¿Quién es la más hermosa de las mujeres? Lecciones para los jóvenes acerca de la atracción

Un consejo sabio y bíblico para los hombres solteros, sobre la búsqueda de esa futura esposa.
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Algunos hombres solteros dejan pasar mujeres maravillosas porque están obsesionados con las cosas equivocadas acerca de ellas. Ya sea que sufran de ideales mundanos o un sentido exagerado de sí mismos, de alguna manera todas las mujeres cristianas que conocen nunca son del todo su “tipo”. No todos los hombres son de esta clase, pero sí algunos. Yo fui una vez uno de ellos.

En otra oportunidad, escribí sobre la posibilidad de que la mujer a la que algunos hombres se aferran no exista realmente. Algunos respondieron, con el deseo de dejar a un lado su búsqueda del modelo cristiano a tiempo completo o parcial, que es nada menos que un modelo exótico, encantador y etéreo, y poder a apreciar la belleza imperecedera de las redimidas hijas de Dios en sus entornos. Estos hombres querían saber cómo. ¿Cómo empiezan a cambiar la definición de belleza que ofrece el ojo o de qué manera pueden dar forma a las atracciones del corazón?

Querían liberarse del abismo de las expectativas irreales. Ya no deseaban mantener tantas puertas abiertas como fuera posible, y querían dejar de lado su miedo a “abandonar a todas las demás”. Deseaban liberarse de esa sutil y peligrosa pregunta: “¿Quién es la más hermosa de las mujeres?”. El siguiente consejo, que no es exhaustivo, puede ofrecer pasos útiles en la dirección correcta.

Algunos hombres solteros dejan pasar mujeres maravillosas porque están obsesionados con las cosas equivocadas acerca de ellas. / Foto: Pexelshot

1. Vive para algo más elevado que ella

Los hombres no deben gastar más energía buscando la esposa perfecta que en convertirse en un futuro esposo piadoso. Si no tienen un jardín que cuidar, ¿por qué necesitarían una ayuda idónea? Si un hombre no tiene una visión de su vida, ¿por qué invitaría a una mujer a sentarse ociosamente a su lado en un autobús que no va a ninguna parte?

En diferentes épocas de mi vida, viví como si el matrimonio fuera mi misión. Sin nada más elevado en lo que poner mis manos, podía esculpir muchas fantasías románticas. Los hombres piadosos, sin embargo, invitan a las mujeres a una misión más grande que la relación misma; buscan una compañera de aventuras al servicio de Cristo. Esto no tiene por qué significar un plan de diez años limpio y ordenado, pero no es nada menos que conocer al Señor Jesucristo, seguirle y desear ganar almas y avanzar Su gloria en nuestras esferas de influencia.

Y vivir para Cristo siempre implica dar muerte a nuestra lujuria (Col 3:5). Un hombre que constantemente se entrega a la pornografía y a la fantasía sexual pone en peligro su alma y a cualquiera que esté cerca de él. También, inevitablemente, desarrolla expectativas formadas no por Dios y Su Palabra, sino por el mosaico de imágenes mejoradas digitalmente que nadan en su cabeza. Su “tipo” de mujer gravitará más y más hacia la lujuria que hacia la belleza, más hacia lo físicamente distorsionado que hacia lo espiritualmente atractivo. Su “amor” seguirá consumiendo para su propia gratificación en lugar de sacrificarse por una novia e hijos en el nombre de Cristo.

Si quieres ser atraído por la verdadera e imperecedera belleza de las mujeres piadosas, vive para la gloria de Cristo y abandona la droga carnal que llena la mente con prostitutas (Sal 101:3). Dios pone énfasis en la piedad de la mujer muy por encima de su apariencia física. Él aprecia la belleza que no se desvanece ni se arruga. Y tú también puedes hacerlo, si eres Su hijo. En lugar de solo preguntar por el carácter espiritual de una mujer después de que nos sentimos atraídos físicamente, busca intencionalmente la belleza interior en las mujeres cristianas que te rodean, pide ayuda a Dios para amar lo que Él ama, y luego ve si no se vuelven más y más atractivas para ti.

Los hombres piadosos, sin embargo, invitan a las mujeres a una misión más grande que la relación misma; buscan una compañera de aventuras al servicio de Cristo. / Foto: Getty Images

2. Anticiparse a la belleza en posesión

Los hombres que se sientan en el restaurante mirando meticulosamente el menú, durante horas y horas, bebiendo el agua gratis pero nunca pidiendo, no conocen el placer de la comida del pacto de Dios. No comen de la mesa del amor marital. Los que tienen citas perpetuas nunca han saboreado la excepcional dulzura de estas palabras: “Yo soy de mi amado y mi amado es mío” (Cnt 6:3). Aprueban, como yo lo hice una vez, el menú compuesto de tres platos que consiste en poseer, pertenecer y disfrutar de una criatura adecuada para ellos dentro de la seguridad del compromiso.

Salomón se dirige a su novia diciendo: “¡Oh la más hermosa de las mujeres!” (Cnt 1:8). Como hombre soltero, a menudo me preguntaba si alguna vez sería capaz de decirle eso a mi esposa. Seguramente, con el tiempo conoceré a otra más bella físicamente. El tiempo nos alcanza a todos, incluso a los rostros más bellos. Seguramente Salomón coqueteó con la adulación, pensé, cuando dijo: “Toda tú eres hermosa, amada mía, y no hay defecto en ti” (Cnt 4:7). ¿No hay ningún defecto? Por supuesto que sí. Ella misma le pidió que no mirara sus imperfecciones desde el principio (Cnt 1:6).

Yo ignoraba cómo el pacto matrimonial aumenta la belleza de lo hermoso, cómo el hecho de que sea suya la hace más bella que cualquier otra, cómo el pacto cambia al amante mismo, incluso cuando su amada envejece. Le dijo: “Mi paloma, mi perfecta, es la hija única de su madre” (Cnt 6:9). Ella no era de otro; ella era de él y él era de ella (Cnt 1:8; 1Co 7:4). ¿Qué le importaban las flores de otras colinas, flores que no podía sostener o disfrutar, mientras que ésta, a diferencia de cualquier otra flor que Dios haya hecho o dado, ahora crecía en su colina? “¿Quién es esta que se asoma como el alba, hermosa como la luna llena, refulgente como el sol, imponente como escuadrones abanderados?” (Cnt 6:10). Su esposa.

Su esposa, como debería ser el caso de todos los hombres, era la mujer más hermosa del mundo para él, porque era suya. Y él era de ella. Si Dios nos da una esposa, ella es nuestro único lirio entre los espinos (Cnt 2:2). Con ella caminamos, hablamos, reímos, lloramos y hacemos recuerdos. Ella es nuestra amante, nuestra compañera, nuestra corona. No hay otra.

Y este amor envejece mejor. Incluso cuando ya no podemos caminar, podemos regocijarnos en la esposa de nuestra juventud, “amante cierva y graciosa gacela” (Pro 5:19). Otros pueden no mirar su piel curtida, su pelo gris y su cuerpo cambiado como el más bello de la tierra, pero nosotros todavía lo hacemos. Hemos cambiado con ella. Después de años de poner nuestros corazones en ella, nuestros ideales se ajustan a lo que ella es, a la mujer que la gracia de Dios ha hecho. Y en ese día, me han dicho con credibilidad, nos deleitamos en una belleza cuyo atractivo físico es meramente un pétalo.

Si Dios nos da una esposa, ella es nuestro único lirio entre los espinos (Cnt 2:2). Con ella caminamos, hablamos, reímos, lloramos y hacemos recuerdos. / Foto: Unsplash

3. Mejor pregunta: “¿Puedo amarla?”

Una pregunta que cambia de paradigma para los jóvenes no es si ya aman a la chica que ven, sino si pueden amarla, hasta que la muerte los separe. Tim Keller escribe: “Los votos matrimoniales no son una declaración de amor presente, sino una promesa mutuamente vinculante de amor futuro” (El significado del Matrimonio). Admito que esto es desconcertante para las concepciones actuales sobre citas y romance. Es un viejo consejo dado por muchos otros, incluyendo los puritanos.

El amor puritano… no era tanto la causa como el producto del matrimonio. Era el principal deber del marido y la mujer hacia el otro, pero no era necesariamente una razón suficiente para el matrimonio… El consejo no era que las parejas no se casaran a menos que se amaran, sino que no se casaran a menos que pudieran amarse. (Edmund Morgan, The Puritan Family [La familia puritana], 54)

El amor puede ser el producto del matrimonio, no solo la causa del mismo. Sabía lo suficiente de mi esposa para saber que podía amarla (en gran parte, porque sabía que Dios lo hacía). No teníamos años de historia juntos. Nos casamos después de conocernos solo por nueve meses, la mitad de los cuales los pasamos en continentes distintos, pero yo sabía la calidad de mujer que era y todos en su vida confirmaban esa belleza. Después de seguir a Cristo, fue la mejor decisión de mi vida.

Una vez que tú y tu esposa han respondido a la pregunta de “quieres” con un “sí”, la pregunta para los maridos se convierte en: “¿Continuarás amándola?”. Y por la gracia de Dios, nuestra respuesta será sin duda: “Sí, con todo mi corazón”. Esto es algo que puedes resolver y prometer. Eso es lo que significan los votos matrimoniales.

En El Señor de los Anillos: El regreso del rey, el rey guerrero Aragorn dice de una chica que se enamoró de él, o más bien la imagen ideal de él como rey,

En mí ella solo ama una sombra y un pensamiento: una esperanza de gloria y grandes actos, y tierras lejanas…

Los hombres no se enamoran de pensamientos y sombras, de grandes romances, de grandes actos y de tierras lejanas, mientras pasan sin pensarlo por encima de futuras reinas del cielo y de la tierra. Retengan las normas que Dios les llama a tener, y cuestionen el resto. Haz la guerra a las lujurias rebeldes. Considera la belleza que un pacto otorga. Empieza a preguntarte: “¿Puedo amarla?”. Y, sobre todo, resuelve seriamente en vivir para Cristo.


Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Greg Morse

Greg Morse es escritor del personal de desiringGod.org y se graduó de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Abigail, viven en St. Paul.

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