El nudo en nuestros estómagos se apretaba a medida que el ascensor subía al octavo piso. Las puertas lentamente crujieron al abrirse e hicimos paso por el largo pasillo. Era una mañana deprimente de noviembre y el color gris desde afuera parecía desparramarse a través de los cristales de la ventana y lanzar una triste neblina sobre nuestros corazones. La sala de reuniones estaba repleta con juguetes de todo tipo: cachorros de peluche, dinosaurios de plástico y muñecas con rostros alegres pero gastados, todos contando las historias de niños, padres biológicos y padres de acogida temporal quienes se sentaron en esta habitación antes que nosotros para su visita final de despedida. Sonreímos lo más que pudimos y tuvimos una pequeña conversación. La trabajadora social observaba y tomaba notas silenciosamente. Nuestro hijo que acogimos temporalmente no podía estar más feliz. Sin darse cuenta de la ocasión, daba saltos por la sala emocionado de un juguete a otro. A veces sus padres biológicos intentaban levantarlo y abrazarlo. A pesar de que eran extraños para él, voluntariamente les respondía antes de bajarse y explorar el próximo juguete que captaba su atención. Me senté ahí intentando asimilar todo, resistiendo las lágrimas cayendo detrás de mis lentes. Yo estaba agradecida porque nuestro pequeño niño tenía solo 20 meses de edad y estaba inconsciente de la tristeza que se esparcía por la sala. Pronto el tendrá que enfrentar las duras realidades de este mundo, procesar el dolor de su familia biológica y luchar con el dolor de la adicción a las drogas que había ocasionado esta visita. Pero por hoy, a él solo le toca jugar.
Casi nuestro
Estoy agradecida de decir que mi esposo y yo no éramos los que se tenían que decir adiós en ese día gris de noviembre. Aunque temimos a esa posibilidad hace un año, ya no es el caso, y aquella visita de ese día nos trajo un paso más cerca de hacer este niño nuestro hijo. No podríamos estar más agradecidos. Esto es lo que nosotros, y muchos de nuestros amigos y familia, han pedido seriamente a Dios. Le alabamos por trabajar de parte de nuestro hijo y estamos llenos con tanto gozo y alivio porque pronto el será adoptado y oficialmente nuestro. Pero para lo que no estábamos completamente preparados era para la profunda tristeza que permanecería también en nuestros corazones por el quebrantamiento y dolor que a menudo precede la gloriosa realidad de la adopción. Para que nosotros recibamos un hijo, alguien más está perdiendo un hijo. Para que nosotros lo recibamos como parte de nuestra familia, ellos deben decir adiós. Aunque yo no lo di a luz, el viene a mí y me dice: “Mami”. Esto es tan dulce a mis oídos, pero mientras miro los ojos de su madre biológica, brota aflicción y pinta un cuadro vivo de las consecuencias del pecado y la destructividad de la adicción. El pecado que prometió felicidad y las drogas que ofrecieron consuelo, ahora entregan solamente un corazón roto y un triste adiós a un hijo que ella no conoce.
El quebrantamiento no tiene la última palabra
El cuidado de acogimiento temporal es un proceso caótico y complicado lleno de emociones caóticas y complicadas. Aquellos que se aventuran en este camino, se sumergen de cabeza en un viaje que involucra muchas vueltas y obstáculos. Aunque el camino puede ser largo y peligroso para el corazón, tenemos un Dios que nunca desfallece. Él está cerca del quebrantado y es capaz de dar fuerzas a quienes se embarcan en este largo y difícil camino. Mi esposo y yo comenzamos este viaje hace unos tres años y aunque nuestros corazones se han roto por las cosas que hemos visto, no nos arrepentimos ni un solo día en el proceso. Hemos ansiosamente esperado llamadas telefónicas después de citas en los tribunales. Nos hemos preparado nerviosamente para decir adiós a nuestro bebé en numerosas ocasiones. Hemos llorado por las noticias de padres biológicos que han abandonado la rehabilitación. Recientemente, hemos experimentado algo que nunca debería pasar, ver cómo padres se despiden de sus hijos por última vez. Estas cosas no deberían ser así. Los padres no deberían decir adiós a sus hijos, los bebés no deberían experimentar los síntomas de la abstinencia de drogas y los padres adoptivos no deberían llorar con sus hijos por el quebrantamiento de sus familias biológicas. En un mundo posterior a Génesis 3, estas cosas son una realidad. Debido a que Adán y Eva escogieron su camino por sobre el de Dios, el pecado entró al mundo y no dejó nada intacto. Pero este no es el fin de la historia. El quebrantamiento no tiene la última palabra. Esto es cierto en la historia de nuestro hijo; esto es cierto en este mundo bajo la maldición del pecado. Jesús vino, entró a nuestro mundo caído, vivió una vida perfecta y murió la muerte de un pecador. Él se levantó de la muerte, conquistando el pecado, el egoísmo, las malas decisiones, la adicción a las drogas e incluso a la misma muerte. Él hizo esto por todos los que confiarían en él; ya sea joven o viejo, religioso o no religioso, padre biológico o padre adoptivo. Todos quienes una vez estuvieron lejos pueden ser adoptados en la familia de Dios y recibir un nuevo comienzo y nueva vida en Cristo. Desde esta verdad, los cristianos se acercan a la confusa perdición de este mundo. Llevamos al huérfano a nuestra casa (Stg. 1:27). A pesar de la tristeza y el dolor que marca el comienzo de la historia de nuestro hijo, Jesús lo ha traído hacia nosotros a salvo. Él ahora está saludable, cuidado, amado como un hijo, y pronto a ser adoptado; nuestro por el resto de esta vida. Él ha obtenido una nueva familia, un nuevo hogar y la esperanza de un camino diferente.
Compartiendo el gozo de nuestro padre
Muchos otros comparten el mismo comienzo de historia de nuestro hijo de acogida. Solo en los Estados Unidos, aproximadamente 510,000 niños están en el sistema de acogida acogimiento temporal, y más de 100,000 de ellos están esperando ser adoptados. Las estadísticas son trágicas, pero ese no tiene que ser el final de la historia. La historia de este mundo caído no termina en un día gris de noviembre. En cambio, termina con un nuevo comienzo de una manera mucho mejor. En aquel día, no habrá más llanto, ni dolor, ni familias quebrantadas, ni acogida temporal, abstinencia de drogas o visitas de despedidas. La familia de Dios estará reunida, adorando a Jesús, el Cordero que fue inmolado para rescatarnos del pecado que una vez escogimos. Hasta entonces, es nuestra oración de que quienes conocemos el gozo de ser adoptados en la familia de Dios seamos conocidos como aquellos que adoptan niños en necesidad, poniendo de manifiesto una imagen gloriosa del evangelio para que todos lo vean. Artículo publicado por Desiring God | Traducido por Abraham Sepulveda