Igual que muchos jóvenes de hoy en día, mis ojos adolescentes encontraron la pornografía a una temprana edad y con demasiada frecuencia. Pronto la seducción del placer fácil y barato continuamente me atormentaba. Al deteriorarse la salud de mi mamá, mis luchas se intensificaron en la escuela básica y en la secundaria. Me volví hacia las promesas vacías de la pornografía para intentar llenarme y ayudarme a superarlo. En la universidad, aún después de convertirme en un seguidor genuino de Cristo, seguía luchando con pecados sexuales. Mis patrones de pornografía y masturbación alimentaban relaciones impuras con mujeres. Intentaba avanzar en mis luchas en contra de estos pecados, pero parecía estar estancado. Me sentía atrapado. Me sentía sin socorro.
Esclavo del pecado sexual
Romanos 6:6–7 declara que los creyentes han sido librados del pecado y que ya no son esclavos de su poder. Pero aún como creyente, me sentía esclavizado al maestro del pecado sexual. Aunque temporalmente podía luchar y resistir esos pecados, parecía que solo era cuestión de tiempo antes de caer nuevamente. Inevitablemente el fracaso siempre me acechaba amenazante. La lucha en contra de estos pecados llegó a parecer inútil, ya que cada supuesta victoria era muy breve y pronto sería superada por mi pecaminosidad. Compartía mis luchas con amigos muy cercanos que también se encontraban en esta lucha e intentábamos hacernos responsables el uno del otro, pero esto simplemente no me ayudaba a vencer mis pecados. Nada parecía dar resultado. Necesitaba un milagro.
Un avance que no esperaba
Luego, ya hace diez años atrás, Dios obró un milagro en mi vida. El me purgó de esos pecados en un día y mi vida ha cambiado significativamente desde entonces. Estaba de regreso en mi pueblo natal para el verano después de pasar mi primer año completo viviendo en la China. Aunque iba creciendo en mi fe y sirviendo como misionero, seguía luchando con los mismos pecados sexuales y aún sentía un peso muy grande en mi alma por ellos. Tuve un buen amigo en la secundaria quien llegó a ser creyente al finalizar la universidad a través de Jay, un hermano mayor de la fraternidad a la cual pertenecía. Ese amigo fue a mi casa y llevó a Jay. Unas noches más tarde, Jay me invitó a una noche de oración para hombres que quedaba cerca de mi casa. Fui a la reunión de oración con Jay y unos cuantos más. Estábamos orando juntos en el pasillo y yo estaba confesando luchas muy generales cuando Jay se paró y me interrumpió a media oración. Me pidió que fuera más específico en cuanto a los pecados con los cuales luchaba. Me dijo que debía orarlos en voz alta a Dios y a los otros hombres que estaban, y Jay citó a Santiago 5:16: “Por tanto, confesaos vuestros pecados unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados.” Y eso fue lo que hice. En ese momento, con un nudo en la garganta y sintiéndome expuesto, me arrodillé y confesé en voz alta y con gran detalle todos mis pecados sexuales, los del pasado y del presente, tanto a Dios como a los que estaban presentes. Y ellos oraron para que Dios me limpiara por completo de esos pecados. Había hecho confesiones similares sin ningún tipo de transformación. Pero por la razón que fuera, Dios eligió hacer ese milagro en esa noche. En ese mismo momento, Dios me quitó la lucha que tenía con esos pecados sexuales. Por un tiempo, me preocupaba que eventualmente recayera en el pecado sexual, pero nunca pasó. Dios me dio la victoria y me ha mantenido libre de la pornografía y de la masturbación por más de diez años.
Una oración logró penetrar
Como ha dicho John Piper; “No puedo decir el por qué una oración que ha sido orada durante diez años recibe respuesta después de pedirla mil veces cuando Dios ha respondido con silencio las primeras 999 veces.” Se podría decir que Dios respondió mi petición después de la milésima vez y desató un poder que rompió un patrón de pecado profundamente arraigado en mi vida. Como resultado, ya no estaba sobrecargado con un sentimiento de esclavitud al pecado sexual. Dios me libró, y así pude enfocar más de mis energías en seguirle y amarle. Fue un momento decisivo en mi vida. Dios también usó ese evento para prepararme para el matrimonio unos tres años después. Yo estaba libre y mi esposa también; no llevé esa maleta de pecados sexuales a mi matrimonio. Diez años después, al pensar en esa noche le doy muchas gracias a Dios por Su misericordia. Me pregunto por qué fue en ese momento específico que Dios me limpió, en cualquier caso, me pregunto por qué Dios decidió limpiarme. Desde ese entonces he orado por el mismo tipo de limpieza para otros hermanos, pero no se ha dado al mismo grado que se dio conmigo. El tiempo soberano de Dios, por supuesto, es clave, y Santiago 5:16 nos da otro factor que debemos considerar. El versículo no sólo nos habla de orar los unos por los otros para que podamos ser sanados, además, la segunda parte nos dice “La oración eficaz del justo puede lograr mucho.” No digo que Jay era perfecto, pero la persona orando es un factor para considerar. Si puedo decir que cuando Jay oró por mi limpieza, legítimamente creía que Dios respondería a su oración. No sólo decía las palabras por decirlas, sino que genuinamente creía que Dios le estaba escuchando y que respondería a su oración. Tan fiel intercesión por otros es un gran ejemplo para todos nosotros.
¿Y qué tal hoy?
Cualquiera que sea la explicación, Dios me libró de una carga muy pesada esa noche. Cuando medito en las experiencias de vida obvias que me demuestran claramente la existencia de Dios y del poder de Su Espíritu, pienso en mi liberación. Luché durante tanto tiempo intentando limpiarme a mí mismo. Y mis esfuerzos fueron inútiles. Durante años mis oraciones aparentaban ser respondidas con silencio, pero en un momento- después de innumerables plegarias- Dios eligió hacer el milagro. Con frecuencia mi experiencia me recuerda cómo debo honesta y humildemente confesar mis pecados ante Dios y otros. También debo creer que Dios puede desear limpiarme en un instante de ciertos pecados con los cuales aún estoy luchando y no debo temer orar con denuedo y fidelidad para que Él sane a otras personas a mí alrededor. Quizá hoy sea el día de orar por milésima vez una oración por ti o por una persona que amas.
Una publicación de DesiringGod.org | Traducido con permiso por Yirenni Pérez de Paden