Infidelidad. Falta de compromiso. Expectativas no cumplidas. Falta de comunicación. Abuso físico o mental. Alcoholismo. Problemas financieros. Falta de respeto. Yugo desigual…
Una o varias de estas razones pudieron llevar a tus padres a firmar los papeles de divorcio. Ese día, la tristeza y la duda pudieron encontrar un camino hacia tu corazón.
Cuando mis padres se separaron me di cuenta de que la vida no siempre es como queremos. Que a veces tomamos decisiones que nos pueden traer dolor y sufrimiento. Que escogemos mal o por los motivos incorrectos. Que un matrimonio que concluye en divorcio termina hiriendo en el camino a los hijos, fruto de esa unión.
El dolor del divorcio se vive en carne propia y en carne ajena. No solo el hombre y la mujer que han renunciado a su sueño de tener un hogar feliz sufren, lo hacen también los hijos, que, al ver el resultado de esa unión, prefieren muchas veces detenerse paralizados antes que dar el “sí quiero”.
Estoy segura de que nadie se casa pensando en que el matrimonio va a terminar mal. Sin embargo, quienes hemos experimentado el trago amargo del divorcio de nuestros padres, podemos creer que es mejor no casarnos para no cometer los mismos errores que ellos o para no terminar viviendo la misma situación.
Hoy te quiero animar a mirar por encima del matrimonio de tus padres para que puedas ver este ministerio tan maravilloso y único que Dios estableció cuando dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada” (Gn 2:18). El matrimonio fue idea de Dios. Dos personas ―un hombre y una mujer― que conviven bajo el mismo techo, caminan juntos, se multiplican y crían hijos para la gloria de Dios (Gn 1:27-28).
El divorcio no fue idea de Dios (Mt 19:6), Él lo odia (Mal 2:16), sin embargo, debido al pecado, es una realidad latente en el mundo. Tal vez el título de este artículo llamó tu atención porque tus padres se divorciaron y enfrentas cada día el temor de formar un hogar que pueda seguir sus pisadas. Tal vez, no le tienes miedo al matrimonio y te has casado, pero tienes miedo a la posibilidad de un divorcio.
He sido miembro de una familia en la que el matrimonio, después de muchas luchas, llegó a su fin. He visto, sin embargo, cómo en Su misericordia, Dios me ha permitido disfrutar de la bendición de estar casada y crecer en mi semejanza a Cristo, junto a mi marido.
Así que, quiero compartir contigo algunas de las verdades que me ayudaron a dejar de temer y a dar uno de los pasos más importantes de mi vida: casarme.
El matrimonio es un reflejo de la relación que Cristo quiere con Su iglesia (Efesios 5:25)
Recuerdo estar orando cada día para que Dios pusiera en mi camino a la persona que Él quisiera en mi vida. Oraba por su corazón, su fe, su gozo y para que Dios me permitiera ser la persona apropiada para él. Oraba por un hombre al que no conocía, y lo hacía, sabiendo que el Dios que conocía mi corazón, conocía también el de este hombre.
¿Sabes qué había cambiado para que pudiera orar de esta manera? Yo. Dios había hecho una transformación en mi corazón, ya que, en lugar de buscar ser amada por las razones equivocadas, mi corazón se inclinaba a buscar amar y ser amada para la gloria de Dios (1Co 10:31).
Antes de llegar a España, había amado sin que me amaran y había sido amada sin amar. Lo digo con vergüenza, pero es la verdad. Por eso, cuando entendí el amor de Dios y el evangelio, mis ojos se abrieron a la realidad de que el matrimonio es una representación de la unidad que Cristo quiere con Su iglesia.
Hoy es tu turno para recordar que el matrimonio es una oportunidad para que puedas darle gloria a Dios, mientras compartes tu vida con otra persona, si el matrimonio es lo que Dios ha planeado para ti (1Co 7:7).
Cada persona es diferente: Tú no eres tu madre, así como tu esposo no es tu padre (Salmo 139:13-14)
Es verdad que todos somos pecadores y que el matrimonio está compuesto por dos personas imperfectas, que necesitan la gracia de Dios para poder y saber amar. Así que, en lugar de permitir que el pecado de tus padres o los motivos por los cuales llegaron a firmar los papeles de divorcio, se conviertan en una sombra permanente que cubre tu corazón para no vivir el plan maravilloso del matrimonio, recuerda que tú eres una persona diferente y que Dios está trabajando en ti para hacerte cada día más como Cristo.
Aprende de los errores de tus padres para no repetirlos. Vive cada día apuntando a ser más como Jesús, deja que Él sea tu ejemplo para amar, perdonar, servir y vivir, tanto en la soltería como en el matrimonio.
Recuerda tu identidad (2 Corintios 5:17)
Puede que tus padres se hayan divorciado, pero eso no te convierte en la próxima divorciada de tu familia o de tu círculo de amistades. No permitas que situaciones fuera de tu control o el pecado o circunstancias que rodearon el divorcio de tus padres, se conviertan en parte de tu identidad.
Si el matrimonio de tus padres llegó a su fin debido a los celos, la inseguridad, la inmadurez, el egoísmo, la falta de respeto, etc., fue así porque sus vidas reflejaban lo que había en sus corazones y no pudieron dar aquello que no tenían.
Si tú eres una hija de Dios, Él, mi querida hermana, está trabajando en tu corazón para que puedas mostrar el carácter de Cristo y vivir de acuerdo con la identidad de una hija de Dios, independientemente del estado civil de tus padres. Tu identidad está definida por lo que Cristo ha hecho en ti (2Co 5:17).
El matrimonio es el mejor lugar para amar con excelencia (1 Corintios 13:4-7)
Dios nos cambia en el contexto de nuestras relaciones (Pro 27:17). Es en medio de la unión del matrimonio donde aprendemos lo que es la sumisión, el respeto, el deleite, y donde podemos cumplir el mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mt 22:39).
Es también en medio de la convivencia con una persona pecadora como nosotras, que podemos mostrar el carácter de Cristo, ser pacientes, bondadosas, humildes, perdonadoras, mientras sufrimos, creemos, esperamos y soportamos todo (1Co 13:4-7), por amor a Dios y a la persona que Él ha puesto en nuestras vidas.
Es aquí donde podemos ocuparnos diligentemente en ser las mujeres que Dios quiere que seamos y donde en lugar de enfocarnos en el pecado de la otra persona, podemos manifestar el fruto del Espíritu Santo en nuestra vida mientras luchamos contra nuestro propio pecado.
No te unas en yugo desigual con un no creyente (2 Corintios 6:14)
Para que el matrimonio vaya por buen camino, es necesario que los dos estemos buscando las mismas cosas, caminando en la dirección correcta y caminando juntos. Esto solo es posible cuando el hombre y la mujer estamos en una íntima y estrecha relación con Dios.
Pídele a Dios que te ayude a encontrar a un hijo Suyo que lo ame a Él, más de lo que te ame a ti, y que su deseo sea agradar a su Padre en el Cielo. Te aseguro que un hombre así procurará cumplir con su rol de líder y proveedor. Te amará como Cristo amó a Su iglesia, te respetará y te valorará porque entenderá que eres un precioso regalo de Dios para su vida. Una ayuda idónea. Una compañera. Una mujer única y especial que le ha sido dada para que lo complemente y sirva como un instrumento de santificación para Su vida.
No temas al matrimonio si tus padres se divorciaron, más bien ora hoy mismo por esa persona que Dios tiene para ti y prepárate para ser la mejor esposa que puedas, para la gloria de Dios.