En meses recientes, el mundo evangélico fue sacudido por una serie de escándalos de líderes que usaron sus iglesias o ministerios, para complacerse a ellos mismos causando daño a los demás. Estos son aún más de los casos de hombres que sin duda,se presentarán ante Dios algún día y mostrarán todos sus logros —”¿No prediqué el evangelio para Ti? ¿No animé a mucha gente en su fe? ¿No llevé a mucha gente al Señor?” Sin embargo, a pesar de tales argumentos, seguramente escucharán palabras de la más severa condena. Aprenderán en ese día que los logros apilados tan alto como el cielo, no son recompensa para el carácter caído tan bajo como el infierno. Sus historias son consistentes con muchas otras en varios detalles, incluyendo este: Hubo muchas ocasiones en las que tuvieron que haberse retirado. Hubo muchas ocasiones en las que si hubieran amado genuinamente al Señor y hubieran querido lo mejor para Su iglesia, habrían reconocido su descalificación de cualquier tipo de ministerio público y luego se habrían retirado discretamente. Habrían mostrado su amor al Señor al abandonar voluntariamente la plataforma de la que habían demostrado ser indignos. Todavía podría haber habido escándalo, pero habría sido moderado por su genuino arrepentimiento y su genuina voluntad de dejar atrás todos los beneficios que venían con su plataforma. Habría sido moderado si sólo hubieran mostrado humildad iniciando su propia partida. No obstante, no es así como pasa, ¿verdad? Nadie nunca renuncia. Nadie nunca ha tenido tal integridad que se considere descalificado y se retire del ministerio público; o muy pocos, al menos. Puedo contar con una mano los hombres que se han retirado discreta y voluntariamente antes de que las protestas lo hicieran necesario. Me quedaría sin dedos de manos y pies antes de llegar al final de la lista de hombres que han esperado hasta que estallara el escándalo y que levantaron todo tipo de protestas cuando fueron forzados a salir. ¿Por qué es esto? ¿Por qué tan pocos renuncian, incluso cuando saben que han cometido pecados escandalosos y descalificantes? ¿Qué les impide responder correctamente cuándo han caído en una gran depravación? En algunos casos es porque son genuinamente malvados como hipócritas. Genuinamente usan el mundo cristiano como un medio para obtener acceso a la fama, la riqueza y las víctimas. En otros casos, se engañan a sí mismos, convencidos de que el último pecado fue el final, que esta vez su arrepentimiento es genuino, que el arrepentimiento que ahora sienten les impedirá volver a hacerlo una vez más. Además, ¿no es obvio que están haciendo tanto bien para el Señor que su causa sería dañada si reconocieran su pecado o se retiraran del ministerio? ¿No es todo el éxito de su ministerio una prueba de que Dios está pasando por alto su pecado, que quiere que continúen? Además, ¿para qué otra cosa están calificados con un título en teología y una carrera que han desarrollado enteramente dentro de la burbuja cristiana? Y así, por estas razones y muchas otras, los que se han descalificado continúan hasta que el escándalo finalmente estalla, hasta que la iglesia reacciona con conmoción, hasta que el mundo reacciona con desprecio. Es admirable cuando aquellos que han cometido un pecado descalificador reconocen que ya no son dignos de su plataforma u oficio y que, con dolor y verdadero arrepentimiento, se retiran y desaparecen del ojo público. Aunque sus pecados son reales y terribles, estas personas muestran evidencia de la gracia de Dios por su respuesta a ellos. Incluso, mientras se enfrentan a las consecuencias, deben ser elogiados por responder a ellas correctamente. A la inversa, es deplorable cuando aquellos que han cometido un pecado descalificador se niegan a reconocer que ya no son dignos de su plataforma u oficio y que, con orgullo y error, permanecen en el ojo público hasta que finalmente llega su día. La Biblia llama a todos los cristianos a ser irreprochables, a tener un carácter incuestionable, a tener una vida tan coherente que no se le puede atribuir ninguna culpa o deshonra. Se espera que los pastores (y seguramente cualquier otro con una plataforma pública) ejemplifiquen estas virtudes. Cuando han estado envueltos en un escándalo que, si se descubre, traería reproche sobre Cristo y Su iglesia, lo mejor y más sabio y santo que pueden hacer es proteger la causa de Cristo retirándose del ministerio público. Esto es una muestra de verdadero arrepentimiento, una prueba de genuino remordimiento.