Enemistad con la creación: ¿cómo experimentar paz en un mundo de catástrofes?

Cada catástrofe, enfermedad o muerte no solo revela la corrupción de la creación, sino también el amor de un Dios que promete restaurarlo todo.
Foto: Envato Elements

El tsunami del 26 de diciembre de 2004 fue uno de los desastres naturales más mortales de la historia moderna. Provocado por un terremoto submarino de magnitud 9.1 a 9.3 frente a la costa de Sumatra, Indonesia, que desplazó enormes masas de agua que viajaron a velocidades de hasta 800 km/h. Las olas crecieron hasta alcanzar más de 30 metros de altura al llegar a la costa, golpeando 14 países. La tragedia dejó entre 227.000 y 275.000 muertos y millones de desplazados.

Durante el desastre, la modelo checa Petra Nemcova fue arrastrada por la corriente en Tailandia junto a su prometido, Simon Atlee. Con la pelvis fracturada en varias partes y heridas internas graves, Petra logró aferrarse a una palmera durante ocho horas, luchando por sobrevivir. Mientras tanto, la angustia de no saber qué había ocurrido con Simon la consumía; en medio de la destrucción, lo buscaba desesperadamente sin encontrar rastro de él. Después de ser rescatada y llevada al hospital, Petra recibió la dolorosa noticia de que Simon había muerto ahogado.

¿Por qué existe en la humanidad una angustia ante el desastre? ¿Acaso el hombre no fue creado para ser feliz y disfrutar de la creación? Por el pecado, no solo estamos en enemistad con nuestro Creador y con los demás seres humanos; también estamos en enemistad con la creación. El mundo sencillamente no funciona bien y la paz no gobierna nuestra existencia material. Veamos qué dice la Escritura acerca de esta ruptura con la creación y cuál es nuestra esperanza.

El tsunami del 26 de diciembre de 2004, frente a la costa de Sumatra, Indonesia, fue uno de los desastres naturales más mortales de la historia moderna. / Foto: Euroborsa

Profundamente frágiles

La Biblia muestra que la situación del ser humano era, inicialmente, de absoluto bienestar. En Edén había abundancia y armonía, de manera que el hombre estaba en paz con Dios, con su esposa y con el resto de las criaturas. Los animales se sometían al gobierno y cuidado de Adán, y los árboles daban sus frutos para su alimento (Gn 2:8-9). Todo era bueno y perfecto.

Pero el pecado destruyó ese estado de paz (Gn 3:6-7). No solo es cierto que el hombre ahora sentía vergüenza ante su creador y culpaba a su mujer por sus errores; también había una enemistad con la creación. Primero, el cuerpo mismo de Adán y su descendencia ya no funcionaba correctamente: hay cansancio en el trabajo, hay dolor en el parto y hay muerte. Segundo, en el mundo ahora había catástrofes naturales, como el diluvio (del cual hablaremos más adelante). Un ejemplo de ello son las tres hambrunas que experimentaron los patriarcas (Gn 12:10, 26:1, 41:27-30).

Después de la caída de Adán, no solo el ser humano resultó afectado: también irrumpió el caos en la creación, y comenzaron las catástrofes naturales. / Imagen: Lightstock

Hasta el día de hoy, sufrimos las consecuencias de esta ruptura. Si la vida de Adán en el Edén era predecible, hoy somos profundamente frágiles y tenemos poco control sobre lo que ocurre en nuestro mundo material. Por eso Santiago dice: “Ustedes no saben cómo será su vida mañana. Solo son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece” (Stg 4:14). Lastimosamente, no debe sorprendernos que aparezca un cáncer en nuestro cuerpo, que muera un ser querido en su juventud o que una catástrofe o crisis afecte el lugar donde vivimos.

Nuestra sociedad vive en un estado constante de ansiedad debido al escaso control que tenemos sobre nuestra vida. No es necesario atravesar una catástrofe como la que enfrentó Petra Nemcova para experimentar angustia; basta con salir de casa hacia el trabajo para entrar en la incertidumbre de si sufriremos un accidente, si un escape de gas provocará un incendio o si algún desastre afectará a nuestra familia. El apóstol Pablo describe bien la situación de la creación y de los hijos de Dios que vivimos en ella:

Pues sabemos que la creación entera gime y sufre hasta ahora dolores de parto. Y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior… (Ro 8:22-23).

Pero, gracias a Dios, ese pasaje de Romanos no termina con nuestros gemidos. Hay esperanza.

Nuestra sociedad vive en un estado constante de ansiedad debido al escaso control que tenemos sobre nuestra vida. / Foto: Envato Elements

Esperanza en la fragilidad

¿Qué podemos hacer en medio del dolor y la pérdida que hay en la creación corrompida por el pecado? ¡Tener esperanza! Pablo sigue diciendo: “…aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo” (Ro 8:23). Como hijos de Dios, sufrimos por esta enemistad con la creación, pero sabemos que es posible tener paz gracias a Cristo, a la redención que hemos recibido en la cruz. Veamos tres formas en las que el evangelio nos da esperanza en medio de la corrupción de la creación.

Sabemos que tendremos una nueva creación. Por la obra de Cristo, sabemos que viene una nueva creación, en donde la novia redimida estará con su esposo, donde el pueblo habitará con Dios, donde las lágrimas serán enjugadas y donde nadie volverá a morir. Juan dice:

Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: “El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado” (Ap 21:1-4).

Por la obra de Cristo, sabemos que viene una nueva creación. / Foto: Lightstock

Entonces, llegará un día en que se terminen esos gemidos que experimentamos, tanto la creación que tiene catástrofes, como los hijos de Dios que las enfrentan. Un día la vida será predecible; pensando en la fragilidad mencionada en Santiago, podremos decir “mañana iremos y disfrutaremos de Dios y Su creación”, y siempre tendremos razón.

Sabemos que el mundo no será completamente destruido. El Diluvio universal nos enseña algo terrible y algo sumamente esperanzador (Gn 6-9). Por un lado, que nuestro pecado merece ser castigado y que nuestro Creador no se olvidará de Su ira justa; por otro lado, que el Señor ha decidido mostrar una paciencia inmerecida hacia la humanidad, demostrada en una hermosa señal pactual que vemos en el cielo: el arcoiris. ¡Dios ha decidido bajar el arco y la flecha de Su juicio! Cada vez que llueve, recordamos que el mundo no será completamente destruido otra vez por agua. En el Nuevo Testamento, nuestro Señor Jesucristo nos recuerda que el Padre hace “salir Su sol sobre malos y buenos” (Mt 5:45).

Entonces, no habrá ninguna catástrofe que acabe con nuestro mundo. Tenemos la seguridad de que los resultados del pecado están limitados por un Dios bueno que, al igual que hizo con Noé, quiso acordarse de nosotros y vernos con bondad. El único momento de destrucción global que nos resta será acompañado por la venida de Cristo; como lo dice el apóstol Pedro, Jesús traerá cielos nuevos y tierra nueva después de que todo sea destruido por el fuego, pero eso será para nuestra redención definitiva (2 P 3:12-13).

Sabemos que aún la catástrofe será para bien. Meditar en los cielos nuevos y la tierra nueva es nuestra máxima esperanza, pero ¿qué promesa nos sostiene cuando el dolor de la creación toca a nuestra puerta hoy? Por la gracia de Dios, algunos versículos después de que Pablo menciona el gemir de la creación, nos dice esta gloriosa verdad: “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito” (Ro 8:28). Aunque el dolor de un mundo caído no es algo ideal para nosotros, no se sale del control de nuestro amoroso Padre. Aquellos que somos Sus hijos, seremos bendecidos incluso en medio de la catástrofe.

Entonces, tenemos una paz que va más allá de las circunstancias. Incluso un cáncer, un tsunami y la muerte de un ser querido serán usados por nuestro Señor para formar en nosotros la imagen de Cristo. En el capítulo 5 de Romanos, Pablo nos dice de qué se trata esta esperanza en medio del dolor:

Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza (Ro 5:3-4).

Meditar en los cielos nuevos y la tierra nueva es nuestra máxima esperanza. / Foto: Envato Elements

Conclusión: esperanza segura

La vida en este mundo roto nos expone día tras día a nuestra profunda fragilidad, pero gracias a Cristo, no estamos condenados a vivir en desesperanza. Aunque la creación gime y nosotros gemimos con ella, aguardamos confiados la redención completa que Dios ha prometido. Cada tragedia, cada pérdida y cada lágrima serán usadas por nuestro buen Padre para nuestro bien eterno. Un día, todo lo que ahora duele será reemplazado por la gloria de una nueva creación, donde ya no habrá muerte ni clamor. Mientras tanto, nos aferramos a la esperanza segura que tenemos en el evangelio.

David Riaño

David Riaño es editor general de BITE Project. Es parte del equipo plantador de la Iglesia Familia Fiel en Cajicá, donde también sirve en ministerios de enseñanza. Es Licenciado en Filología Inglesa y Magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Disfruta tomar café y ver series con su esposa Laura.

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