El sufrimiento siempre te cambiará

El sufrimiento, visto con la lente de Dios, es un medio para ser transformados a la semejanza de Cristo.
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Hace varios años, una amiga íntima se alejó de la fe.

Aún recuerdo nuestra última conversación sobre Dios, cuando me dijo que no la había socorrido. Había orado y le había pedido que cambiara su situación, pero las cosas seguían empeorando. Preguntó enfadada: “¿Es así como un Dios bueno trata a sus hijos?”, y pasó a enumerar todo lo que Dios no había hecho por ella, a pesar de su fidelidad. Estaba cansada de hacer lo correcto porque no la había llevado a ninguna parte.

Comprendo cómo se sentía mi amiga. Yo también he tenido contratos unilaterales no escritos con Dios, en los que intentaba vivir una vida recta y, a cambio, esperaba que Dios me bendijera arreglando todos mis problemas, especialmente si oraba y leía la Biblia. Después de convertirme al cristianismo en mi adolescencia, estaba segura de que Dios me había prometido una vida fácil y todo lo que tenía que hacer era vivirla.

Durante años sentí que Dios cumplía Su parte, pero mi confianza se erosionó tras mi primer aborto espontáneo. Se suponía que esto no tenía que pasarme a mí. Luego, una crisis matrimonial estuvo a punto de acabar conmigo, y justo cuando empezaba a sanar, nuestro hijo murió inesperadamente.

El sufrimiento, aunque nos cueste aceptarlo, hace parte de la vida cristiana. / Foto: Light Stock

Lo que el sufrimiento produjo en mí

Cada vez que algo iba mal, suplicaba a Dios que lo arreglara, que me quitara el dolor, que volviera a dejar las cosas como estaban. Cuando las cosas empeoraban, dejaba de hablar con Dios con rabia, preguntándome si me escuchaba.

Sin embargo, me di cuenta, como Pedro, de que no había a dónde ir, porque solo Jesús tenía palabras de vida (Jn 6:68). Grité pidiendo a Dios que me ayudara a confiar en Él, a reconectar y a encontrar esperanza en lo que parecía una oscuridad impenetrable. Necesitaba paz y no podía encontrarla en otro lugar que no fuera Cristo. Fue entonces cuando mi fe cambió radicalmente. Encontré una paz y una esperanza inexplicables que no había experimentado antes: mi vida fácil y sin problemas no había producido más que un disfrute del presente. Pero el sufrimiento estaba produciendo algo inquebrantable.

El sufrimiento es un catalizador que nos obliga a movernos en una u otra dirección. Nadie sale del sufrimiento sin cambios.

En Cristo, podemos encontrar descanso en medio del sufrimiento. / Foto: Unsplash

El sufrimiento siempre te transforma

Pablo dice: “Y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza. Y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro 5:2-5).

Aquí, el sufrimiento del cristiano desembocará finalmente en una esperanza que no nos avergonzará. Pero no pasamos directamente del sufrimiento a la esperanza. Para algunos, como mi amiga, el sufrimiento lleva a la rebelión y a la ira, aplastando su esperanza, no reforzándola. ¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué el sufrimiento aumenta la fe y la esperanza en Dios para algunos y la destruye para otros?

Llevo años dándole vueltas a esta pregunta. Agradezco a Dios que haya decidido revelarse a mí a través del sufrimiento, pero me duele que otros solo vean el sufrimiento y no al Dios amoroso que hay detrás de él. Parte de la diferencia radica en cómo entendemos y experimentamos la esperanza y el sufrimiento en nuestro caminar con Dios.

El sufrimiento del cristiano desembocará finalmente en una esperanza que no nos avergonzará. / Foto: Unsplash

Cómo encontrar esperanza en el sufrimiento

Para encontrar esperanza en el sufrimiento, no puedo atarme a un resultado concreto. Mi esperanza no es que mi situación se resuelva de una determinada manera, o que Dios me dé exactamente lo que quiero, sino que Dios siempre hará lo mejor para mí. Es una esperanza viva en un Salvador que me ama, no en un resultado al que me siento con derecho. Necesito confiar en que Dios no permitiría nada que no fuera lo mejor para mí, y que todo en mi vida está puesto ahí para mi bien (Ro 8:28). El amor de Dios ha sido derramado en mí, y toda la Escritura proclama ese amor. La cruz lo muestra y el Espíritu Santo lo sella.

Pero si no confío en Dios y no creo que me ama, no veré cómo mi sufrimiento puede ser bueno. En el momento, es doloroso; ciertamente no se siente bien. Empezaré a juzgar la fidelidad y el amor de Dios basándome en lo que puedo ver y en si Dios responde a mis oraciones como yo deseo. Me alejaré antes de llegar a ver el final, experimentando la parte más dura de mis pruebas sin llegar nunca a la parte buena. No veré nada de lo que alegrarme y mi sufrimiento me parecerá inútil.

Nuestra esperanza en medio del dolor, no es que Dios conteste exactamente como queremos, sino que Él siempre hará lo mejor para nosotros. / Foto: Envato Elements

Sin embargo, cuando mi esperanza está en un Dios que sé que me ama, entonces, Dios me transforma a través de mis pruebas. Cuando murió mi hijo, mi fe se tambaleó y dudé de todo lo que me rodeaba. Pero cuando clamé a Dios, Él se derramó a Sí mismo y Su amor en mí. Mi fe se fortaleció.

Por eso, cuando años más tarde me enteré de que padecía una enfermedad debilitante, al principio me sentí angustiada, pero recordé lo fiel que Dios había sido conmigo. No entré en pánico; sabía por experiencia que Dios me daría todo lo que necesitaba. Las Escrituras nos recuerdan que estar agobiados y desesperados por la vida misma puede fortalecer nuestra fe (2Co 1:8-9). Esto se debe a que las pruebas más profundas nos hacen confiar no en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos. Cuanto más soportamos con Cristo y más le encontramos suficiente para nuestras vidas, más fuerte se hace nuestra fe.

Fuego refinador

Esta resistencia produce carácter. El sufrimiento suaviza mis asperezas, me hace criticar menos y me ayuda a valorar a las personas por encima de las cosas. Me obliga a centrarme en lo que es importante en la vida.

Como resultado, tengo más compasión, templanza, contentamiento, devoción de la oración, pasión por la Biblia y entusiasmo por el cielo, algo que no habría sido posible tener de otro modo. Si me dejara llevar por mí misma, sería más irritable, crítica e impaciente de lo que ya soy, pero mis limitaciones físicas me están enseñando bondad, paciencia y gracia. Todo mi sufrimiento ha sido una oportunidad para crecer.

Mi esperanza es que un día contemplaré la gloria de Dios y seré transformada (2Co 3:18), y el sufrimiento me da un anticipo de ambas cosas. Aunque ahora no puedo ver lo que espero (Ro 8:24), las promesas de Dios en las Escrituras y mi experiencia directa de Su fidelidad me aseguran que no me defraudará. He probado esa fidelidad en los valles más profundos y traicioneros, donde la presencia de Dios ha disuelto mi miedo (Sal 23:4), así que tengo la seguridad de que Sus promesas nunca fallarán.

Por eso puedo alegrarme en mi sufrimiento, sabiendo que Dios lo utiliza para producir en mí lo que yo no podría producir por mí misma. Mi fe es más fuerte, mi carácter más parecido al de Cristo y mi esperanza más segura. Gracias a Dios, cuando confiamos en Él, seguros de que hace lo mejor para nosotros, el sufrimiento produce esperanza.


Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Vaneetha Rendall Risner

Vaneetha Rendall Risner es escritora independiente y colaboradora regular de Deseando a Dios. Ella bloggea en danceintherain.com, aunque no le gusta la lluvia y no tiene sentido del ritmo. Vaneetha está casada con Joel y tiene dos hijas, Katie y Kristi. Ella y Joel viven en Raleigh, Carolina del Norte. Vaneetha es el autor de Las cicatrices que me han dado forma: Cómo Dios nos recibe en el sufrimiento.

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