«La esposa de Cristo no puede ser adúltera; es pura e inmaculada. Tiene un solo hogar; guarda con casta modestia la santidad de un solo lecho. Nos guarda a nosotros para Dios. Ella designa a los hijos a quienes ha dado a luz para el reino. Cualquiera que esté separado de la Iglesia y unido a una adúltera, está separado de las promesas de la Iglesia; ni puede alcanzar las recompensas de Cristo quien abandone a la Iglesia de Cristo. Es un extraño; es un profano; es un enemigo. Quien no tenga a la Iglesia por madre no puede tener más a Dios por Padre». Cipriano, Tratado sobre la unidad de la iglesia, 6.
Cuando llegué a ser el pastor de la Highland Village First Baptist Church (conocida ahora como The Village Church), tenía veintiocho años. Lo había pasado bastante mal al principio de mi experiencia de iglesia y en ese momento todavía no había salido del todo de la fase de estar desencantado con la iglesia local. Para ser sincero, en ese momento no estaba seguro si la membresía de la iglesia era algo bíblico o no. Aun así, el Espíritu había dejado muy claro que iba a pastorear esa pequeña iglesia en los suburbios de Dallas. ¡Era una las muchas ironías en mi vida por aquel entonces! Highland Village First Baptist Church era una iglesia «sensible a los buscadores», en el molde de Willow Creek, y no tenía ningún procedimiento formal de membresía, aunque estaban trabajando de forma activa en uno y querían la aportación del nuevo pastor. Yo tenía muy claro el concepto de la Iglesia universal, pero no tenía nada claro el tema de la iglesia local e incluso era algo escéptico al respecto. Empezamos a crecer rápidamente con gente joven y muchas veces desencantada de veintitantos años, normalmente sin ningún trasfondo eclesial o con trasfondos eclesiales malos. Les gustaba la iglesia The Village porque éramos «diferentes». Eso siempre me pareció extraño porque lo único que hacíamos era predicar y cantar. Al conversar con aquellos hombres y mujeres, empecé a oír comentarios como estos: «La Iglesia está corrupta; solo está interesada en el dinero y el ego de los pastores»; o: «Yo amo a Jesús; con quien tengo problemas es con la Iglesia». Mi comentario favorito era: «Cuando la Iglesia se organiza, pierde su poder». A pesar de que de vez en cuando algo de estos comentarios me sonaba acertado (yo, al igual que la mayoría de la gente de mi generación, tengo mis problemas con conceptos como la autoridad y el compromiso), no obstante aquellos comentarios me dejaban confuso por cuanto los estaba haciendo gente que estaba asistiendo a la iglesia donde yo era el pastor.
Dos preguntas de Hebreos 13:17
Puesto que ya había conflictos avecinándose sobre otras doctrinas que yo consideraba mucho más centrales, me preguntaba si no debíamos dejar el tema de la membresía de la iglesia y volver a él más adelante. Por aquel entonces me estaba preparando para predicar el libro de Hebreos, y «dio la casualidad» de que estaba estudiando el capítulo 13 cuando el versículo 17 me saltó de la página: «Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos, porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta. Permitidles que lo hagan con alegría y no quejándose, porque eso no sería provechoso para vosotros». Se me ocurrieron dos preguntas. En primer lugar, si no existe ningún requisito bíblico de pertenecer a una iglesia local, entonces ¿a qué líderes debería cualquier creyente en particular obedecer y sujetarse? En segundo lugar, y algo más personal, ¿por quiénes tendré yo, como pastor, que dar cuenta? Estas dos preguntas me llevaron a buscar un entendimiento bíblico de la iglesia local, y la búsqueda comenzó con las ideas de la autoridad y la sumisión. En cuanto a la primera pregunta, las Escrituras claramente mandan a los cristianos someterse a y honrar a un cuerpo de ancianos (He. 13:17; 1 Ti. 5:17). Pero si no existe ningún entendimiento de la membresía de la iglesia local, ¿entonces a quién hemos de someternos y obedecer? ¿A cualquiera que tenga el título de «anciano», de cualquier iglesia? ¿Deberías tú, como cristiano, obedecer y someterte a esos locos de la Iglesia Bautista de Westboro? Para obedecer la Escritura, ¿deberías protestar en los entierros de los soldados, tal como parece implicar el pastor de la Iglesia de Westboro? Y en cuanto a la segunda pregunta, las Escrituras claramente mandan a cada cuerpo de ancianos cuidar de una serie de personas concretas (1 P. 5:1-5; y también Hch. 20:29 y 30). ¿Se me pedirán cuentas, como pastor, por todos los cristianos en el área metropolitana de Dallas? Hay muchas iglesias en Dallas con las que tengo fuertes diferencias teológicas y filosóficas. ¿Tendré yo que dar cuenta de lo que ellas enseñan en sus grupos pequeños, de cómo gastan su dinero y de qué hacen con respecto a la obra misionera internacional?
¿Y la disciplina de la iglesia?
Tras considerar cuestiones de autoridad y de sumisión, el segundo tema que surgió de mi estudio de la iglesia local era la enseñanza bíblica sobre la disciplina de la iglesia. Se ve en varios lugares, pero en ninguno tan claro como en 1 Corintios 5:1-12. En este texto Pablo se enfrenta con la iglesia en Corinto por haber aprobado a un hombre que andaba en flagrante inmoralidad sexual, sin haberse arrepentido. Los corintios lo estaban celebrando como la gracia de Dios, pero Pablo les advierte de que este tipo de maldad, lejos de llevarles a jactarse, debería llevarles a lamentar. Les califica de arrogantes y les dice que quiten a ese hombre para la destrucción de la carne y para la salvación (se esperaba) de su alma. En los versículos 11 y 12 no anduvo con rodeos: «Sino que en efecto os escribí que no anduvierais en compañía de ninguno que, llamándose hermano, es una persona inmoral, o avaro, o idólatra, o difamador, o borracho, o estafador; con ése, ni siquiera comáis. Pues ¿por qué he de juzgar yo a los de afuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro de la iglesia?». Ha sido mi triste experiencia que muy pocas iglesias todavía practican la disciplina de la iglesia, pero ese es un tema para otro artículo en otra ocasión. Mi pregunta, que sale de este texto, es sencilla: ¿Cómo se puede echar a alguien si no hay de dónde echarle? Si no hay un compromiso local pactado con una comunidad de fe, ¿entonces cómo se quita a alguien de esa comunidad de fe? La disciplina de la iglesia no funcionará si la membresía de la iglesia local no existe.
Mucha más evidencia a favor de la membresía de la iglesia
Hay otras evidencias en las Escrituras que apoyan la membresía de la iglesia local. En Hechos 2:37-47 vemos que existe un registro del número de los que han hecho profesión de fe en Cristo que han sido llenos del Espíritu Santo (v. 41), junto con el reconocimiento de que la iglesia estaba dando seguimiento al crecimiento (v. 47). En Hechos 6:1-6 vemos elecciones celebrándose con el fin de buscar soluciones para un problema y una acusación concretos. En Romanos 16:1-16 vemos lo que parece ser una clara conciencia de quién es un miembro de la iglesia. En 1 Timoteo 5:3-16 vemos clara enseñanza sobre cómo tratar a las viudas en una iglesia, y en los versículos 9-13 leemos lo siguiente: «Que la viuda sea puesta en la lista sólo si no es menor de sesenta años, habiendo sido la esposa de un solo marido, que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos, si ha mostrado hospitalidad a extraños, si ha lavado los pies de los santos, si ha ayudado a los afligidos y si se ha consagrado a toda buena obra. Pero rehúsa poner en la lista a viudas más jóvenes, porque cuando sienten deseos sensuales, contrarios a Cristo, se quieren casar, incurriendo así en condenación, por haber abandonado su promesa anterior. Y además, aprenden a estar ociosas, yendo de casa en casa; y no sólo ociosas, sino también charlatanas y entremetidas, hablando de cosas que no son dignas». En este texto vemos los criterios que determinarían quién tendría derecho y quién no tendría derecho a beneficiarse del programa de cuidado de las viudas en Éfeso. La iglesia local en Éfeso está organizada y están trabajando de acuerdo a un plan. Podríamos seguir dando ejemplos y planteando preguntas sobre cómo podemos obedecer los mandatos de Dios en 1 Corintios 12 o en Romanos 12 si no estamos conectados y comprometidos con una comunidad de fe local. Pero desarrollar todos los posibles textos requeriría más espacio del que tengo para este artículo.
El plan de Dios es que pertenezcamos a iglesias locales
Cuando uno empieza a mirar estos textos, queda claro que el plan de Dios para su Iglesia es que pertenezcamos a una comunidad de fe local unida por un pacto. Esto es así para nuestra propia protección y crecimiento en madurez, y también para el bien de otras personas. Si ves la iglesia como una especie de bufet eclesiológico, entonces limitas mucho la probabilidad de tu crecimiento hacia la madurez. El crecimiento hacia la piedad puede doler. Por ejemplo, al interaccionar con otros en mi propio cuerpo local, queda expuesta mi propia falta de celo, además de mi falta de paciencia, mi falta de oración y mi lentitud a la hora de asociarme con la gente humilde (Ro. 12:11-16). Sin embargo esta interacción también me da la oportunidad de que se me confronte con amor por parte de hermanos y hermanas que están en las trincheras conmigo, además de brindarme un lugar seguro donde confesarme y arrepentirme. Pero cuando la iglesia no es más que un lugar donde vas sin nunca llegar a pertenecer, como un bufet eclesiológico, tal vez debas preguntarte si siempre te vas cuando el Espíritu Santo empieza a exponer lo que hay en tu corazón y cuando la verdadera obra está comenzando a hacerse. ¿Cómo se puede resumir todo esto? La membresía de la iglesia local no es una cuestión de preferencia personal, sino de obediencia a la Biblia. Este artículo fue traducido por Andrew Birch.