Los israelitas permanecieron en el desierto hasta que murió y fue enterrada la última generación rebelde. Caminaron hasta las orillas del Jordán, estuvieron frente a sus aguas y cruzaron el río y entraron en la tierra prometida. Y ahora comenzaría el verdadero trabajo y el verdadero desafío.
El propósito de Dios y el deber del pueblo
Aunque Dios había prometido que este pueblo heredaría esta tierra, y aunque había prometido que sería Su posesión, no tenía la intención de entregársela en su estado final. No pretendía darles una tierra en la que todos los campos estuvieran siempre limpios y labrados, en la que todas las cosechas estuvieran siempre maduras y en la que todos los graneros estuvieran siempre llenos. Su intención era darles una tierra con un clima adecuado, un suelo fértil, abundante en nutrientes y aguas puras. Quería darles una tierra que respondiera de manera apropiada a su trabajo arduo y les proveyera abundantemente.
Y así, mientras el pueblo tomaba posesión de la tierra, al desplazar a sus habitantes, se pusieron manos a la obra. Reclamaron los campos que ya habían sido arados y sembrados, pero también reclamaron nuevos campos y los prepararon para sembrar, regar y cosechar. Año tras año, estación tras estación ampliaron su territorio, la porción de tierra que abastecería a sus nuevos habitantes.
¿Cómo aplica esto al cristiano?
Y del mismo modo, a los cristianos se nos hace una gran promesa: que el Dios que nos ha reclamado nos transformará. Se nos dice que hemos de ser perfectos como Dios es perfecto, se nos dice que hemos de dar muerte a todo pecado y dar vida a toda virtud, se nos dice que hemos de parecernos cada vez más a nuestro Salvador Jesucristo. Pero así como los israelitas tuvieron que trabajar para reclamar lo que era suyo, nosotros también tenemos que hacerlo. Así como los israelitas tuvieron que tomar posesión de lo que Dios les había prometido, así también los cristianos.
Y así entramos en la nueva vida unidos a nuestro Salvador por la fe y con el Espíritu Santo que habita en nosotros. Llegamos a comprender la gran promesa de que seremos coherederos de Su herencia y de que todo lo que le pertenece será nuestro. Y luego aprendemos a recibir y a utilizar lo que nos ofrece, de modo que podamos extender las fronteras de nuestra posesión y ensanchar nuestro territorio, siempre echando fuera el caos de la depravación para que las gracias divinas puedan echar raíces, crecer y dar frutos preciosos. Incluso nuestros defectos más feos, nuestros hábitos más arraigados y nuestros pecados más consentidos comienzan a flaquear y a desmoronarse. Poco a poco conquistamos lo viejo y damos vida a lo nuevo. Día tras día tomamos más y más de la vasta posesión que es nuestra en Cristo. Y siempre y en todo momento esperamos con expectativa el día en que las batallas finalmente terminen, la tierra finalmente sea completamente conquistada, y así reinaremos para siempre con Él.
Inspirado en Wayside Springs from the Fountain of Life [Manantiales de la Fuente de la Vida de Theodore Cuyler] de Theodore Cuyler. Este artículo fue publicado originalmente en Challies.