Nota del editor: Esta es la segunda parte de una serie de artículos sobre la apologética y la iglesia en latinoamérica. Lee el artículo anterior aquí. Hay varias maneras en que se ha abordado la apologética y no todas son bíblicas. En latinoamérica, estamos en el cruce de caminos para comenzar a presentar a la iglesia enseñanzas que enseñan y defienden la existencia del Dios Creador, explicar y enseñar el monoteísmo, la Trinidad, la veracidad de las Escrituras y su tradición manuscrita (la historia de como las copias de los manuscritos fueron escritos), el relato bíblico de la creación, etc. La dirección que tomamos en la apologética tendrá grandes consecuencias, ya sea para bien o para mal. Déjame compartir contigo algunas lecciones que son importantes si queremos defender nuestra fe.
Los adverbios “históricamente” y “bíblicamente” no son sinónimos
En los seminarios, a donde muchos vamos en preparación para el ministerio, se utiliza mucho el término “histórico” para defender una cierta interpretación de un texto bíblico. Eso se debe a la necesidad de contrarrestar una idea moderna que se ha infiltrado en la interpretación de los textos bíblicos por autores y pastores recientes. Por ejemplo, una vez, alguien me intentó convencer de que el costado de Adán que Dios usó para formar a Eva no fue una operación ósea. Según esta persona, la palabra hebrea para “costado” también significa “curva”, que puede representar la estructura curvada de doble hélice del ADN. En otras palabras, Dios, en vez de sacar el hueso de Adán, solamente tomó cromosomas de Adán para formar a Eva. En estas ocasiones, un buen argumento en contra de tales afirmaciones erróneas y sin fundamento bíblico, es mostrar a la persona que ésta interpretación no es la interpretación histórica. Pero es importante notar que eso no es todo el argumento en sí. Simplemente el hecho de que algo sucedió en la historia de la iglesia no es autoridad en sí para creerlo. Tomamos en cuenta el contexto histórico del pasaje, el contexto textual, el autor, el contexto de toda la Biblia, y el contexto del plan redentor entre otros puntos. Pero también se considera cómo se ha interpretado un texto a través de la historia de la iglesia, particularmente las primeras eras (cerca 100-400 d.C.). Estas son herramientas que nos ayudan para “manejar con precisión la palabra de verdad” (2 Tim 2:15). Sin embargo, unas herramientas conllevan más autoridad y uso que otras. Por ejemplo, el contexto de un texto bíblico tiene autoridad para su interpretación, por encima de la manera en que iglesia luego de los apóstoles entendía ese texto. Esto debe ser obvio, pero muchos no lo han notado. Orígenes (c. 200 d.C.), por ejemplo, interpretó el Antiguo Testamento mediante “interpretación mística” y quería “recuperar estos significados más profundos o escondidos, los cuales fueron distintos a los significados literales o claros”[1]. Por varias razones, esta manera de interpretar las Escrituras socava a la manera en que nuestro Señor Jesús las interpretaba y también los apóstoles. Lo mismo se puede decir de la apologética. Ha existido una gama de estilos y maneras de abordar la apologética durante la historia de la iglesia. Podemos examinarlos y aprender sobre lo que intentaban lograr. Sin embargo, no los debemos copiar solo por su historicidad eclesiástica. Estos métodos también se tienen que someter a las Escrituras. Por lo tanto, al considerar las maneras en que debemos aprender y aplicar la apologética, tomémonos en cuenta que los adverbios “históricamente” y “bíblicamente” no son en sí sinónimos.
La apologética sin fundamento no es bíblica
Además, necesitamos entender que debido a la finitud de los seres humanos, nadie puede abordar un tema desde un punto de partida neutral. Tal punto ni siquiera existe, y hacemos un descrédito a la Palabra de Dios y su contenido si creemos que podemos argumentar sobre un punto de partida erróneo con la expectativa de luego trasplantar el argumento al fundamento bíblico. Históricamente se ha escrito mucho sobre la apología, y en varias ocasiones, los defensores de la fe se apoyaron en argumentos filosóficos. Lo peligroso de eso es que si miras sus argumentos con más objetividad, puedes notar que algunos de ellos se pueden utilizar para dar una defensa de un panteón de dioses, como se enseña en otras filosofías. Incluso algunos argumentos dependen del total libre albedrío del hombre para rescatar a Dios de la acusación de maldad. Esta tendencia de apoyarse en la filosofía secular y argumentar sobre ella a favor de Dios y la veracidad de su Palabra, es prevalente hoy entre la mayoría de los libros apologéticos cristianos en nuestros seminarios. La apologética, sin embargo, es una herramienta muy útil. Se puede incluir en ella puntos de la filosofía para magnificar un error en la lógica del oponente a la Biblia, y en las ciencias se puede mostrar cómo la cosmovisión del naturalista lo ha guiado a sus conclusiones en vez de la ciencia empírica. Dicho eso, no nos podemos apoyar en dichos argumentos, creyendo que el poder del testimonio de Cristo se basa en el poder de palabras persuasivas del hombre. El apóstol Pablo reconoció la suma importancia de no apoyarse en argumentos de sofistería humana: “Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. (1 Corintios 2:4-5) Alguien podría objetar: “pero, ¿no dice aquí el apóstol Pablo que una demostración del Espíritu, como milagros, debe ser nuestra manera de evangelizar?” ¡Absolutamente no! Aquí tenemos un buen ejemplo de cómo el contexto es clave.
- Contexto histórico: durante el tiempo de los Apóstoles, el Espíritu Santo obraba en maneras que parecen servir para autenticar el mensaje de los Apóstoles. El Nuevo Testamento estaba en el proceso de ser escrito y todo el libro de los Hechos muestra cómo Dios obraba en maneras milagrosas con frecuencia entre los Apóstoles, mostrando su aprobación y señalando sumisión a ellos (Hechos 19).
- Contexto textual: tres versículos anteriores, leemos: “Cuando fui a vosotros, hermanos, proclamándoos el testimonio de Dios, no fui con superioridad de palabra o de sabiduría” (1 Corintios 2:1). El énfasis es la proclamación del testimonio de Dios, no señales y prodigios de Dios. Así que Pablo no se apoyaba en el estilo de palabra (superioridad) o sabiduría, sino en el contenido de la palabra.
- El poder del evangelio: “pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a Jesucristo, y éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y con temor y mucho temblor.” (vs. 2-3) Así que el poder se enfocaba en Cristo, no en el mensajero tembloroso y temeroso.
En el próximo artículo, estaremos profundizando en esto mientras vemos que la apologética sin el evangelio es desobediencia. Nota del editor: Esta es la segunda parte de una serie de artículos sobre apologética para la iglesia en latinoamérica. Manténte al tanto de la publicación de nuevos artículos sobre este tema.
[1] Justin Taylor, PhD., An FAQ on Mysticism and the Christian Life, The Gospel Coalition, accedido el 30 de noviembre, 2016.