Bajé las escaleras lentamente porque no escuchaba ruido alguno y mis hijos pequeños no estaban en su habitación. A mitad de la escalera mi corazón tomó una fotografía de lo que mis ojos estaban observando: peluches regados en el piso del comedor, fichas de dominó en los últimos escalones, unos tenis con agujeros en las suelas justo al pie de la escalera. Bajé un poco más para encontrar a mis hijos sentados frente al televisor; se habían servido leche y galletas para desayunar mientras su mamá dormía unos minutos más.
En el silencio y para mis adentros, agradecí a Dios por la oportunidad de poder ver a mis hijos crecer frente a mis ojos, de poder disfrutar cada una de sus etapas, así como los momentos buenos y los momentos en los que debe haber corrección. No siempre ha sido así y no sé cuánto tiempo dure; pero el tiempo que Dios permita, anhelo que pueda estar al 100% con ellos.
La maternidad y el “yo”
El mundo grita que la maternidad es un estorbo para la realización de las mujeres, un freno para llegar a la plenitud de sus vidas; pero también nos dice que no debemos olvidarnos de nuestra propia vida mientras que nuestros hijos crecen, porque cuando seamos viejas y ellos vuelen, nos quedaremos solas y habremos perdido tiempo valioso por causa de ellos.
La realidad es que la maternidad no es un momento breve, la maternidad es un llamado de por vida; y, durante muchos años, ese llamado estará en la lista de nuestras tres principales prioridades: Nuestra relación con Dios, nuestro matrimonio, nuestra maternidad y así será hasta que nuestros hijos emprendan su vida de manera independiente a nosotras.
Por eso es que mientras nuestros hijos son pequeños y están a nuestro cuidado, debemos ser cuidadosas de no tenerlos por debajo de actividades o responsabilidades que no son prioridad. Siendo sinceras, a veces le damos más importancia a eventos, recreaciones o actividades que no son necesarios para nosotras, más que a nuestros hijos, y los vamos enviando al final de nuestras prioridades.
Puede ser que nos hayan presentado la idea de que la maternidad solo es para aquellas mujeres que no tienen aspiraciones para ser mejores; o quizá para aquellas mujeres a quienes les gusta la monotonía, las rutinas o para quienes son conformistas. Cuando tomamos ese pensamiento y lo creemos, entonces buscaremos hacer lo posible para demostrar que la maternidad no nos frenará y dejaremos de lado ese llamado para conseguir ser y hacer todo lo que pudimos haber hecho sin hijos.
Sin embargo, la maternidad, en esta cultura que se preocupa tanto por sí mismo y que sus prioridades son “primero yo, luego yo, y al último yo”, a las mujeres creyentes nos ayuda a mostrar el evangelio, ¿por qué? porque promovemos con nuestra maternidad el dar la vida por otro, y dar la vida por otro es promover el evangelio.
La Cruz que da vida
Con la maternidad, la muerte del yo que tanto ama este mundo,es más eminente día a día. Quizá es por eso que ahora se promueve tanto el esperar para tener hijos o incluso el aborto, porque con la maternidad mueres a ti mismo para comenzar a vivir por alguien más.
Para quienes estamos en Cristo, es una muerte que trae vida en abundancia; pero para quienes viven inmersos en sí mismos, es una muerte lenta, dolorosa, cruel porque mueren sus sueños, sus anhelos, sus oportunidades de ser lo que planearon ser.
Entonces Jesús dijo a Sus discípulos: «Si alguien quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Mí, la hallará (Mt. 16:24-25).
Entonces, sabiendo que estamos dando la vida por nuestros hijos, neguémonos a nosotras mismas, corramos, vayamos a Cristo cuanto antes. Dejemos a los pies de la Cruz nuestros sueños y anhelos de ser exitosas a costa de nuestros hijos, dejemos nuestras expectativas irreales y utópicas respecto a la maternidad ahí mismo, a los pies de la Cruz.
Dejemos nuestro futuro, nuestro anhelo de ser reconocidas y aplaudidas en nuestros empleos, en los ministerios de la iglesia; dejemos nuestra insaciable necesidad de tener una casa impecable, dejemos nuestras frustraciones, nuestras quejas y esa vida que nos han vendido como perfecta, pero que no hay hijos de por medio.
Quizá se nos haga un sacrificio enorme el tener que morir a todo eso por lo que hemos luchado por años, pero si vemos nuestra maternidad a la luz de la eternidad, estaremos dando la vida, por causa de Cristo, para mostrar Su evangelio en nuestro hogar, con nuestros hijos y con todos aquellos que sean testigos de cómo es que vivimos el evangelio a través de lo que Dios ha puesto en nuestras manos: nuestros hijos.
Muestra a Cristo
La mejor forma de mostrar a Cristo a través de nuestra maternidad es ¡viviendo el evangelio en nuestros hogares! ¿Cómo es eso? Puede parecer repetitivo esto que te digo, pero, cuando vivimos de acuerdo con lo que hemos aprendido en la Palabra de Dios y reconociendo el sacrificio de Cristo y cómo dio su vida por nosotras; entonces viviremos el evangelio a puertas cerradas, de manera tal que cuando esas puertas sean abiertas y nuestros hijos salgan, mostrarán sin fingimiento, sin esfuerzo, sin querer aparentar con nadie, cómo es una vida que vive con Cristo al centro.
Cuando atesoramos la maternidad y los hijos que Dios nos ha dado para cuidarlos e instruirlos en sus caminos, estaremos gritándole al mundo que nosotras amamos, valoramos y atesoramos lo que Dios ama también: los hijos, las familias, generaciones que hablarán de la bondad de Dios.
Mostremos a Cristo a nuestros hijos, vivamos el evangelio, dejémosles saber que nada de lo que el mundo ofrece como una mejor alternativa a la maternidad, es comparable con el privilegio y la enorme satisfacción de ser su mamá. Mostremos a Cristo a nuestros hijos, sacrifiquemos lo efímero y terrenal a cambio de verlos caminar y andar en lo celestial.
Seamos intencionales en hacerles saber que no son un estorbo, ni un freno a nuestros planes; sino que en los planes perfectos de Dios estaba que ellos llegaran a nuestras vidas no para frustrarnos, sino para juntos vivir una vida que honre y agrade a Dios el tiempo que estemos de paso en esta tierra.
Llegará el tiempo que ellos vuelen y que nosotras peinemos canas, que al mirarnos al espejo y miremos en retrospectiva, sea con gratitud, con alegría y contentamiento al saber que hicimos exactamente lo que teníamos que haber hecho con los hijos que Dios ha puesto a nuestro cuidado; y que podamos dar gracias a Dios por la oportunidad de haber dejado de vivir para nosotras y vivir para Él, cumpliendo y obedeciendo Su voluntad en nuestra maternidad.