¿Alguna vez te has preguntado por qué no pensamos en el cielo? De hecho, si el cielo es todo lo que la Escritura dice que es, ¿cómo es que dedicamos tanto tiempo para pensar en “otra cosa”?
Observando esta tensión, C. S. Lewis escribió: “Han habido ocasiones en las que pienso que no deseamos el cielo, pero más a menudo me encuentro a mí mismo preguntándome si alguna vez, en el corazón de nuestro corazón, hemos deseado alguna otra cosa” (The Problem of Pain [El problema del dolor]), 149). En otras palabras, todos nuestros anhelos encuentran su verdadero hogar en el cielo. Y aún así, si somos honestos, pasamos bastante más tiempo pensando en cualquier otra cosa. ¿Por qué?
Sospecho que no pensamos mucho en el cielo porque no pensamos bien en el cielo. Hasta que no aprendamos a pensar bien, no pensaremos más. Pero si aprendemos a pensar bien, entonces nos será imposible evitar pensar más. Debemos aprender a imaginar correctamente el cielo.
El cielo que Satanás ama
Una de las razones principales por las que no pensamos bien es porque Satanás odia el cielo y quiere que nosotros también lo hagamos. Randy Alcorn explica que “algunas de las mentiras favoritas de Satanás son sobre el cielo… nuestro enemigo calumnia tres cosas: la persona de Dios, el pueblo de Dios y el lugar de Dios, es decir, el cielo” (Randy Alcorn, El cielo, 10-11). Satanás es el padre de mentiras, y algunas de sus más condenatorias mentiras implican la vida venidera.
Satanás promueve el inexistente cielo flotante de las caricaturas, donde figuras fantasmales descansan sobre las nubes, tocando el arpa. Esta imagen, construída a partir de suposiciones gnósticas (anti-materiales), inducen al aburrimiento extremo, y Satanás ama eso. Los santos puede que disfruten de un cielo inmaterial ahora, pero no siempre será así. Satanás sabe que ninguna criatura creada con alma y cuerpo podría estar plenamente satisfecha de pasar siglos tras siglos de esa manera. Y ese es el punto. Si Satanás puede hacernos comprar la idea de un cielo no terrenal, fantasmal, o (Dios no lo permita) aburrido, no pensaremos en el cielo. Y si no pensamos en él, ¿por qué empujaríamos nuestras mentes a pensar en la eternidad, o le diríamos a otros que lo hagan?
Esa visión del cielo es una ilusión, un oscuro hechizo lanzado por un envidioso Satanás para apagar nuestro entusiasmo por el cielo. No anhelamos porque no miramos, y no miramos, porque hemos creído mentiras. Así que debemos aprender a desterrar este infernal engaño, para pensar bíblicamente acerca del lugar de Dios.
Más real, no menos
Pablo fue un hombre que pensaba correctamente sobre el lugar de Dios, y por eso esto dominaba sus pensamientos. En Filipenses, Pablo dice “[tengo] el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor” (Fil 1:23), una forma centrada en Cristo de decir “anhelo el cielo”. Más tarde afirma que somos ciudadanos de los cielos (Fil 3:20). Y describe su vida completa como una carrera hacia una meta final: “Una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante prosigo hacia la meta, para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil 3:13-14).
Ese “supremo llamamiento” es el llamamiento celestial, el llamado a llegar más lejos y más alto. Como los santos de Hebreos, Pablo deseaba alcanzar “una patria mejor, es decir, la celestial” (Heb 11:16). La esperanza del cielo consumía a Pablo. ¿Por qué? Porque pesaba correctamente acerca del cielo.
¡Cuando nuestros pensamientos transitan por caminos bíblicos, empezamos a entender que los gozos del cielo serán plenos, profundos y exuberantes de placeres! No flotaremos como espíritus incorpóreos, tocando el arpa por la eternidad (como sea que eso funcione). El cielo no tolerará el aburrimiento. Será más sólido, no menos, más físico, más tangible, más duro que el diamante, más real que cualquier cosa que experimentemos ahora. Y aún así, todo lo que experimentamos ahora nos ayuda a imaginar el porvenir.
Esto, pero mejor
Pablo mismo nos enseña cómo pensar en el cielo cuando dice: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre, son las cosas que Dios ha preparado para lo que lo aman” (1Co 2:9). De estos versículos, podríamos inferir que el paraíso será mejor que las mejores cosas que podamos experimentar ahora, mejor aún que la alegría más salvaje que podamos imaginar.
Ahora, tomo la declaración de Pablo como un desafío porque significa que puedo mirar cada cosa buena ahora y cada cosa buena que puedo imaginar, y puedo decir de ella: «El cielo será esto, pero mejor». Puedes aprender a pensar bien del cielo disfrutando ahora de todas las cosas buenas de esta vida, elevándolas tan alto como pueda llegar tu imaginación, y diciendo: esto, pero mejor. Al fin y al cabo, las mejores cosas de ahora sirven como mera prueba de sabor, como ecos de la música o sombras brillantes del país mucho mejor que vendrá.
Permíteme aplicar esta manera de pensar bien sobre el cielo a tres de los mejores regalos que Dios da ahora.
1. Este cuerpo, pero mejor
En el cielo disfrutaremos de cuerpos nuevos. Cristo «transformará el cuerpo nuestro de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de Su gloria” (Fil 3:21). La propaganda secular nos desvía en este punto e intenta hacernos más “espirituales” que Dios. Pero Él hizo nuestros cuerpos, y, como maestro artista, los declaró muy buenos (Gn 1:31). Tomó un cuerpo para sí, y al tomarlo, lo santificó para siempre. Cuando Dios se hizo hombre, declaró definitivamente la bondad permanente del cuerpo. Ninguna aprobación podía ser más definitiva que la encarnación.
Y así disfrutaremos tanto de almas como de cuerpos por la eternidad, cuerpos nuevos, cuerpos mejores, cuerpos como el de Jesús ahora mismo, cuerpos con sentidos glorificados, cuerpos sin enfermedad ni dolor, cuerpos que pueden correr con alegría, trabajar sin agotamiento, ver sin gafas, vivir sin envejecer, ¡o mejor! Y así, cuando disfrutes de tu cuerpo en su mejor momento ahora, en santa comida, sueño, sexo, correr, hacer deporte, cantar, abrazar, trabajar, reír, piensa para ti mismo: este cuerpo, pero mejor.
2. Esta tierra, pero mejor
Bíblicamente hablando, cuando hablamos de nuestro cielo eterno, nos referimos a los cielos nuevos y la tierra nueva. En definitiva, el cielo no es lo contrario de la tierra; el cielo es la tierra redimida y rehecha y casada con los nuevos cielos. Como dice Alcorn: “El Cielo no es una extrapolación del pensamiento terrenal; la tierra es una extensión del cielo, hecha por el Rey creador” (El cielo, 13).
¡Qué buena noticia para los nostálgicos del Edén! Dios nos creó para disfrutar de la presencia de Dios con el pueblo de Dios en el lugar de Dios. Un lugar terrenal con árboles glorificados y montañas ajardinadas, con cultura no caída y arte no disminuido, el sabor del chocolate y el olor del tocino, con majestuosas y hermosas tormentas eléctricas que conmueven el alma, con el calor del sol en invierno. Un día, el paraíso perdido se convertirá en el paraíso recuperado y rehecho en una ciudad-jardín.
La nueva tierra será precisamente eso: nueva. Al igual que nuestros nuevos cuerpos, la reconoceremos. Estará libre de la esclavitud de la corrupción y de los estragos del pecado, pero no será completamente diferente. Cuando Dios renueve esta tierra, nada bueno se perderá definitivamente, ninguna belleza se oscurecerá, ninguna verdad se olvidará. Y así, cada vez que vislumbres aquí la gigantesca gloria de Dios, piensa para ti: esta tierra, pero mejor.
Pero, por supuesto, el lugar no es nada sin la persona.
3. Este gozo en Jesús, pero mejor
Como cristianos, ahora disfrutamos de Jesús. Eso es lo que significa ser cristiano. Buscamos gozar de Jesús en todo y todo en Jesús. Pero en el cielo, nuestro gozo en Jesús aumentará. Crecerá más profundo y más dulce. Florecerá y florecerá. Nuestra felicidad se expandirá para siempre de todas las maneras imaginables. ¿Por qué? Porque veremos a Jesús cara a cara. Nuestro Rey morará con nosotros corporalmente. Contemplaremos al Verbo hecho carne.
Esta era la esperanza que albergaba Job en medio de su sufrimiento:
Yo sé que mi Redentor vive,
y al final se levantará sobre el polvo.
Y después de deshecha mi piel,
aún en mi carne veré a Dios,
al cual yo mismo contemplaré,
y a quien mis ojos verán, y no los de otro.
¡Desfallece mi corazón dentro de mí! (Job 19:25-27).
Job desfalleció por la visión beatífica, que sin duda será más que física, pero no menos. Si esta esperanza del cielo es tuya en Cristo, entonces un día tú, con los santos de todas las épocas, te deleitarás con la sonrisa del propio Jesús. Nuestras rodillas nuevas se doblarán sobre una tierra nueva, y nos uniremos a la alabanza cósmica de Cristo con lenguas nuevas. ¿Te lo imaginas?
Plenitud de gozo
Si puedes, estás empezando a pensar bien en el cielo. Estás aprendiendo a anticipar el lugar donde Dios satisfará todos nuestros anhelos con los placeres de Su diestra. Cuando por fin pongamos el pie en ese país verde y lejano, todo lo bueno que siempre hemos deseado, los anhelos que hemos acariciado desde la infancia, los deseos que minimizamos de adultos, los anhelos que nos visitan en los momentos de silencio y resuenan sin cesar en nuestros corazones, ese algo dulce que hemos buscado, alcanzado, escuchado, perseguido, Dios lo satisfará todo. Todo mi ser (cuerpo y alma) gritará: “Esto es para lo que fui hecho. Por fin estoy en casa”.
Amigo, no podemos esperar lo que no deseamos, y no podemos desear lo que no hemos imaginado. Por lo tanto, ejercitemos nuestra imaginación, pero nuestra imaginación saturada de la Biblia, empoderada por el Espíritu, inspirada por la Trinidad, para pensar bien en el cielo.
El cielo será así, pero mucho mejor.
Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.