Este artículo pertenece al libro De vuelta a Cristo: Celebrando los 500 años de la Reforma escrito por pastores hispano hablantes y publicado por Soldados de Jesucristo. Estaremos regalando los archivos digitales de este libro el 31 de octubre de 2018, en celebración del aniversario de la Reforma protestante. «La iglesia siempre está buscando mejores métodos con el propósito de alcanzar el mundo. Pero Dios está buscando mejores hombres que se dediquen al método ordenado en la Biblia de hacer progresar su reino, a saber, la predicación—y no cualquier tipo de predicación, sino la predicación expositiva» (Steven Lawson).[1] Hace algunos años tuve la maravillosa oportunidad de visitar la bella ciudad de Ginebra, Suiza. Bajando del tren, sabía cuál era mi primer destino. En el centro de la ciudad se encuentra el Parque de la Reforma, y en medio del parque el Muro de la Reforma, con cuatro personajes: Guillermo Farel, Teodoro Beza, Juan Knox y Juan Calvino. Ginebra fue alguna vez una fábrica de teólogos que transformaron varias civilizaciones,[2] pero para mi sorpresa, la importancia histórica de estos cuatro personajes era desconocida para muchos habitantes de esa ciudad. De mayor sorpresa aún, sin embargo, es que para muchos cristianos la importancia de estos personajes ha sido enterrada en el baúl de los recuerdos, como antepasados que reconocemos sin haber conocido. De los cuatro personajes centrales en el muro de Ginebra, Juan Calvino fue el mentor principal de los otros tres y el fundador del movimiento reformado en Suiza. Guillermo Farel fue enviado como pastor por Calvino a la ciudad de Berna, al oeste de Ginebra. Teodoro Beza, por otro lado, fue enviado por Calvino a enseñar griego en una academia en Lausana, justo entre Ginebra y Berna. Juan Knox, también fue influenciado por Calvino durante su estancia en Ginebra, antes de partir a Fráncfort y regresar a iniciar en Edimburgo la Reforma escocesa.[3] Juan Calvino es, entonces, uno de los teólogos más influyentes, no solo de sus tiempos, sino de toda la historia de la iglesia. Pero, como sugiere Steven J. Lawson, Calvino era un pastor antes de ser teólogo, y aun en sus labores pastorales, principalmente era un predicador.[4] El amor de Calvino por la predicación es evidente en la amplia gama de sermones en toda la Escritura, siendo el único reformador en haber expuesto los sesenta y seis libros del canon a lo largo de un sufriente pastorado de veinticinco años llenos de persecución física y moral. Si el núcleo de la Reforma protestante fue la centralidad de la Palabra de Dios, podemos deducir que la predicación de la misma fue el medio por el cual la vida de la iglesia fue transformada. No cabe duda que Calvino sabía que la clave para desatar la verdad de Dios al pueblo suizo no era solo a través de la traducción al vernáculo de la Escritura —por más importante que esto sea— sino que la predicación de ella en su lenguaje debía ser exaltada también. El biógrafo de Calvino, Emile Doumerge, dice que «Este es el Calvino que me parece el Calvino real y auténtico, el que explica a todos los otros: Calvino, el predicador de Ginebra, transformando con sus palabras el espíritu de la Reforma del siglo dieciséis».[5] En otras palabras, Calvino principalmente se veía a sí mismo como un pregonero, cuyo rol era exponer fielmente la Palabra Dios. De acuerdo a John H. Leith, «Calvino pensaba de la predicación como el medio principal por el que la presencia de Dios se hace real a nosotros y por el que la obra de Dios se lleva a cabo en la vida del individuo y de la comunidad».[6] Es decir, para Calvino la predicación era más que un simple medio de comunicación, sino un fin en sí mismo. Predicar es adorar, una «epifanía divina».[7] Pero, ¿qué pensaba Juan Calvino sobre su propia predicación? Para comenzar, Calvino pensaba que cuando las ovejas escuchan la voz del Buen Pastor es, sin equivocación alguna, su voz la que escuchan en la predicación de la Palabra. En sus propias palabras, Calvino asegura que «entre los excelentes dones con los que Dios ha adornado a la raza humana, es un privilegio singular el que él se place en consagrar para sí mismo las bocas y lenguas de los hombres para que su voz pueda resonar en la de ellos».[8] Es decir, pregonar es la comunicación específica por la que la grey escucha y es enseñada a discernir la voz de Dios. Calvino concordaría sin titubear con las palabras de Lutero, «Yo no hice nada; la Palabra lo hizo todo».[9] En diversas porciones de su comentario bíblico, Calvino asevera que todo el crédito de la predicación es divino. El acto humano de la predicación de las Escrituras es exaltado por Dios como su propia actividad. En su comentario a Mateo, Calvino dice que los ministros son «como su mano, pero [Dios] es el autor del libro».[10] Entonces, la mecánica humana de la predicación se vuelve adoración cuando Dios la usa. La predicación es «humana en instrumentalidad, pero divina en su eficacia».[11] La homilía es doxología. Hebreos 4:12 presenta a la Palabra como viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos, que penetra hasta partir lo más profundo del ser humano y discierne los pensamientos de su corazón. Calvino comenta sobre ese pasaje que «La suma de todo esto es que tan pronto Dios abrió su sagrada boca todos nuestros sentidos deben ser abiertos para recibir su Palabra, porque no es su voluntad esparcir sus palabras [mediante la predicación] en vano para disolverse o ser olvidadas en el suelo, sino, en efecto, retar las conciencias de los hombres, para así traerlos bajo su gobierno. Por tanto, él ha dotado a su Palabra con este poder, para escudriñar cada parte del alma, para examinar sus pensamientos, para decidir entre sus afectos, y para mostrarse a sí misma como juez».[12] Es este comentario, es fácil ver porqué Calvino dio tal peso a la predicación de la Palabra, ya que no había otro método para traer una verdadera reforma a la iglesia. El monumental historiador, Philip Schaff, observa que Calvino «tenía la más profunda reverencia a las Escrituras, como la que contiene la Palabra del Dios verdadero y como la única ley infalible y suficiente para la fe y el deber».[13] Es esta reverencia con la que Calvino se paraba tras el púlpito en todo su ministerio. Para el reformador francés, «lidiar con la Escritura era una responsabilidad sagrada».[14] En sus propias palabras, Calvino insistía que «debemos a la Escritura la misma reverencia que debemos a Dios porque ha procedido de él, y no tiene nada del hombre mezclada en ella».[15] En otras palabras, le ha placido al soberano Señor el usar siervos —ministros de predicación— para transferir su poderoso evangelio a los oídos de la congregación, con el fin de que ellos puedan entender por sí mismos y sean transformados por él. Cuando la Biblia habla, Dios habla. Para Calvino, así, la tarea del pregonero descansa en la exposición de la Escritura, pues es la única forma en la que Dios comunica su evangelio. Gustaf Wingren observa que «El principio de la reforma para la predicación era muy claro y simple: predicar significa conllevar el contenido de las Escrituras a los oyentes, para decir lo que la Biblia misma dice. Dios habla a través de la Biblia, y cuando la Biblia es proclamada, Dios me habla desde el púlpito».[16] Entonces, el predicador bíblico no tiene opción más que conllevar fielmente la Biblia como ella se expresa a sí misma. No es permisible predicar un buen mensaje, bien intencionado quizá, si este no fluye naturalmente del texto bíblico. «Es casi su única tarea», comenta Calvino sobre el predicador, «desplegar la mente del escritor a quien se ha dado a la tarea de explicar». Si no hace esto, entonces, «erra al blanco, o queda fuera de los límites, cuando conduce a sus lectores a algo fuera del significado del autor».[17] El apóstol Pablo asevera la importancia de la predicación fiel en Romanos 10:17: « Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo». Calvino comenta que «Pablo declara que la fe es producida por la predicación». Aunque Pablo sabía que la predicación no es algo meramente humano, Calvino agrega que, Cuando el Señor se place en obrar, [la predicación] es el instrumento de su poder. Ciertamente la voz humana no puede por sí misma penetrar el alma humana… Pero estas cosas no inhiben a Dios de actuar efectivamente por la voz de un hombre, creando así fe en nosotros por su ministerio.[18] En la predicación verdadera, entonces, no estamos lidiando con un hombre detrás de un púlpito durante una hora, discutiendo sus opiniones sobre la vida. Al contrario, Calvino concuerda con Pablo que estamos delante de Dios, siendo confrontados, amonestados y animados por su misma presencia. La predicación es el medio de gracia por el cual Dios da vida a los muertos y sostiene a aquellos que han sido resucitados en él. En conclusión, al celebrar quinientos años de la reforma, espero que esta breve meditación sobre de la predicación de Juan Calvino haya invitado al lector a degustar la riqueza de la predicación expositiva como el agente transformador de vidas personales, iglesias y sociedades. Sí, es probable que lo que dijo Spurgeon sea verdad: «Entre aquellos que han nacido de mujer, no ha habido nadie tan grandioso como Juan Calvino».[19] Tal vez nunca habrá otro predicador como Juan Calvino, pero Calvino no pudo haber predicado una mejor Escritura que la que nosotros tenemos. Confiemos en Dios. Confiemos en que «la voz del hombre no es más que un sonido que se desvanece en el aire, mas, no obstante, es el poder de Dios para salvación de todos los creyentes».[20] [1] Steven J. Lawson, The Expository Genius of John Calvin [El genio expositivo de Juan Calvino] (Orlando, FL: Reformation Trust Publishers, 2007), 18-19. [2] Principalmente Suiza, Inglaterra, Alemania, Escocia y Francia. [3] Para una historia detallada de la Reforma suiza, ver el volumen VIII de History of the Christian Church [Historia de la iglesia cristiana], de Philip Schaff. [4]Ver Steven J. Lawson, op. cit., 4. [5] Introducción al libro de Juan Calvino, Sermons on the Epistle to the Ephesians [Sermones sobre la epístola a los Efesios] (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1998), viii. [6] John H. Leith, “Calvin’s Doctrine of the Proclamation of the Word and Its Significance for Today in the Light of Recent Research” [«La doctrina de Calvino de la proclamación de la Palabra y su significado par ahoy a la luz de la investigación reciente»], Review and Expositor 86 (Invierno 1989), 29. [7] Richard Stauffer, “Les discours a la premiere personne dans les sermons de Calvin” [«Discursos de la primera persona en los sermones de Calvino»], en Regards contemporanins sur Jean Calvin [Perspectivas contemporáneas sobre Juan Calvino], Paris: 1965. [8] Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion [Institución de la religión cristiana], 4.1.5. [9] Citado por Timothy George en Theology of the Reformers [Teología de los reformadores], 53. [10] Juan Calvino, Comentario a Mateo 13:37. [11] J. Mark Beach, “The Real Presence of Christ in the Peaching of the Gospel: Luther and Calvin” [«La presencia real de Cristo en la predicación del evangelio: Lutero y Calvino»], Mid-America Journal of Theology 10, 96. [12] Juan Calvino, Comentario a Hebreos 4:12 [13] Philip Schaff, History of the Christian Church, Vol. VIII [Historia de la iglesia Cristiana, Vol. VIII] (Grand Rapids: Eerdmans Publishing Co, 1996), 166. [14] Steven J. Lawson, op. cit., 27. [15] Citado por J. I. Packer, “Calvin the Theologian” [«Calvino el teólogo»], en John Calvin: A Collection of Essays [Juan Calvino: una colección de ensayos], ed. James Atkinson (Grand Rapids: Eerdmans Publishing Co., 1966), 166. [16] Gustaf Wingren, The Living Word: A Theological Study of Preaching and the Church [La Palabra viva: un studio teológico de la predicación y la iglesia], trad. Victor C. Pogue (Philadelphia: Muhlenberg Press, 1960), 19. [17] Juan Calvino, comentario a Romanos 1. [18] Juan Calvino, comentario a Romanos 10:17. [19] Charles H. Spurgeon, Autobiography, Vol. 2: The Full Harvest, 1860-1982 [Autobiografía, Vol. 2: The Full Harvest, 1860-1982], (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1987), 29. [20] Juan Calvino, Sermons on Election and Reprobation [Sermones sobre la elección y la reprobación] (Audubon, NJ: Old Paths Publications, 1996), 63.