evangelio no es una póliza contra incendios, no ofrece escape de la ira de Dios a quien ama y practica el pecado (1 Co. 6:9-10; Ga. 5:19-21). Aunque no es necesario usar la palabra arrepentimiento cada vez que presentamos el evangelio, la idea de que el pecador debe dar media vuelta para poder venir a Cristo sí debe estar presente. Esto no es predicar un evangelio por obras. Cristo dijo a las multitudes que debían negarse a sí mismos y tomar su cruz para poder seguirle (Mr. 8:34-38), Pedro predicó a los judíos que el perdón de pecados viene por medio del arrepentimiento y la conversión (volverse o dar media vuelta, Hch. 3:19) y más adelante menciona que Dios quiere que se conviertan de su maldad (Hch. 3:26) y Pablo también predicó arrepentimiento (Hch. 17:30, 20:21; Ro. 2:4-5). En el Antiguo Testamento el profeta Isaías también muestra que el arrepentimiento de pecados para salvación no es un evangelio por obras (Is. 55:1-7). El verso 1 habla de una salvación gratuita “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.” El verso 3 habla de inclinar nuestro oído e ir a Dios para que viva nuestra alma. El verso 6 habla de buscar a Jehová y de llamarle. El verso 7 muestra de qué manera podemos ir a Dios, llamarle y recibir gratuitamente vino y leche: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.” El pecador que quiera recibir misericordia y perdón gratuito debe dejar su mal camino e ir a Dios. Si predicar arrepentimiento de pecados y fe en Cristo para salvación es predicar un evangelio por obras, entonces los escritores bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y Jesús, predicaron salvación por obras. Es importante entender que el arrepentimiento bíblico no es mejorarse a sí mismo para luego venir a Jesús, tampoco es hacer restitución por pecados cometidos o hacer obras de penitencia para limpiarse del pecado. El arrepentimiento bíblico es un cambio de mente que afecta las emociones, haciendo que el hombre se sienta triste por su pecado (Sal. 51:7; 2 Co. 7:9), y también afecta la voluntad, haciendo que el hombre le dé la espalda al pecado para venir a Cristo (Is. 55:1-7; Hch. 3:26). Las buenas obras vienen después del arrepentimiento, ya que son el resultado o la evidencia del mismo (Mt. 3:8). Aquellos pasajes que mencionan la fe como única condición para la salvación no dejan el arrepentimiento de pecados fuera (de la misma manera que aquellos que mencionan solo arrepentimiento no significan que la fe no es necesaria). Cuando Cristo menciona que para ser salvos debemos ir a Él, se sobreentiende que es necesario volverse del pecado al mismo tiempo. Siempre que nos volvemos hacia algo o alguien, también, y al mismo tiempo, nos volvemos de algo o alguien. Por tal razón una persona no puede volverse hacia Cristo sin volverse del pecado (1 Ts. 1:9). La fe salvadora es fe contrita. Hablemos por un momento sobre la importancia de que el pecador considere el costo de seguir a Jesús, cómo el evangelismo moderno muchas veces se aparta del modelo bíblico y qué verdad bíblica nos protege de caer en métodos humanos de manipulación para lograr decisiones por Cristo.
Calculando el Costo
Cuando Jesús vino a este mundo las multitudes eran atraídas a Él por los beneficios temporales que recibían (sanidad física, comida gratis y la esperanza de ser liberados políticamente de Roma, Mt. 4:23-25; Jn. 6:1-26). No tenían ningún interés en ser perdonados y reconciliados con Dios. Le seguían con propósitos egoístas. Estaban dispuestos a recibirle siempre y cuando Él llenara sus expectativas. Cristo siempre se mostró claro en lo que significaba ser un verdadero discípulo. Buscaba ahuyentar al seguidor movido por deseos egoístas mostrándole el costo de ir en pos de Él (Mr.8:34-37; Lc. 14:25-33; Jn. 6:60). Es preferible que un pecador rechace a Cristo porque entiende lo que significa ser un seguidor de Jesús a que haga una profesión porque no se le dijo lo que el evangelio demanda de él. Nuestro Señor fue sumamente claro en dejar saber a las multitudes que le seguían que ser un verdadero discípulo requiere morir al yo para que Él tenga el primado en nuestra vida, sabiendo que esto traerá rechazo y persecución. No presentar claramente la demanda del evangelio es como un reclutador de las fuerzas armadas diciéndole a un joven interesado «únete al ejército para que puedas ver el mundo”, ocultándole que debe estar dispuesto a morir por su país. No exhortar al pecador a calcular el costo de seguir a Cristo es deshonesto y resulta en pecadores volviendo atrás. El pecador debe entender que Jesús no es un accesorio que él añade a su vida para que ésta mejore, sino un Rey que demanda sumisión y obediencia sin importar las circunstancias.
Evangelismo Moderno
Actualmente, muchas veces el evangelio no es presentado de manera precisa, aún por personas que dicen creer que el hombre debe arrepentirse y creer en Cristo. No se enfatiza la justicia, santidad e ira de Dios, el pecado del hombre, o la responsabilidad del hombre de arrepentirse y creer en Cristo. En vez de presentar un evangelio centrado en Dios, se presenta un evangelio centrado en el hombre y en sus necesidades emocionales. Abundan frases como “Dios tiene un plan maravilloso para tu vida”, “Jesús quiere ser tu amigo”, “Jesús quiere tener una relación personal contigo”, “Jesús quiere llenar el vacío en tu corazón”, “Jesús quiere darte gozo y paz”, “Invita a Jesús a entrar a tu corazón”, etc. Estas y otras frases utilizadas comúnmente, aunque no necesariamente sean incorrectas, no son parte del evangelio. Nuevamente, el resultado de que el evangelio gire en torno a las necesidades emocionales del hombre será profesiones superficiales de personas que no han entendido el verdadero problema, que son pecadores y que la ira de un Dios Justo y Santo está sobre ellos. No es lo mismo decir a un pecador “Acepta a Jesús porque Él tiene un plan maravilloso para tu vida” que decirle “Has ofendido a un Dios Justo y estás bajo condenación”. Si bien el evangelismo moderno puede generar muchas profesiones, solo el evangelio de Cristo puede producir verdaderas conversiones (Ro. 1:16).
Predicando a Muertos
Para no caer en el uso de métodos humanos al evangelizar, es imprescindible que entendamos la condición del hombre sin Cristo. Todos los seres humanos nacen con una naturaleza inclinada al pecado (1 Pe. 1:18; Sal. 51:5). Esa naturaleza afecta su mente, emociones y voluntad, de manera que el hombre en su estado natural se encuentra completamente incapaz de poder agradar a Dios (Jn. 6:44, 65, 8:34; Ro. 3:9-18; 8:7-8; 1 Co. 2:14, 12:3). Es libre para escoger el pecado, pero no para obedecer a Dios. Es esclavo del pecado (Jn. 8:34) y está dominado por Satanás (2 Co. 4:4; 1 Jn. 5:19). No tiene deseo de buscar a Dios, no puede porque no quiere. En las palabras de Pablo en Efesios 2:1 está muerto en sus delitos y pecados. De manera que cuando le decimos a un pecador que crea en Cristo para que sea salvo, le estamos pidiendo algo que por sí mismo no puede hacer. Así como a Ezequiel se le mandó predicar a huesos secos (Ez. 37:1-14), de la misma manera a nosotros se nos manda predicar a muertos. Cuando entendemos esta realidad, nos percatamos de lo insensato de pensar que podemos idear un método humano que haga que un muerto responda. No se necesitan métodos humanos para que haya una conversión, se necesita un milagro. Solamente el evangelio de Cristo y el Espíritu Santo obrando en el corazón del pecador pueden hacer que un muerto venga a Cristo. Podemos manipular y forzar a las personas para que tomen decisiones pero solo Dios puede hacer que un cadáver espiritual ponga su fe en Cristo. Prediquemos el evangelio fielmente llamando al pecador al arrepentimiento y dejémosle a Dios lo que solo Él puede hacer (1 Co. 3:6-7). En la tercera parte de esta serie, «Cambio de dirección», consideraremos la evidencia de que verdaderamente hemos sido regenerados y daremos algunas recomendaciones para el lector interesado en continuar estudiando el tema.