¡No dejes caer la roca!

El pecado nunca es sencillo. El pecado nunca es inofensivo. El pecado es siempre egoísta; siempre genera una ocasión para dañar no solo al pecador, sino a toda la iglesia.

Sucede a menudo, demasiado a menudo, en el mundo cristiano. Otro predicador, autor u orador famoso es expuesto como un hipócrita; como alguien que se aprovecha de su posición y prominencia no para perseguir recompensas celestiales, sino deseos carnales, tesoros fugaces o poder pasajero. Cuando otra de estas figuras es descubierta, es como si se dejara caer una enorme roca en un estanque que suele estar en calma. El agua salpica mucho, hay un gran disturbio, una gran serie de olas pequeñas que fluyen hacia afuera hasta que toda el agua ha sido perturbada.  En el centro mismo del problema, en el lugar de mayor perturbación, peligro y dolor, están las personas que sufrieron el daño más grave y directo; víctimas de las que se aprovecharon, presas que fueron engañadas, seguidores que fueron pisoteados. A menos que los miembros de la familia hayan sido cómplices de esos crímenes o fechorías, ellos también son víctimas de la lujuria, la codicia o el complejo de dios de la celebridad en cuestión. Son estas personas las que sienten la mayor ola de dolor y tristeza, las más heridas, las más lastimadas, las más dignas de nuestra sincera simpatía.  Pero, trágicamente, el daño no termina con ellos, pues las olas fluyen siempre hacia afuera. Aunque la fuerza de las olas puede disminuir a medida que avanzan, aún así son lo suficientemente fuertes como para sacudir o incluso perturbar la fe de aquellos que se encuentran con ellas. Aquí nos encontramos con personas que admiraban a esa celebridad, que leían sus libros y escuchaban sus sermones; personas cuyas mentes fueron moldeadas y cuyos corazones fueron formados. ¿Pueden tener confianza en lo que creen que es verdad cuando lo aprendieron de esa persona? ¿Puede ser genuina su fe cuando dependía tan sustancialmente de la enseñanza de alguien que ha demostrado ser falso? ¿Cómo les explicarán a sus hijos la razón por la cual ya no verán esos sermones o escucharán ese podcast?  Pero incluso en ese momento, las pequeñas olas aún no se han disipado por completo, ya que alcanzan a aquellos que quizás nunca se hayan encontrado con la celebridad, pero que son miembros de la Iglesia universal y que saben que ahora su testimonio está manchado por la hipocresía de esa persona lejana. Saben que sus amigos y familiares incrédulos ahora tienen razones para dudar de su fidelidad debido a la infidelidad bien difundida de esa celebridad. Los ministerios y las estaciones de radio revisan sus archivos para eliminar mensajes que una vez fueron considerados poderosos pero que ahora son considerados hipócritas. Incluso en el otro extremo del mundo, los dueños de librerías pequeñas se ven obligados a asumir pérdidas por títulos que ya no se venderán. Las pequeñas olas continúan hasta atravesar todo el estanque para salpicar, al fin, contra la orilla.  El pecado nunca es sencillo. El pecado nunca es inofensivo. El pecado es siempre egoísta; siempre genera una ocasión para dañar no solo al pecador, sino a toda la iglesia. Y el pecado de aquellos que han sido elevados a posiciones de prominencia es particularmente destructivo, porque cuanto más alta es su plataforma, mayor es la fuerza de su colapso; cuanto más amplio es su alcance, más visible es su caída. Y seguramente esto es un llamado de atención para cada pastor de renombre, a cada conferencista de alta demanda y a cada autor de bestsellers: necesitan ver su popularidad como algo sagrado, su integridad como algo esencial, y necesitan saber la importancia de batallar fuertemente contra los primeros indicios del menor pecado. Porque deben saber que la destrucción que puede venir con su caída será mucho mayor que todo el bien que hicieron en su ascenso. 

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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