Satanás tiene una trampa sutil en la que le encantaría que cayeran los cristianos. En lugar de luchar contra el pecado, erradicarlo radicalmente y eliminarlo, Satanás quiere que creamos que podemos gestionar nuestro pecado. Considera estas preguntas:
- ¿Estableces reglas diseñadas para limitar, en lugar de eliminar, las oportunidades de pecar?
- ¿Alguna vez racionalizas por qué un pecado “no es tan grave”?
- ¿Te permites cometer una versión menor de un pecado más grave, pensando: “Al menos no es tan malo como podría ser”?
- ¿Encuentras consuelo en el hecho de que tus pecados no son tan graves como los de otra persona?
Si has respondido afirmativamente a alguna de estas preguntas, es posible que estés gestionando tu pecado. A decir verdad, todos, en diferentes momentos, respondemos afirmativamente a estas preguntas. Gestionar el pecado es algo muy común entre los cristianos. Antes de continuar, debo aclarar qué quiero decir exactamente con “gestionar” el pecado. Cualquier intento de controlar personalmente el pecado en nuestras vidas, en lugar de arrepentirnos y tomar medidas ofensivas para destruirlo, es gestión del pecado. Cristo nos llama a no gestionar nuestro pecado, sino a luchar contra él, a matarlo y a erradicarlo.

Lucha contra el pecado
El pecado es algo contra lo que los cristianos deben luchar porque es nuestro enemigo. Si quieres ganar una guerra, no gestionas a tu enemigo, sino que luchas contra él con la esperanza de derrotarlo. El autor de Hebreos retoma la idea de la lucha cuando describe la vida cristiana como una carrera:
Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. Consideren, pues, a Aquel que soportó tal hostilidad de los pecadores contra Él mismo, para que no se cansen ni se desanimen en su corazón. Porque todavía, en su lucha contra el pecado, ustedes no han resistido hasta el punto de derramar sangre (Heb 12:1-4).
El pecado se describe como una carga que nos frena. Estamos llamados a despojarnos de nuestros pecados y correr hacia Jesús. El pecado es una carga de la que debemos deshacernos. Cuando gestionamos el pecado, intentamos averiguar cómo podemos vivir con nuestros pecados en lugar de deshacernos de ellos. Los cristianos estamos llamados a mirar a Jesús, que es el fundador y perfeccionador de nuestra fe. Él nos da la salvación y nos sostiene a lo largo de la vida cristiana. Aun con Cristo sosteniéndonos, debemos perseverar. Estamos en una lucha contra el pecado, y estamos llamados a combatirlo incluso “hasta el punto de derramar nuestra sangre”.

Mata el pecado
El apóstol Pablo exhorta a los cristianos a hacer “morir todo lo que es propio de la naturaleza terrenal” (Col 3:5 NVI). ¡Este es un lenguaje extremo e intenso! El pecado no es algo que podamos controlar; es algo que debemos matar. Esto implica una acción decidida y definitiva. No matamos el pecado tolerándolo. No matamos el pecado racionalizando nuestro comportamiento. Más bien, matamos el pecado al reconocer que nuestra desobediencia a Dios es incorrecta y traiciona a nuestro creador. Matamos el pecado cuando nos arrepentimos de nuestras malas acciones y, por la gracia de Dios, nos revestimos del nuevo hombre en Cristo. Pablo escribe:
Entonces, ustedes como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguien tiene queja contra otro. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes. Sobre todas estas cosas, vístanse de amor, que es el vínculo de la unidad (Col 3:12-14).
Pablo nos dice que matar el pecado significa más que solo controlar y cesar los comportamientos pecaminosos. Debemos buscar activamente reemplazar el pecado con el fruto del Espíritu. Solo entonces encontraremos la victoria sobre el enemigo del pecado. Además, Jesús nos enseña que esta victoria no se obtiene sin sacrificio.

Erradica el pecado
Jesús les dice a Sus seguidores que la lucha contra el pecado requiere un sacrificio radical. Utiliza un ejemplo vívido, una exageración enorme para enfatizar su punto, para explicar lo importante que es erradicar el pecado de nuestras vidas:
Si tu ojo derecho te hace pecar, arráncalo y tíralo; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te hace pecar, córtala y tírala; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo vaya al infierno (Mt 5:29-30).
Para dar muerte al pecado, a veces tendremos que sacrificar algo que es tan difícil de dejar como lo sería arrancarnos nuestro propio ojo o cortarnos la mano. Elegir huir del pecado significa que podríamos perder oportunidades, que podríamos destacar como extraños en comparación con los demás, o que podríamos experimentar un dolor real. Sin embargo, Jesús enseña que todo ello vale la pena, porque es mejor entrar en la vida eterna por medio del difícil proceso de erradicar el pecado, que entrar en el infierno mediante una vida fácil y placentera llena de los placeres que proporciona el pecado.

Pelea la buena batalla
La vida cristiana es una batalla contra el pecado y el diablo. Haríamos bien en considerar las palabras que Pablo escribió al joven pastor Timoteo: “Pelea la buena batalla de la fe. Echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado” (1Ti 6:12). El pecado no es algo que podamos controlar o manejar por nuestra cuenta. Cristo murió por nuestros pecados, nos liberó del pecado y Su poder nos permite vencerlo. Al confiar en el poder de Cristo, encontramos la fuerza para pelear la buena batalla de la fe. Más aún, al descansar en la obra consumada de Cristo, encontramos el poder para derrotar al pecado al aferrarnos a la promesa de Dios sobre la vida eterna.
Publicado originalmente en Core Christianity.