La Escritura nos revela en términos claros que la justificación se basa únicamente en la gracia de Dios mostrada de manera suprema en el sacrificio de Cristo en la cruz por nosotros (Ef. 2:8, Ro. 3:24). También nos enseña que esa justificación se obtiene sólo por medio de la fe, sin hacer ninguna buena obra (Ro. 3:28, 4:4-5, 5:1; Ef. 2:8-9; Tit. 3:5). Sin embargo, la Escritura también nos advierte en muchas ocasiones que hay una fe que no es genuina y que por tanto no resulta en justificación (reconocemos que es Cristo quien salva, no la fe).
Existe una fe no verdadera
Santiago nos muestra la verdad de que existe una fe falsa al decirnos: “¿De qué sirve hermanos míos, si alguno dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Acaso puede esa fe salvarlo?” (Stg. 2:14). Lógicamente, tal pregunta se debe responder de manera negativa. Lucas también nos alerta sobre la fe ficticia al escribir sobre Simón el mago, quien creyó y sin embargo permanecía “en hiel de amargura y en cadenas de maldad” (Hch. 8: 13,23). Nuevamente encontramos el peligro de acercarnos a Cristo con una fe falsa en la parábola del sembrador. Hubo una semilla que cayó “sobre la roca, y tan pronto como creció, se secó, porque no tenía humedad” (Lc. 8:6). Nuestro Señor explicó que esta escena representa a aquellos que “cuando oyen, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíz profunda; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan” (Lc. 8:13)[i].
Fe verdadera y fe falsa
Considerar que existen dos tipos de fe inevitable nos lleva a cuestionarnos: ¿Cuál es la diferencia entre ambas? ¿Cómo puedo distinguir entre la fe salvífica y una fe falsa, externa y superficial que deja al pecador sin perdón y vida eterna? Los teólogos usualmente reconocen tres aspectos o elementos de la fe verdadera:
1. Conocimiento (notitia) – Elemento mental de la fe:
Este elemento se refiere al contenido de la fe, los datos o información que el pecador debe saber para poder ser salvo. El pecador no puede ser salvo poniendo su fe en algo falso, aunque sea sincero en su creencia. Es por eso que debe tener conocimiento de quién es Cristo y de su obra en la cruz para salvar a los pecadores. En otras palabras, este elemento tiene que con el objeto de nuestra fe.
2. Asentimiento (assensus) – Elemento emocional de la fe:
El segundo elemento de la fe salvífica se conoce como asentimiento. Primero, el pecador escucha el evangelio. Ahora, queda convencido de esa verdad y el corazón responde anhelando a Cristo para remediar su mal. Berkhof comenta sobre este elemento:
“Cuando uno abraza a Cristo por la fe, lo hace con profunda convicción de la verdad y de la realidad del objeto de la fe, siente que esa fe satisface en la propia vida una necesidad importante, y tiene conciencia de que en ello le va un interés absorbente…”[ii].
3. Confianza (fiducia) – Elemento volitivo de la fe:
Este es el elemento que completa la fe salvífica. Es su punto culminante. La verdadera fe no solo despierta la mente a la verdad del evangelio y tampoco se detiene al despertar en el corazón un deseo por Cristo, sino que también afecta nuestra voluntad. El pecador, conociendo el glorioso evangelio de salvación (conocimiento), y deseando a Cristo como su mayor tesoro (asentimiento), ahora decide apropiarse de Cristo, recibiéndole como Señor y Salvador (confianza). Berkhof, comentando sobre este tercer elemento, dice que:
“… consiste en una confianza personal en Cristo como Señor y Salvador, incluyendo el sometimiento a Cristo del alma que se considera culpable y manchada, y que esta reciba y se apropie a Cristo como la fuente del perdón y de la vida espiritual”[iii].
Los dos primeros elementos son necesarios para la fe salvífica, pero no suficientes. El pecador es perdonado cuando, humillado, viene a Cristo y se apropia de Él con fe penitente (fe y arrepentimiento de pecados son dos caras de la misma moneda).
La fe genuina envuelve todo lo que somos
De manera que la fe verdadera envuelve la totalidad del ser (mente, corazón y voluntad) recibiendo todo lo que Cristo es. Por supuesto que el pecador no tiene que estar consciente de estos tres elementos para venir a Cristo. Sin embargo, estos componentes están presentes en toda persona que se acerca a Cristo con fe sincera. En cierta manera, experimentamos estos tres aspectos en el plano natural en nuestras vidas sin percatarnos de ello. Cuando tenemos sed, tenemos conocimiento de que el agua puede remediar nuestro mal (mente/conocimiento). La convicción de nuestro conocimiento despierta nuestras emociones de manera que comenzamos a desear el agua para saciar nuestra sed (corazón/asentimiento) y finalmente vamos al refrigerador y nos apropiamos del agua para remediar el problema (voluntad/confianza). El mismo proceso ocurre cuando tenemos hambre. Nuestra hambre y sed espiritual no son saciadas hasta que ejercemos nuestra voluntad para apropiarnos de Cristo. Notemos los tres elementos de la fe genuina en los siguientes pasajes:
“Jesús les dijo: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed.” (Jn. 6:35) “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.” (Jn. 6:54) “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.” (Mt. 13:44)
La salvación depende de Cristo
Finalmente, recordemos que aunque la fe verdadera envuelve la totalidad del ser, no debemos pensar que la salvación depende de la calidad de nuestra fe o de nuestra fe en sí misma. Nuestra salvación depende de Cristo y Su obra. Para que podamos ser justificados, nuestra fe no tiene que ser fuerte, simplemente tiene que ser real, pues una fe débil puede apropiarse de Cristo quien es poderoso para salvar. Una vez que somos justificados por medio de la fe, comenzamos una nueva vida en Cristo en la cual creceremos y, por la gracia de Dios, alcanzaremos progresivamente mayores grados de fe y un arrepentimiento más profundo. [i] Otros pasajes que nos advierten sobre una fe falsa son Jn. 2:23-25, 6:60-66, 12:42-43; Stg. 2:19. [ii] L. Berkhof, Teología Sistemática (Libros Desafío, 2009), p. 604. [iii] Ibíd, p. 605.