Tengo una inclinación aparentemente innata a emular modismos cuando hablo, o costumbres de otros sitios si paso suficiente tiempo con las personas del lugar. Es bastante usual que diversas expresiones o ciertas frases sean incorporadas rápidamente a mi vocabulario y conversación. No creo que sea algo extraño que me pase solo a mí; pienso que es bastante común en muchas personas. No considero que sea algo malo, siempre y cuando no implique buscar demostrar algo que no somos en realidad.
Por ejemplo, me causa gracia que cada vez más personas en el ámbito evangélico hispano parlante utilicen el sustantivo común en inglés brother para referirse a un hermano en la fe. No estoy muy seguro cómo ha ocurrido eso, pero es una realidad actual; de hecho, yo mismo lo utilizo en ciertos círculos de amigos cristianos.
Lo cierto es que acostumbrarse a diversos modismos es algo completamente natural y común. Sin embargo, puedo pensar en determinadas expresiones que se utilizan a menudo en las iglesias y que podrían pasar a ser tan normales que olvidamos su significado verdadero.
Por ejemplo, oramos y decimos “en el nombre de Jesús, amén”, siguiendo un hábito que hemos adquirido, pero puede que pensemos, quizás inconscientemente, que se trata de una especie de fórmula distintiva que Dios ha indicado para finalizar nuestras oraciones. Así, olvidamos que su verdadero valor recae en nuestra comprensión de que “nombre” es mucho más que una referencia a Jesús: orar en Su “nombre” supone entender que necesitamos de un representante antes Dios, y que nuestro representante, Jesús, cumple todos los requisitos necesarios para que nuestras oraciones puedan ser oídas.
¿Qué podríamos decir de la expresión “gloria a Dios”?
Una expresión trillada
Quizá pocas expresiones son tan trilladas en el mundo cristiano como cuando decimos que “hay que glorificar a Dios”, “que Dios sea glorificado”, “para la gloria de Dios” o cualquier otra combinación que imaginemos. Lo usamos en nuestras oraciones, conversaciones, himnos, redes sociales, respuestas a otros por el celular, y un largo etc. Incluso hoy, poco después de haber celebrado el aniversario quinientos de la Reforma Protestante, hemos incorporado al lenguaje corriente en las iglesias una de las cinco solas que evoca la gloria de Dios: Soli Deo Gloria. Pero me temo que hablar de esa manera sin reparar en su verdadero significado nos ha costado la pérdida de su valor intrínseco.
¿Qué es “gloria”?
Para comprender la gloria de Dios, primero debemos preguntarnos: ¿qué significa “gloria”? Es importante entender cuál es su sentido original bíblico. La palabra “gloria” en hebreo es Kabhod y en griego Doxa. En ambos idiomas comunica la idea de “honor, dignidad y fama”. Así, cuando la Biblia habla de “la gloria de Dios”, está refiriéndose al peso que tienen Su persona, Su fama, Su honor y Su dignidad. Sin hacer un escrutinio profundamente teológico, esto es lo que significa a grandes rasgos.
La Palabra de Dios nos da ejemplos gráficos de “gloria” en numerosos lugares, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En Deuteronomio 5:24 Moisés está recordando al pueblo de Israel cómo se impresionaron cuando Dios descendió a encontrarse con ellos en el Monte Sinaí: “El Señor nuestro Dios nos ha mostrado Su gloria y Su grandeza, y hemos oído Su voz de en medio del fuego; hoy hemos visto que Dios habla con el hombre, y este aún vive”. Notemos el dúo de palabras “gloria y grandeza”. También David dice que la fama de Dios y quién Él es hallan eco en el universo por Él creado:
Los cielos proclaman la gloria de Dios,
Y el firmamento anuncia la obra de Sus manos (Sal 19:1).
En el Nuevo Testamento leemos que Jesús le dijo a Marta cuando iba a resucitar a su hermano Lázaro: “¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios?” (Jn 11:40). La resurrección de Lázaro le recordaría a Marta acerca de quién era Dios y de qué era capaz. El apóstol Juan dice que “el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1:14). Él y los demás discípulos conocieron quién era Dios por medio de Jesús.
Todos estos textos bíblicos nos ayudan a entender de una forma gráfica el significado de la gloria de Dios.
Una imposibilidad universal
Sin embargo, ¿qué relación tienen los seres humanos con la gloria de Dios?
El apóstol Pablo habla ampliamente en Romanos sobre la imposibilidad universal que tiene todo ser humano para acceder a la gloria de Dios por causa del pecado. En el primer capítulo, nos dice que los hombres “cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Ro 1:23). Luego, en uno de los versículos más conocidos de la Biblia nos dice que “todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios” (Ro 3:23). Por nuestra iniquidad hemos perdido la oportunidad de participar de todo lo que Él es y representa.
Ninguna persona puede abrigar la esperanza de alcanzar la gloria de Dios como consecuencia de la caída de Adán y Eva, quienes nos representan en desobediencia y de quienes adquirimos la misma disposición. Esta naturaleza pecaminosa es tan horrenda, que el libro de Apocalipsis nos dice que en el tiempo en que Dios derrame Su ira sobre la raza humana, los hombres no se arrepentirán para darle gloria, incluso a pesar de ver las calamidades (Ap 16:9).
El regreso de la gloria de Dios
Cuando creemos en Jesucristo como el Hijo de Dios, algo sobrenatural ocurre en el corazón del hombre. El apóstol le dice a los Corintios: “Pues Dios, que dijo que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo” (2Co 4:6). Pablo dice una vez más a los Romanos que, cuando somos justificados por la fe, entonces “nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Ro 5:2). Ahora somos capaces de alcanzar la gloria de Dios gracias a nuestro Salvador.
Además, el arrepentimiento y la confesión de labios sobre quién es Jesús le da a Dios la gloria que le corresponde (Fil 2:11). El nuevo creyente, no solo tiene la capacidad de disfrutar de Él, sino que puede representarlo. Un grupo de cristianos nacidos de nuevo representan, como ningún otro tipo de personas, la gloria de Dios. Es tal como lo expresa el apóstol: “A Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén” (Ef 3:21).
¿Qué es glorificar a Dios?
Entonces, ¿qué significa esta expresión tan común entre nosotros?
Glorificar a Dios es todo aquello que nosotros hacemos para reflejar Su fama, Su honor y Su dignidad. Jesús dijo en Mateo 5:16: “Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos”. Pedro dijo: “Mantengan entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que les calumnian como malhechores, ellos, por razón de las buenas obras de ustedes, al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación” (1P 2:12). En otras palabras, un cristiano lo glorifica cuando, a través de su vida, propicia que otras personas puedan pensar en Él y considerar Su grandeza, Su fama y Su dignidad.
Por eso la Biblia condena la vanagloria, que es la actitud contraria a la gloria de Dios, a través de la cual un hombre busca su propia fama (Fil 2:3). Los cristianos que glorifican a Dios no tienen el interés de ser vistos por los hombres, sino que funcionan como un espejo que refleja lo que Él es. Ciertamente esto es algo que cualquier cristiano puede y debe hacer. Por medio de la vida de Cristo en ellos, pueden ayudar al mundo a reconocer quién es Su Creador, así como ellos mismos lo han reconocido (Sal 19:1).
Esto es algo universal para todos los creyentes en sus vidas cotidianas, pues no solo a través de incomparables actos de devoción y sacrificio es evidente el carácter de Jesús. Por el contrario, la Biblia nos recuerda que Dios puede ser glorificado a través de las cosas más comunes: “Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1Co 10:31). No tenemos que ir como misioneros al mundo musulmán para que Dios sea glorificado; podemos hacerlo comiendo, bebiendo o haciendo cualquier otra cosa. Mientras reflejemos la fama y la dignidad de Dios, estaremos haciendo aquello para lo cual fuimos salvados.