Algunos días nunca se olvidan. Por ejemplo, siempre recordamos la fecha de nuestro cumpleaños o cuando enfrentamos un gran peligro. Quizá tú siempre recuerdes el día en el que culminaste tus estudios o el de tu boda. Pero estoy seguro de que ninguno de esos días es tan importante como cuando la muerte toca a la puerta de tu vida o la de tu familia. Todos los demás días desaparecen. Ese día te das cuenta de que la vida es un suspiro, como dicen las Escrituras en Salmos 103:15-16: “El hombre, como la hierba son sus días; como la flor del campo, así florece, cuando el viento pasa sobre ella, deja de ser, y su lugar ya no la reconoce”.
En mi caso, nunca olvidaré el 6 de noviembre del 2023. Semanas atrás había tenido una reunión con algunos hermanos de la iglesia, donde conversamos de las luchas de salud que varios estaban enfrentando. No puedo negar que, en muchas de las conversaciones en las que he participado sobre la muerte y algunas enfermedades, solía tener la sensación de que eso les pasaba a otras personas y no a mí. Mi corazón engañoso y perverso promovía en mí cierta clase de “tranquilidad”, según la cual mi familia o yo nunca sufriríamos algo tan drástico como lo que les pasaba a los otros. Normalmente, queremos huir de la enfermedad. Si de nosotros dependiera, no pasaríamos nunca por el sufrimiento. Y eso, en cierto sentido, es normal. No fuimos creados para sufrir, ni siquiera para morir, pero estamos en un mundo roto que a causa del pecado sufre sin parar. No hay un solo día en esta tierra que no sea sin sufrimiento a nivel mundial.

En el 2019 nació Yael, nuestra amada hija. Aún recuerdo escuchar su corazón en la primera visita de control médico. Su vida ha sido un instrumento en las manos de Dios para mostrarnos Su amor y fidelidad de manera tangible. Cada vez que veo a mi hija a los ojos, veo las bondades de Dios para conmigo. Después de cuatro años, sucedió algo para lo que nunca estás preparado. La tarde del 6 de noviembre del 2023, en un cubículo de unos 8 metros cuadrados, recibí una noticia que me dio la sensación de que el tiempo se detuvo por un momento y, en seguida, viví los cuatro años de mi hija en un instante.
El departamento de oncología quería examinar a Yael porque habían detectado una masa en su escápula derecha que los alarmaba. Aquel día le había dicho a Yael que, después de la visita al médico, iríamos a comer un rico helado, pero no pudo ser. Aquella noche comenzó un mes de exámenes médicos, ingresos hospitalarios, noches sin dormir, semanas de incertidumbre; todo se resume en que la vida cambió por completo. Nuestra hija pasó de su cálida habitación a las estancias frías de un quirófano. Ver a tu hija en medio de tantas pruebas y no poder hacer nada para favorecerla, es una angustia que abruma el corazón de manera indescriptible.

Una vista panorámica al sufrimiento
Cuando el sufrimiento viene al cuerpo, expone a lo que se aferra el corazón. El sufrimiento de la enfermedad y de todo diagnóstico negativo, e incluso la propia sombra de la muerte, es a menudo una travesía oscura y lenta por la que el cuerpo y el espíritu pasan, en el que ambos sufren de maneras distintas. Ambos padecen. El espíritu se abate y entristece, el cuerpo manifiesta y exterioriza de diferentes formas el abatimiento del corazón. Cuando algo no va bien en el cuerpo, el corazón se acelera y ansía conocer qué está pasando.
El pastor J. C. Ryle, hablando de las enfermedades, dice:
Las enfermedades son de todo tipo y descripción. Desde la coronilla de la cabeza hasta la planta de los pies, estamos expuestos a las enfermedades. Es aterrador pensar en la capacidad de sufrir que tenemos. ¿Quién puede contar las dolencias a las que puede estar sujeto nuestro cuerpo? ¿Quién ha visitado alguna vez un museo de mórbida anatomía sin temblar? “Es extraño que un arpa de mil cuerdas se mantenga afinada durante mucho tiempo”. A mi modo de ver, no es sorprendente que los hombres mueran tan pronto, sino que, de hecho, vivan por tanto tiempo.

Cuando la doctora me dijo que me sentara porque necesitaba decirme algo, tomé a mi hija de su mano y clavé mis ojos en su mirada tierna y compasiva. Ella me dijo: “Su hija tiene algo. No sabemos lo que es y necesitamos saberlo cuanto antes”.
Mi reacción a esa noticia ni siquiera la pensé. Salieron de mí estas palabras con una voz nerviosa y tímida: “Dios está con nosotros, tenemos esperanza”. Tomé a mi hija de sus manos y le dije: “Dios está contigo”. Pero puedo asegurarte que mi corazón sufrió en cada una de esas palabras. El sufrimiento entró a nuestras vidas sin darnos un respiro. En un momento, en un segundo, todo cambió por completo.

Caminando entre el sufrimiento y la muerte
Una de las primeras cosas que hice cuando comenzó todo el proceso de nuestra hija, fue comunicar a nuestra familia e iglesia local lo que nos acontecía. En la vida cristiana, no existe tal cosa como el llanero solitario en el sufrimiento. Cuando Jesús estaba a escasas horas de ser crucificado, pidió a sus discípulos que velaran con Él en oración.

Nuestro Maestro nos enseña la forma en la que el sufrimiento debe enfrentarse: en oración e intimidad personal con nuestro amado Padre, y en comunión y el soporte de la comunidad de fe. Esta es la única manera de atravesar las sendas del sufrimiento con esperanza. Esta forma de responder al sufrimiento y a la propia muerte también es evidenciada a lo largo de la Biblia. El apóstol Pablo, en muchas ocasiones, fue un ejemplo claro de cómo avanzar cuando la tormenta del sufrimiento y la muerte arrasa el corazón (Fil 1:19; 4:10; Ef 6:18-20; 1Ts 5:25). En comunión con el Padre, en oración, recibimos fuerzas y propósito en el sufrimiento. Esa comunión nos sostuvo y nos sostiene como padres en medio del proceso de nuestra amada hija.
El 18 de noviembre del 2023, Yael fue sometida a una biopsia. El 5 de diciembre recibimos por primera vez un diagnóstico certero de lo que nuestra pequeña Yael tenía: cáncer. Fueron horas muy difíciles. Pasamos las noches de rodillas ante Dios al lado de una cama, viviendo los días con cierta rareza de esperanza y, a la vez, batallando con el duro suelo de incredulidad de nuestro corazón.

Dios está a favor de Su pueblo
Una de las historias del Antiguo Testamento que sobresale para mí es la historia de la reina Ester. El nombre de Dios no está escrito por ninguna parte, pero no hace falta. Su providencia impregna cada hoja y detalle de esta historia. Cada elemento y ocasión de este relato suceden en el momento justo y apropiado. No hay ningún detalle que no encaje perfectamente en el plan protector de Dios para su pueblo. Él incluso utiliza hasta el insomnio de un rey para favorecer a su pueblo, porque Dios siempre está a nuestro favor. La doctrina de la providencia divina se palpa a lo largo de toda esta historia.
Mientras escribo estas líneas, mi hija es observada por un equipo médico y yo no he podido acompañarle debido a un fuerte virus gripal que me impide estar en esa zona restringida. No es que Dios se complazca en vernos sufrir. Cristo es la persona que más puede comprender el dolor del cuerpo y el sufrimiento de la humanidad. En medio de ese proceso, hay tres cosas que he aprendido sobre el sufrimiento y la muerte.

Dios es bueno, aunque las circunstancias no lo sean
El carácter de Dios no está condicionado a nuestra realidad. Dios es bueno porque, en esencia, es la expresión exacta de lo que es bueno. Ahora bien, cuando estamos frente al sufrimiento y la muerte, tenemos la tentación de dudar de la bondad de Dios.
El sufrimiento es usado por Dios para hacernos bien
C. S. Lewis, el escritor de Las crónicas de Narnia, perdió a su madre a una edad temprana, vio a su padre abandonarlo emocionalmente, cuando era adolescente sufrió de una enfermedad respiratoria, luchó y fue herido en la Primera Guerra Mundial, y tuvo que enterrar a su amada esposa. Él no era ajeno al sufrimiento y, en uno de sus libros titulado El problema del dolor, escribió: “El dolor insiste en ser atendido. Dios nos susurra en nuestros placeres, habla en nuestra conciencia, pero grita en nuestro dolor: es Su megáfono para despertar a un mundo sordo”.
Podemos decir, con Lewis, que el sufrimiento no es un desperdicio. El mismo apóstol Pedro se refiere al sufrimiento por causa de la justicia como algo que trae dicha al cristiano (1P 3:14). Y nuestra conclusión aquí no debería ser buscar el sufrimiento, pero sí ver la buena obra de Dios por medio de él en nuestra vida y nuestra familia.

El sufrimiento es un santo recordatorio
Por la gracia de Dios, nuestra hija ya no corre peligro en la actualidad, pero después de casi tres meses con el tratamiento, hemos sido informados que durante toda su vida tendrá que realizar visitas periódicas al hospital para nuevos exámenes. Cada visita será un recordatorio de dónde Dios nos ha sacado y dónde debe estar puesta nuestra esperanza, tanto la de nuestra hija como la de nosotros como sus padres.
En mi mundo ideal, yo creería que lo mejor para Yael es que su enfermedad desapareciera por completo y no hubiera rastro alguno de ella jamás. Pero mi mundo ideal no es el mejor, ni de cerca. El mejor mundo es el gobernado por un Dios soberano y bueno que nos recuerda constantemente, incluso por medio del sufrimiento, nuestra necesidad de Él.
Conclusión
Aquel que murió por nosotros en la cruz, Cristo, nos da la gracia y el poder para vivir en el sufrimiento. Su amor nos sostiene cuando nuestros débiles corazones no pueden más. Y un día, libres de dolor y con la muerte eternamente muerta y vencida, veremos a Jesús nuestro buen Salvador y nuestro mayor galardón.