Las redes sociales han revolucionado la manera de relacionarnos. Hoy en día es muy raro que alguien no tenga un perfil en Facebook, Twitter o Instragram. Millones de personas comparten diariamente lo que hacen en tiempo real. No necesitan salir de sus hogares, simplemente buscan su mejor ángulo y se toman un selfie frente al espejo. Ya no hay espacio para la intimidad, exhiben sus casas de ensueño, comidas diarias, atuendos, visitas a la peluquería y hasta se graban antes de dormir con la pretensión de obtener numerosos likes o comentarios que les inflen el ego y les causen placer. Las personas que publican recurrentemente fotografías de sí mismas o las que exhiben sus aparentes “vidas perfectas” sufren de inseguridad y tienen una gran necesidad de reconocimiento y aprobación. Como el “me gusta” es tan gratificante como fugaz, repiten una y otra vez sus esfuerzos para ganar popularidad entre sus seguidores. En una sociedad narcisista donde la imagen es lo más importante, las personas desarrollan una acentuada obsesión por ser el centro de las miradas. Las mujeres más vulnerables copian estereotipos y llegan a creer mentiras como que la que viaja es más feliz, la delgada es más hermosa, la que sigue las tendencias de la moda es más popular. Las Escrituras enseñan que los seguidores de Jesús no debemos imitar las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien debemos dejar que Dios nos transforme en personas nuevas al cambiar nuestra manera de pensar (Rom. 12:2). Antes de subir fotografías a las redes sociales necesitamos hacer una pausa y examinar nuestras motivaciones delante de Dios. ¿Qué estamos buscando cada vez que hacemos pública nuestra vida, reconocimiento social y prestigio? ¿Queremos que la gente mire las fotos y envidie las vacaciones que disfrutamos, el delicioso postre que saboreamos, la ropa que usamos y lo felices que somos?
Lo que publicamos en las redes revela dónde tenemos el corazón
Si nuestro corazón se deleita en una casa grande, un auto de lujo, una bonita figura, la popularidad, el éxito y la posición social, entonces no se está deleitando en Dios. No podemos amar a dos señores. Poner nuestro corazón en las efímeras cosas de este mundo es idolatría. Necesitamos estar alerta, porque la línea que separa el bien del mal es muy delgada y, si actuamos por impulso sin reflexionar en cada cosa que hacemos, podemos caer fácilmente en las trampas del mundo y llamar bueno a lo malo, y malo a lo bueno (Is 5:20). Con todo esto no estoy diciendo que las redes sociales sean malas, al contrario, son una gran herramienta para desarrollar los talentos, expandir los negocios, relacionarnos con los amigos y familiares que viven lejos y son estupendas para difundir el evangelio. Solo que es necesario que no olvidemos que, como mujeres cristianas, tenemos un llamado a glorificar el nombre del Señor con todo lo que hacemos (1 Cor. 10:31). ¿Estás tú glorificando a Dios con tus publicaciones en Instagram? ¿Difundes la buena noticia a través de tus redes sociales? ¿O tus redes están tan saturadas de ti misma y de tus cosas que no hay espacio para mostrar a Jesús? Dios nos manda a vivir sabiamente. Como sus hijas amadas y coherederas de su reino, somos cartas abiertas al mundo y ejemplo para otras mujeres que no conocen a Dios. Con nuestra actitud casta y respetuosa podemos alcanzarlas para Cristo. No olvidemos, mis hermanas, que estamos rodeadas por una enorme multitud de testigos, por lo tanto, “despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Heb 12:1).
No seamos piedras de tropiezo
Un asunto en el que debemos meditar es si con nuestras publicaciones estamos siendo piedra de tropiezo para otros cristianos. Una “piedra de tropiezo” se refiere a algo o alguien que hace caer o desvía a las personas de una relación con Jesucristo. Si acostumbras a publicar selfies seductoras y fotografías mostrando tu cuerpo, podrías estar provocando pensamientos lujuriosos en los hombres y celos y envidia en las mujeres, inclusive creyentes.
“No nos hagamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.” Ga. 5:26
No hagamos nada por egoísmo o vanidad
Las Escrituras nos exhortan a cultivar la humildad. No necesitamos compartir una foto para que los demás vean lo felices, hermosas o prósperas que somos. Nuestra meta principal en la vida es agradar a Dios y no a las personas. Esforcémonos para poder presentarnos delante de Dios como siervas fieles y aprobadas. No copiemos estereotipos ni la conducta de mujeres que no conocen al Señor. Pues nosotras caemos en una mayor condenación porque conociendo a Dios no le obedecemos ni honramos (Sal. 78:10).
“No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo” (Fil. 2: 3).
“Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gal. 1:10).
Ayudemos a otras mujeres en su caminar cristiano
Este mensaje, amadas hermanas, no tiene la intención de que nos juzguemos unas a las otras, más bien busca que nos examinemos el corazón y nos propongamos vivir de tal manera que no causemos tropiezo ni caída a otros creyentes (Ro 14:13). No olvidemos que vivimos en un mundo quebrado. La tentación puede venir de la manera más sutil, por eso necesitamos mantenernos conectadas, pero no a las redes sociales, sino a Jesucristo. Hay mujeres que vienen detrás de nosotras. Hijas, sobrinas, nietas, amigas. Ellas necesitan que las ayudemos en su caminar cristiano, que les enseñemos con nuestro ejemplo a vivir de una manera que honre a Dios y que las animemos a perseverar en la fe y la obediencia. El regalo más grande que podemos ofrecer a otras mujeres no es exhibir nuestras “vidas perfectas” por el Facebook o Instagram, sino dar testimonio de nuestra fe y de la misericordia y la gracia de Dios por medio de nuestra debilidad.