4 recordatorios bíblicos para el cristiano que sufre escasez económica

Contrario a lo que enseña la falsa doctrina de la prosperidad, el Señor permite que Sus hijos atraviesen escasez. Aquí hay 4 recordatorios bíblicos para el creyente con necesidad.
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Amplios sectores de la iglesia evangélica actual están siguiendo un evangelio diferente. “No que haya otro”, como dice Pablo, sino una perversión del verdadero (Ga 1:8); el evangelio de la prosperidad es una falsa doctrina. 

Una de sus enseñanzas es que un cristiano verdadero no debería pasar por tiempos de necesidad económica. Así, se ha llegado al extremo de exorcizar a creyentes de los que se pretende echar, o al menos reprender, el “espíritu de pobreza”, bajo el supuesto de que el deseo de Dios es que todos Sus hijos prosperen materialmente hasta enriquecer. Según esa falsa premisa, cualquier situación contraria al progreso económico de un hijo de Dios, sea enfermedad, desempleo o escasez financiera, solo puede ser producto de la falta de fe, de algún pecado oculto y no confesado, o, incluso, de una obra de Satanás.

Sin embargo, ¿qué dice la Biblia al respecto de aquellas temporadas en las que sufrimos cierta escasez o necesidad?

Imaginación o revelación en las finanzas

Cuando se trata de entender a Dios, el hombre ha trazado dos rutas. Una de ellas es la de la imaginación propia, en la cual se crea a un dios según las expectativas y deseos humanos; la fe se construye con base en lo que, para su propio provecho egoísta, el hombre desearía que se le hubiera ordenado, ofrecido y prometido. La segunda ruta es la de la revelación, que considera única y exclusivamente lo que está escrito en las páginas de la Biblia acerca de lo que Dios en verdad manda, ofrece y promete. 

El “evangelio moderno” ha optado por la ruta de la imaginación, pues es menos exigente y más fácil de acomodar a los deseos naturales del corazón pecador. El evangelio bíblico, en cambio, solo puede sustentarse en la revelación que encontramos en las Escrituras, la cual resulta menos popular para la mayoría. Toda persona que anhele tener una relación con Dios, al final, debe decidir cuál de esas dos vías tomará, y dicha decisión afectará cómo ve el resto del universo, incluyendo las finanzas.

La Biblia, por supuesto, no rehúye el asunto de las finanzas, aunque muchos lo consideran controversial y difícil. Vemos en ella que el dinero es útil y necesario para individuos, familias, naciones, iglesias y pastores (Pro 13:22; 1Ti 5:8; Hch 4:32-35; 1Co 9:13-14). Sirve para la alimentación, el abrigo, la vivienda, la salud, la educación y hasta la proclamación del evangelio.

La Biblia no rehúye el asunto de las finanzas, aunque muchos lo consideran controversial y difícil. / Foto: Lightstock

Pero, aunque el dinero no es malo en sí mismo, sí se nos advierte una y otra vez acerca de los grandes males asociados con el amor a las riquezas. Ya que el dinero es un medio para obtener toda clase de satisfacción, el corazón humano, “engañoso más que todo” (Jer 17:9), puede ser presa fácil de la “avaricia, que es idolatría” (Col 3:5). En el Sermón del Monte, Jesús dio una importante advertencia al respecto: “Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o apreciará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas” (Mt 6:24).

Además, a lo largo del Nuevo Testamento vemos que Dios ha bendecido en gran manera a quienes son pobres, no con dinero, sino consigo mismo como su tesoro. Santiago 2:5 dice: “¿No escogió Dios a los pobres de este mundo para ser ricos en fe y herederos del reino que Él prometió a los que lo aman?”. Finalmente, nunca vemos que las riquezas nos puedan separar del amor de Dios (Ro 8:35, 39).

Entonces, los creyentes, como el resto del mundo, estamos continuamente en riesgo de padecer escasez. Los cristianos no somos la excepción cuando se trata de sufrir por causa de perder el empleo o de fracasar en el negocio emprendido. Nuestros ingresos pueden disminuir notablemente y nuestra condición financiera puede verse afectada por un sinfín de situaciones, muchas de ellas fuera de nuestro control.

A lo largo del Nuevo Testamento vemos que Dios ha bendecido en gran manera a quienes son pobres, no con dinero, sino consigo mismo como su tesoro./ Foto: Lightstock

Cuatro recordatorios para la escasez

Por causa de la influencia del evangelio de la prosperidad, muchos se preguntan: “¿No debería mi fe en Dios mantenerme a salvo de la escasez?”. Según lo que hemos visto en la Escritura, la respuesta es que no, la fe en Cristo no nos mantiene a salvo de la escasez. Sin embargo, estoy convencido de que en la Escritura encontramos todo lo que necesitamos para afrontar aquellas situaciones de necesidad. Los siguientes cuatro recordatorios serán de bendición para aquella persona que atraviesa una temporada económica desafiante.

1. Nada nos faltará

Esa especie de “neo evangelismo” del que hemos venido hablando usa la frase “nada nos faltará” como consigna central y grito de guerra. Suele prometerse a los nuevos convertidos que la fe en Cristo que no volverán a padecer escasez, que saldrán de la pobreza y que no sufrirán por ninguna otra enfermedad.

Sin embargo, el evangelio verdadero no se enfoca en la provisión material para hoy, sino en la provisión espiritual para la eternidad; no en lo que Dios vaya a darnos, sino en lo que ya nos ha dado, que es a Su Hijo. Cuando comprendemos que nuestra provisión principal es Cristo y no el pan material, nuestra situación financiera se vuelve un tema secundario. 

El evangelio verdadero no se enfoca en la provisión material para hoy, sino en la provisión espiritual para la eternidad. / Foto: Unsplash

Entendemos que Dios puede amarnos y a la vez dejarnos pasar por necesidades materiales mediante las cuales moldea nuestros corazones y nos conduce al contentamiento en Él. A medida que maduramos, podemos decir como el apóstol Pablo: 

Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Fil 4:12-13).

2. El Señor es nuestro mayor deleite

El evangelio de la prosperidad, plagado de vanidades ilusorias, garantiza que Dios dará al hombre absolutamente todo lo que éste desee: ascensos laborales, éxito en los negocios, autos lujosos, casas espaciosas, viajes de ensueño, carreras universitarias, logros profesionales, el amor de la pareja ideal e, incluso, cosas tan extravagantes como el moldeado del cuerpo. El evangelio bíblico, por su parte, no garantiza que Dios concederá todo capricho vanidoso al hombre, sino que concederá las peticiones a un corazón que ha renunciado a todo por Cristo.

Se dice que Martín Lutero era un hombre al cual Dios le concedía todo lo que pedía en oración, porque lo único que pedía era a Cristo. De Job, por su parte, aprendemos que su gozo no provenía de sus bienes, sino de Aquel que se los había concedido, de modo que cuando los perdió pudo decir “desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. El SEÑOR dio, y el SEÑOR quitó; bendito sea el nombre del SEÑOR” (Job 1:21).

El evangelio de la prosperidad garantiza que Dios dará al hombre absolutamente todo lo que éste desee. / Foto: Getty Images

Imaginemos a un padre de familia que llega a casa cansado después de un duro día de trabajo. Llevando consigo un regalo para su hijo, pero, cuando el pequeño corre hacia su padre, solo le arrebata el obsequio sin siquiera dirigirle una mirada, un beso o una palabra de gratitud. Es claro que el niño se deleita con el regalo y se olvida del padre que se lo trajo. Toda proporción guardada, este ejemplo retrata el mal corazón con el que a veces nos enfocamos en la provisión más que en el Proveedor.

Cuando Dios no nos provee según nuestros deseos, sino que nos hace transitar por épocas de ‘vacas flacas’ (Gn 41:27), nos permite recordar que vivimos en un mundo imperfecto y caído: por causa del pecado, el hombre consigue el fruto de la tierra con dificultad y duro trabajo (Gn 3:17-19). Este recordatorio es bueno para nosotros, pues nos guarda de apegarnos a este lugar, en el cual somos extranjeros y peregrinos (1P 2:11). En cambio, necesitamos poner nuestra mirada en nuestro hogar definitivo, que es “muchísimo mejor” (Fil 1:23), donde habitaremos con Cristo para siempre.

El evangelio no garantiza que Dios cumplirá deseos vanidosos, sino que responderá a las peticiones de un corazón rendido a Cristo. / Foto: Getty Images

3. Dios nos ha mandado a tener cuidado con la codicia

No codiciarás la casa de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo (Ex 20:17).

La codicia nos lleva a la ingratitud y a la falta de contentamiento, pues siempre anhelamos tener más. 

Ahora, es importante recordar que el deseo de tener posesiones es bueno, incluyendo nuestro anhelo de ahorrar y acumular para el futuro. En Egipto, durante la época de ‘vacas gordas’, José se ocupó de llenar los graneros y de preservar allí todo el alimento posible para afrontar los años de escasez que estaban por venir (Gn 41:48). Esto es loable y, en su momento, fue fundamental para la subsistencia de muchas vidas. Sin embargo, a pesar de que es bueno guardar, el deseo de obtener puede crecer hasta extremos pecaminosos y conducirnos a la avaricia. 

¿Cómo saber si personalmente guardamos como José o, al contrario, guardamos con avaricia? Tendríamos que ver cuán desprendidos somos de lo material, cuán generosos para con nuestros hermanos y el prójimo en general, y en qué medida nuestra estabilidad emocional y nuestro contentamiento dependen de nuestras reservas materiales.

La codicia consiste en el deseo de obtener satisfactores que produzcan una sensación de estabilidad al corazón. Este pecado coloca nuestra seguridad en los regalos y no en el Dador. Por su parte, el deseo cristiano de obtener y de guardar está enfocado en el servicio, en sustentar con amor la vida del prójimo, como hizo José con las naciones de la tierra que sufrían hambre, y en proveer para nuestra familia y descendencia (1Ti 5:8; Pro 13:22). A diferencia de la codicia, que produce desasosiego e insatisfacción permanentes, el enfoque en el servicio trae paz y gozo al corazón.

4. Todo ayuda para nuestro bien

Cada cosa que Dios permite que Sus hijos vivan en esta tierra tiene siempre un propósito: cada prueba sirve para que seamos perfeccionados y nuestro carácter sea como el de Cristo (Ro 5:3-5; 8:28). Entonces, hay una lección en el desempleo, otra en la escasez, una más en la enfermedad y también otra en el negocio que se desmorona.

De manera particular, la escasez nos ayuda a comprender mejor a nuestro Señor Jesús. Él fue completamente despojado en la cruz para que todo aquel que cree en Él no sufra el despojo eterno. Aunque el Señor no tenía “dónde recostar su cabeza” (Mt 8:20), eso no fue un problema para que nosotros fuéramos enriquecidos (2Co 8:9). 

Así pues, descansemos en el Señor. En los tiempos de aflicción, recordemos la exhortación del apóstol Pedro: “[Echen] toda su ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de ustedes” (1P 5:7). Mientras suframos, aprovechemos la invaluable oportunidad de ser santificados, pues es en la aflicción que conocemos a Cristo más profundamente.

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