El evangelio dice que la única manera en que podemos estar bien con Dios es estar en Cristo, quien es “nuestra sabiduría”, es decir, nuestra “justificación, santificación y redención” (1 Corintios 1:30). Cuando luchamos por creer en el evangelio, somos propensos a aparentar y cumplir. Fingimos ser mejores de lo que somos minimizando nuestro pecado, y minimizamos la santidad de Dios actuando como si pudiéramos estar a la altura de Su santidad.
La idea de que Dios nos acepta en Cristo, aparte de nuestro buen o mal comportamiento, nos lleva a una pregunta muy importante: ¿Cuál es el punto de la ley de Dios? Cualquiera que tome la Biblia puede ver que está llena de mandamientos, cosas que se supone que debemos hacer y cosas que no debemos hacer. ¿Sabías que toda la ley se puede resumir así: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27, énfasis añadido)?
La ley de Dios no es solo un montón de reglas. Es nuestra guía para una vida llena de amor, propósito y significado. La ley de Dios nos muestra el camino hacia el amor verdadero. ¡Pero el amor no es fácil, especialmente cuando consideras el llamado a amar a Dios y a todos los demás con todas tus fuerzas!
Entonces, ¿cómo pueden la ley de o del amor de Dios y el evangelio de Dios relacionarse entre sí? Después de todo, si somos reconciliados con Dios por gracia y no por obras, ¿realmente importa si obedecemos o no Su mandato de amarlo a Él y a los demás?
Si no comprendemos la relación entre la ley de Dios y Su evangelio, somos llevados a dos errores opuestos. Primero, podemos comenzar a pensar que Dios nos amará y aceptará siempre y cuando sigamos las reglas. Esto es basar nuestro sentido de rectitud e identidad en lo bien que pensamos que estamos guardando los mandamientos de Dios. Cuando hacemos esto, volvemos a tratar de obtener nuestra rectitud por nuestra cuenta. Esto nunca funciona y se convierte en una gran carga donde estamos trabajando constantemente por obtener la aprobación de Dios (con un sentido de nunca estar a la altura) o sustituimos la aprobación de las personas (con la que nunca estamos satisfechos).
La otra forma en que nos alejamos del evangelio es pensar que está bien si no guardamos los mandamientos de Dios. Podríamos pensar algo como “nadie debe juzgar lo que hago porque Dios nos acepta sin importar qué hagamos”. Esto suena como si estuviéramos basando nuestra justicia en Cristo, ¡pero en realidad es encontrar nuestra identidad en romper las reglas y salirnos con la nuestra! Cuando vamos por esta ruta, estamos volviendo a una vida en la que seguimos nuestro propio camino en lugar del camino de Dios. Esto siempre trae quebrantamiento a nuestras vidas y el desorden del pecado, la tristeza y la muerte.
Para evitar estas trampas, debemos entender la relación bíblica entre la ley y el evangelio. En pocas palabras, así es como Dios lo diseñó para que funcionara: la ley del amor nos lleva al evangelio y el evangelio nos libera para amar a Dios y a los demás (que es a lo que se suma obedecer la ley). Una mirada honesta a Dios y Sus mandamientos nos muestra que no podemos estar a la altura, y eso nos lleva a Cristo. Una vez que estamos unidos con Cristo, el Espíritu Santo nos da el deseo y el poder de amar a Dios y a los demás.
¿Cómo nos convertimos en el tipo de personas que aman a Dios y a los demás? Respuesta: a través del evangelio.
Primero, es a través del evangelio que nos damos cuenta de que hemos quebrantado la ley del amor de Dios. Sin el Espíritu pensaríamos que todas nuestras decisiones están bien. ¿Sabías que sentirte culpable cuando haces algo malo es una forma en que Dios está obrando en tu vida? El primer paso del viaje del evangelio es tomar conciencia de que “todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3:23), y que nuestra desobediencia a la ley de Dios nos coloca bajo su maldición (Gálatas 3:10).
Segundo, es a través del evangelio que somos liberados de la maldición de la ley (Gálatas 3:13-14). A través de la vida y muerte de Jesús, todos los que se vuelven de sus pecados y vienen a Jesús en fe, son perdonados y hechos justos. Y por Su resurrección, somos libres para vivir para Él (2 Corintios 5:14-15). En lenguaje bíblico, ya no estamos “bajo la ley” (Romanos 6:14).
Tercero, es a través del evangelio que Dios nos da Su Espíritu Santo, quien transforma nuestros corazones y nos capacita para amar verdaderamente a Dios y a los demás (Romanos 5:5; Juan 17:26).
Pensar que podemos guardar la ley de Dios o ignorar la ley de Dios es egocéntrico. No estaríamos preocupados por amar a Dios y querer amar a los demás, sino a nosotros mismos: “Yo guardo las reglas” o “Yo rompo las reglas”. Pero el evangelio nos libera de nuestra preocupación por nosotros mismos y nos apunta hacia afuera.
Romanos 10:4 dice: “Cristo es la culminación de la Ley para que todo el que cree sea justificado”. En otras palabras, el fin, la meta, el punto de la ley es conducirnos a Jesús. Cuando realmente “entendemos” lo que este versículo está diciendo, comenzamos a ver que cada mandamiento en las Escrituras nos señala de alguna manera a Jesús, quien cumple ese mandato por nosotros y en nosotros. Él es nuestra justicia. Ya no necesitamos establecer nuestra justicia.
Cuando me convertí en cristiano, hice todas las cosas correctas (y no las cosas malas), pero me sentía distante de Dios. Así que después de un tiempo tiré las reglas a un lado e hice lo que quería, pero eso me dejó tan vacío como antes. Entonces me di cuenta: el cristianismo no se trata de cumplir o no las reglas. ¡Se trata de relacionarse con una persona!
Imagina a un adolescente que vive solo (lo llamaremos Max). Max nunca había tenido padres ni autoridades, y por lo tanto nunca ha tenido reglas.
Él toma las decisiones en su vida. Un día, Max conoció a Sam, un adolescente que creció en un hogar amoroso. Max le preguntó a Sam cómo era su vida, así que Sam le contó sobre las reglas y expectativas en su hogar. Max sintió lástima por Sam porque tenía todo tipo de reglas que tenía que seguir. No podía entender cómo alguien podía vivir así.
Luego pasó un fin de semana en la casa de Sam. Llegó justo antes de la cena. Él y Max tuvieron que poner la mesa, hacer la ensalada y lavarse las manos antes de comer. Fue un poco irritante para Max, que tenía hambre. Cuando toda la familia se sentó alrededor de la mesa, el padre de Sam comenzó la comida con una oración. Mientras pasaban la comida, su madre les preguntó a los niños sobre su día. Mientras comían, todos contaban historias sobre las cosas que les sucedían en el estudio y en la práctica. Cuando alguien masticaba con la boca abierta o se ponía demasiado necio, la mamá o el papá de Sam decían algo al respecto. Max no estaba acostumbrado a eso, pero también le gustaba.
Después de la cena, tenían que ayudar a limpiar los platos, lo que ninguno de ellos realmente quería hacer, pero esas eran las reglas. Antes de acostarse, el padre de Sam se aseguró de que todos hubieran cumplido con sus deberes y estuvieran preparados para el día siguiente. Max aún no estaba cansado, pero era hora de acostarse. Esas eran las reglas. El papá leyó un cuento a los niños más pequeños, oró por todos ellos, les dijo cuánto los amaba y apagó las luces.
El lunes, Max volvió a su vida de libertad de las reglas, pero tenía un dolor en el corazón. Echaba de menos estar en la casa de Sam. Cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de que las reglas eran más que reglas. Eran formas en que los padres de Sam amaban a su familia. Eran su manera de ayudar a Sam a vivir una vida de alegría y propósito. A Sam no le encantaban todas las reglas, pero lo que parecía hacer que todo funcionara era lo mucho que sus padres lo amaban, incluso cuando fallaba. Su amor lo animó para hacer cosas, incluso lo hizo querer hacer cosas, que de otro modo nunca haría.
Eso es lo que me golpeó cuando iba y venía entre tratar de mantener la ley y no preocuparme por la ley. Había perdido el punto. Estaba leyendo la Biblia, pero sin darme cuenta de que la Biblia me señala a una persona, ¡a Jesús! Y cuando dejé de leer la Biblia, no estaba huyendo de una regla, sino de una persona. De repente quise leer la Biblia para conocer a Jesús. Quería sentarme alrededor de la mesa con él y su familia, por así decirlo, y disfrutar de su amistad.
Cuando vi que los mandamientos de Dios me señalan a Jesús, me preocupé más por obedecerlos, no para ganarme el amor de Dios, porque ya lo tenía. Cada mandamiento en las Escrituras nos señala nuestra propia insuficiencia (la línea inferior del gráfico de la cruz), magnifica la naturaleza buena y santa de Dios (la línea superior del gráfico de la cruz), y nos hace mirar a Jesús como Aquel que perdona nuestra desobediencia y permite nuestra obediencia. Así es como la ley nos conduce a Jesús, y Jesús nos libera para obedecer la ley
Este es un extracto del libro La vida centrada en el evangelio para jóvenes, escrito por Robert H. Thune & Will Walker (páginas 41-45).Puedes adquirir el libro dando clic aquí.